Los cambios incesantes en el primer anillo de la gestión macrista tienen varias lecturas posibles, no necesariamente excluyentes entre sí, pero hay una tendencia común a todos los sacudones del Gabinete y sus ramificaciones: la concentración del poder en la figura de Mauricio Macri.
Va quedando atrás la fórmula de arranque que el Gobierno exhibió en sus primeros días de gestión, cuando el Presidente se mostraba como un simple coordinador de un equipo integrado por presuntas estrellas del management corporativo reclutadas para modernizar y limpiar el Estado. Era el gobierno de los CEOs, decían los enemigos, poniendo una etiqueta que a los amigos no les disgustaba tanto. Después de todo, técnicamente un CEO (Chief Executive Officer) es una especie de Director General que administra con autonomía, compromiso y experiencia técnica, según su sabio entender, una empresa (privada, estatal u ONG) que en realidad le pertenece a otros, los accionistas o ciudadanos. Es un mediador con poder y buen -muy buen- salario. Siguiendo esa lógica, Mauricio venía ser el CEO de los CEOs, el administrador de los bienes de otros (el Estado), apoyado en su experiencia empresarial en la esfera privada.
Pero eso ya fue. Varios de los CEOs estrellas fueron descartados en apenas un año, antes de poder juzgar en serio su desempeño, con la explicación de que no terminaban de integrarse a la dinámica de equipo. Y los que quedan, se reportan cada vez más verticalmente al gran conductor, que se aferra a los amigos más confiables y a los funcionarios incondicionales, esos que no cuestionan nada en público y muy poquito en privado.
Es como si estuviera ganando el costado propietario del Presidente, por sobre el manager. Mauricio es, finalmente, un Macri. Por algo un ministro importante del Gabinete bromeó entre amigos sobre la ceremonia de expulsión de Alfonso Prat-Gay, que incluyó un viaje al sur para “besarle el anillo al Presidente”, según la expresión de este alto funcionario: “¡es la mafia calabresa!”, exageró.
¿Será que la Argentina es tan pobre -de espíritu y de materia- que no puede evitar organizarse en torno a un Gran Patrón, sea este de origen rico o -como Néstor y Cristina- de clase media? ¿Será que no estamos preparados para tener un Poder Ejecutivo que se asuma como un delegado de todos y, a su vez, como un delegador inteligente del poder público? No nos flagelemos antes de tiempo: en la Casa Blanca también asume un gran dueño, que se ríe de todos los pruritos republicanos de millones de compatriotas. Acaso sea un signo de los tiempos: habría que preguntarle a Thomas Piketty, el teórico francés de la desigualdad, si algo tiene que ver el dato de que los 8 millonarios más acaudalados del mundo igualan en riqueza a la mitad más pobre del planeta.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS
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por Silvio Santamarina*
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