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MUNDO | 25-04-2015 00:10

Cómplices de la muerte

A cien años del Genocidio Armenio, el gobierno turco sigue negando la barbarie. La reacción de su presidente ante los dichos del Papa.

"Eso es hablar estupideces”, tronó Recep Tayip Erdogán. Lo que dijo equivale a “discriminar a los musulmanes”, añadió furibundo el presidente de Turquía.

Se refería nada menos que a Su Santidad el Papa. ¿Qué había hecho el pontífice para merecer semejante ataque? Admitir que hubo un genocidio de armenios perpetrado por el Estado turco.

No es poco. Por primera vez, un jefe católico reconoce el genocidio. Debe haberlo pensado mucho, porque sabe que su pronunciamiento es también el de la Iglesia. Así, la iglesia integra ahora el grupo de países que reconocen que hubo un exterminio sistemático y planificado de un millón y medio de armenios.

Sin duda, un acto de riesgo, pero también un acto justo y necesario; asumir la verdad histórica.

El islamista que lidera Turquía descalificó violentamente al Papa, porque también su gobierno adhiere a la “doctrina negacionista”, según la cual, lo que hubo en la segunda década del siglo pasado fueron matanzas aisladas.

¿Pero por qué dijo que Francisco discriminó a los musulmanes al reconocer el genocidio armenio? Porque según la doctrina negacionista, lo que hubo fue una serie de enfrentamientos que causaron miles de muertes en el Imperio Otomano, y muchas de las víctimas eran musulmanas.

Para esta visión, no hubo ni una ideología ni un plan que implicaran la eliminación de los armenios. Por lo tanto, hablar solo de las víctimas armenias de aquel tiempo feroz, sin hablar de las víctimas musulmanas, implica discriminar a los mahometanos masacrados.

A lo que se refiere Erdogán es a las víctimas de los conflictos de las primeras dos décadas del siglo XX, que las hubo en todas las etnias que abarcaba el imperio. Sobre todo en el segundo decenio hubo guerras catastróficas en las que, efectivamente, murieron cientos de miles de musulmanes.

En 1912 estalló la guerra por Macedonia, en la que la Liga Balcánica, que integraban Grecia, Serbia, Bulgaria y Montenegro, enfrentó a los otomanos para liberar la tierra de Alejandro Magno. Lo lograron, pero al año siguiente Bulgaria, Serbia, Montenegro y Grecia se enfrentaron entre sí para repartirse el territorio que acababan de liberar.

A renglón seguido estalló el más brutal y catastrófico de aquellos conflictos: la Primera Guerra Mundial.

Por cierto, la guerra de trincheras que alineó a los turcos con los imperios alemán y austro-húngaro diezmó a la población otomana, afectando a todas las etnias.

La doctrina negacionista, la teoría histórica que niega que haya ocurrido el genocidio armenio, hace foco en aquellos acontecimientos –que de hecho existieron y golpearon a todas las etnias del imperio– mientras rechaza que haya existido una ideología y un plan de limpieza étnica para que la Anatolia Oriental quede habitada solo por turcos musulmanes.

Esa parte de Asia Menor ha sido el hogar ancestral de los armenios, una población que abarcaba desde campesinos y artesanos hasta una burguesía particularmente culta que aportaba artistas, intelectuales y científicos.

El “panturanismo” (o panturquismo) fue la ideología que alimentó el proyecto de la “turquificación” e islamización de Anatolia, lo que implicaba erradicar la presencia de los armenios y las otras minorías cristianas: serbios, asirios y griegos pónticos. No todos los panturquistas eran partidarios de eliminar a los cristianos; de hecho no era esa la esencia del panturanismo. Pero del movimiento se apoderaron facciones extremistas como “Los Lobos Grises”.

Negar que haya existido un ala anticristiana del panturanismo es una de las mentiras de los negacionistas. La otra mentira es concentrar en la segunda década del siglo pasado la totalidad de los acontecimientos que determinaron la tragedia armenia. En rigor, la limpieza étnica de los armenios comenzó a finales del siglo XIX. Se conoce a esos sucesos como las “masacres hamidianas”, porque fueron ordenadas por el sultán Abdul Hamid II.

Se suponía que la Revolución de los Jóvenes Turcos pondría fin a esa ola de pogromos. En el movimiento que terminó con el reinado de Abdul Hamid y entronizó a Mehmet V había grupos seculares y occidentalistas de los que podía esperarse racionalidad y moderación. Pero lo que hubo fue radicalización ultranacionalista.

Bajo liderazgos como el de Enver Pachá, los que habían sido pogromos constantes, pero no sistematizados, se convirtieron en acciones planeadas para erradicar a los cristianos de Anatolia, entre los cuales los armenios eran mayoría.

En 1915 se dio el apogeo de las masacres que se cometían mediante fusilamientos en masa en ciudades y aldeas armenias, y también arrojando a miles de armenios a las aguas del Mar Negro y del Mar de Mármara.

Los barcos en los que cargaban a poblaciones enteras fueron el antecedente de los trenes que llevaron millones de judíos a los campos de concentración nazis.

Si bien la historia considera al año 1915 como clave para el genocidio, el proceso de masacres y deportaciones en masa comenzó con las matanzas hamidianas del siglo XIX y se extendió hasta la caída, en 1922, de Mehmet VI, el último sultán. Lo que tuvo su pico en 1915 fue la expulsión masiva de armenios, obligados a atravesar a pie el desierto de Alepo. Los pocos que sobrevivieron al hambre, la sed y las pestes, llegando vivos a lo que hoy es Siria, fueron el origen de la diáspora armenia que se esparció por el mundo.

La revolución republicana que, liderada por Mustafá Kemal, creó la Turquía moderna, debió reconocer aquel proceso de exterminio. Pero Kemal, rebautizado Ataturk –padre de los turcos– promovió el negacionismo. La misma línea siguieron los partidos “ataturquistas” y el ejército, que fue desde entonces hasta la década pasada el “guardián y garante” de la constitución secular.

Debió cambiar la historia de la negación el gobierno del partido religioso que lideran Abdulá Gül y Erdogán. Los partidos islamistas siempre criticaron la “inmoralidad” de los ataturquistas, pero cuando llegaron al poder cometieron su propia falta moral: sostener la negación.

Por eso el gobierno turco redobló su esfuerzo para publicitar la opulenta modernidad alcanzada por el país, ahora que se cumplen cien años del primer genocidio del siglo XX, que sirvió de experimento e inspiración para el segundo: el holocausto judío.

En rigor, el genocidio armenio comenzó casi al mismo tiempo que el genocidio cometido por Imperio Alemán en Namibia, contras las etnias nativas que se levantaron en 1904 contra el poder colonial.

Se puede comprender (no justificar) que países como Estados Unidos y varios aliados europeos, aunque no lo niegan, no hayan reconocido expresamente el genocidio armenio, porque priorizan mantener a Turquía en la OTAN.

También que Israel, a pesar de la Shoá, no se ha pronunciado porque, en su soledad regional, el apoyo que siempre ha tenido de Turquía ha sido de crucial importancia.

Pero la iglesia no podía seguir callando un aniquilamiento masivo de cristianos. Por eso el Papa dijo lo que hace tiempo debió decir el Vaticano. Y Erdogán le respondió como responden los cómplices del exterminio.

por Claudio Fantini

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