★★★★ Hace no hace tanto, eran casi remotos desconocidos. Aunque en verdad, la colombiana manifiesta ser admiradora de nuestro compatriota (a quien primero conoció como autor en la voz de Mercedes Sosa) desde hace algunos años. Pertenecen a generaciones distintas. Marta Gómez nació en Cundinamarca hace 38 años pero se crió en Cali. Se formó en el Berklee College of Music de Boston. Hizo una carrera internacional, reconocida originalmente en el mundo del jazz, que incluyó premios y reconocimientos de la prensa. Tiene ya unos cuantos discos editados, como cantante y como autora de sus propias piezas. Se radicó por 10 años en Nueva York y, desde 2009, su casa está en Barcelona.
Jorge Fandermole nació en Pueblo Andino, provincia de Santa Fe, hace 61 años. Le tocó ser, por esos avatares de la historia y de la industria discográfica, parte de lo que en Buenos Aires se llamó la “Trova rosarina”. Sus canciones fueron parte del repertorio de Juan Carlos Baglietto y Silvina Garré en los años ’80 y, desde entonces, su enorme talento creativo se desparramó en muchísimas otras voces ilustres, incluida, claro, la de la Negra Sosa. Publicó una decena de discos, entre propios y compartidos. Acumuló unos cuantos premios, como compositor y como intérprete. Y aunque en principio sus álbumes fueron publicados por un sello multinacional, su carrera –por su personalidad, porque decidió permanecer viviendo lejos de Buenos Aires, porque es su elección de vida– se mantuvo siempre en los carriles de la independencia, del trabajo casi artesanal. Y eso le permite entonces compartir su tarea como artista con la de docente, que actualmente ejerce en la Escuela Municipal de Música de Rosario, ciudad de la que además alguna vez fue funcionario en el área de cultura.
La vida y el apoyo de un par de productores, logró reunirlos finalmente sobre un escenario. Trabajaron intensamente, primero por vía digital y luego con la llegada anticipada de la colombiana. Y terminaron ofreciendo un concierto que parecía tener un rodaje que en verdad no tenía. Se repartieron las canciones, se cantaron recíprocamente, dejaron lucir a sus músicos (maravillosas las sutilezas percusivas de Juancho Perone con el argentino o del multi-instrumentista tucumano Manu Sija en el grupo de la colombiana), se respetaron en sus virtudes y las potenciaron. Y hubo momentos de altísima solvencia interpretativa y compositiva en, por ejemplo, canciones como “Despacio”, “Si no cantara” y “Para la guerra nada” de Marta, o “El amor y la cocina”, “Cuando”, “Canto versos”, “Oración del remanso” o “Sueñero” del santafesino. Y la frutilla de la torta fue un Coliseo desbordante para una música que no ocupa las primeras planas de las agendas de espectáculos de ningún medio.
por Ricardo Salton
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