La consulta clínica para bajar de peso es apenas el primer paso. Luego de poner un pie en el consultorio, lo que sigue es una batería de estudios que incluyen análisis poco frecuentes y una serie de entrevistas que indagan sobre la vida personal, laboral y emocional del paciente. En el campo de la medicina funcional, absolutamente todos los aspectos de la vida son considerados a la hora de encarar un tratamiento para adelgazar. El médico, del otro lado del escritorio, conjuga términos de la medicina tradicional con investigaciones científicas en genética o endocrinología y también, con conocimientos que en el pasado eran rechazados por la comunidad académica occidental. Muchos de los pacientes se quedan sorprendidos: “¿Por qué querrá saber mis horarios o cuántos hijos tengo si lo que yo quiero es estar más flaco?”, se preguntan. La respuesta radica en el principio rector de esta innovadora corriente medicinal: no hay forma de resolver un problema si sólo se observan síntomas aislados, en este caso, los kilos de más. El cuerpo es un todo y el origen de las afecciones puede no estar a simple vista.
La medicina funcional desterró, para siempre, el copy paste de los planes alimentarios entre los pacientes. Ya no se trata de qué fórmula defiende cada nutricionista sino de cuál es la más conveniente para la persona en cuestión.
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Durante años, cada vez que aparecía una nueva dieta era presentada como superadora de la anterior. De pronto, las revistas de salud se llenaban de expertos que defendían la dieta alcalina para cuestionar los efectos de la hipoestrogénica y otros que se embanderaban detrás de la cetogénica y la presentaban como la superación de la del metabolismo acelerado. Sin embargo, todo eso quedó en el pasado. Hoy, la mejor dieta, es la funcional.
El objetivo ya no es aspirar a cuerpos delgados o que cumplan con los estándares del 90-60-90. El fin de encarar este tipo de tratamientos consiste en conocer el propio cuerpo y optimizar la calidad de vida de forma integral. La “mejora”, a nivel estético, aparece como la consecuencia lógica de un bienestar general.
Origen y resistencia. La medicina funcional surgió en Estados Unidos a principios de los ‘90 y, en la actualidad, es una forma de entender a la medicina muy difundida en algunos países. En Argentina, al menos por ahora, son pocos los especialistas que se inclinan por este tipo de formación. Y, de hecho, desde algunos sectores miran con resistencia la posibilidad de combinar conocimientos convencionales con otro tipo de prácticas. Es que, una de las características distintivas de estos especialistas es hacer convivir a los últimos avances en materia tecnológica y científica con alternativas que puedan provenir de la medicina tradicional china, el ayurveda, la fitoterapia o el reiki.
Silvia de Benedetti es miembro de la Asociación Argentina de Medicina Integrativa, universo del que forma parte la medicina funcional. En diálogo con NOTICIAS, aseguró que la resistencia de los profesionales de la salud es grande: “Soy farmacéutica y he sido docente durante casi 40 años en fitoterapia en la carrera de Farmacia, donde se profundiza sobre el conocimiento de las plantas medicinales y los compuestos terapéuticos. A pesar de haber estudios y de ser muy serios, a los médicos les cuesta reconocerlos. Es muy difícil encontrar profesionales que, cuando ven un paciente, puedan recomendar alguna terapia no tradicional”, asegura.
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De todas formas, el crecimiento de esta óptica avanza, sobre todo en materia de enfermedades crónicas como la obesidad. Es que, en este tipo de padecimientos, los números asustan. Según cifras oficiales, en Argentina, 6 de cada 10 personas adultas tienen obesidad o sobrepeso. Y, desde hace algunos años, la Organización Mundial de la Salud catalogó a esta problemática como una “epidemia”.
El cuerpo, todo. Sandra Molocznik, una de las impulsoras de la medicina funcional en Argentina y fundadora de “Integrative Health”, insiste en que ésta es una perspectiva favorable debido a que apunta a conocer el origen de la problemática en cada persona en particular: “El paciente es tomado en su totalidad y la obesidad es un elemento más. Se evalúa la interacción del individuo con el medio ambiente y todas las cosas que pueden gatillar esa obesidad. Cuando se habla de esto, se suele reducir la cuestión a la comida pero sabemos que eso no es lo único: nosotros miramos, por ejemplo, si estas personas tienen intolerancias alimentarias, si tienen toxicidades que actúen como factores obesogénicos, miramos lo familiar y lo genético y sus conductas. Porque todo eso configura una enfermedad crónica que después desencadena otra. No nos limitamos a ver si el paciente come mucho o poco o si hace ejercicio”, asegura a NOTICIAS.
Por este motivo, si una persona quiere encarar un tratamiento para perder peso lo más probable es que tenga que ver a varios especialistas y cada uno aportará su conocimiento. Deberán evaluar el síndrome metabólico, es decir, los trastornos que aumentan el riesgo de padecer, por ejemplo, enfermedades cardíacas. No existe la posibilidad de salir de una primera consulta con un menú semanal para pegar en la heladera.
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Como explica el Instituto de Medicina Funcional de Estados Unidos, esta práctica requiere una comprensión detallada de los factores genéticos, bioquímicos y de estilo de vida de cada paciente y aprovecha esos datos para dirigir los planes de tratamiento personalizados. "Trabajamos con los puentes que existen entre las distintas especialidades", explica la psicóloga uruguaya Silvina Tocchetti, coordinadora Regional de la British Association for Applied Nutrition & Nutritional Therapy (BANT) en Latinoamérica y especialista en medicina y nutrición funcional desde hace veinte años.
Hay un ejemplo claro que puede servir para mostrar cómo puede ser que factores físicos y ambientales se combinen para desencadenar un aumento de peso: por ejemplo, si una persona está bajo mucho estrés se aumenta la producción de cortisol, una hormona que suele denominarse “de fuga” o “de lucha” y que nos permite adaptarnos a la situación. Sin embargo, si esa persona continúa en “modo estrés” de forma crónica, el cuerpo comienza a usar otras hormonas como la progesterona o la testosterona para producir más cortisol. Como consecuencia de esto, se produce un desequilibrio hormonal que puede derivar en múltiples afecciones. “Es importante manejar las situaciones de afuera para que no impacten en nuestra salud”, insiste Molocznik.
Molocznik acaba de publicar el libro “La balanza hormonal” junto a Nancy Pazos, quien además es su paciente. Luego de comenzar su tratamiento, la periodista consiguió bajar casi 20 kilos: “Adelgazar terminó siendo algo secundario. Cambió mi estilo de vida y me siento mejor en todos los aspectos”, cuenta.
Todos los expertos consultados coincidieron en un mismo punto: la experiencia de un paciente no es la misma que la de otro porque, en cada situación, las razones que desencadenan en una enfermedad son particulares: “El objetivo es identificar las verdaderas causas de los desórdenes de salud enfocándose en las conexiones que están detrás de los síntomas y evaluando el organismo como un todo”, explica Tocchetti.
Específicos. En este tipo de tratamientos hay algunos estudios que resultan clave para decidir el camino a seguir. Uno de ellos es el test de intolerancias alimentarias, un análisis que no suelen pedir los médicos tradicionales pero que puede ser determinante a la hora de perder peso. A veces estas intolerancias se manifiestan con síntomas como dolores de cabeza o cansancio. Sin embargo, esta situación también puede ser asintomática. Algunas señales de alarma pueden ser la distención abdominal, hinchazón o constipación después de ingerir determinados alimentos.
Los fantasmas más comunes a la hora de hablar de intolerancias son el gluten, la leche de vaca y la soja. Sin embargo, los tests recomendados por estos expertos revelan que hay alimentos que suelen ser clasificados como saludables pero que, en determinadas personas, generan intolerancia como la lechuga, el tomate, la manzana o el melón.
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Además de las cuestiones físicas individuales, desde esta perspectiva también se consideran los factores sociales o culturales. Un plan alimentario tiene que ajustarse al ritmo de vida de la persona. No es lo mismo que tenga una rutina familiar o que su trabajo le implique viajar y comer fuera todos los días. Al mismo tiempo, también se deben considerar qué le gusta, qué le provoca rechazo o si es vegetariano o vegano, por ejemplo.
De ahí la diversidad de dietas posibles. Mientras que por fuera de la medicina funcional se discute si hay que suprimir los lácteos, el gluten o las carnes, desde esta perspectiva se considera que cada persona debe consumir lo que su cuerpo necesita. “La dieta se tiene que adaptar al paciente y nunca puede ser al revés”, insiste Molocznik.
En esta línea, la nutricionista Inés Gismondi, quien forma parte del equipo de “Integrative Health”, insiste en que “todas las dietas que se enfoquen en el paciente son buenas. Incluso aunque dos pacientes tengan igual edad, sexo, estado físico, rutina y la misma razón de consulta, tendrán pasados diferentes, estados de vitalidad, emociones y convicciones diferentes e innumerable variables que nos desafían a pensar siempre un tratamiento individualizado”.
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Con esta perspectiva, aparecen tres dietas que pueden ser recomendadas a distintos pacientes, según sus condiciones. Incluso suele suceder que una persona comienza a bajar de peso con una y luego, como consecuencia de algún cambio en su vida, puede continuar con otra. Los tres planes tienen su fama dentro del mundo de la nutrición pero, durante muchos años, se vieron como fórmulas totalmente contradictorias.
La dieta del metabolismo acelerado se hizo conocida luego de que famosas como Malena Ginzburg contaran que la habían utilizado para adelgazar. Esta dieta consiste en cinco comidas al día durante un ciclo de 28 días que se divide por fases y tipos de alimentos. Entre otros, prohíbe alimentos como el trigo, el maíz, los lácteos, la soja, el azúcar refinado, el café, el alcohol, los frutos secos, endulzantes artificiales y alimentos diet.
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Otra de las famosas dietas, sobre todo recomendada para personas que necesiten promover la secreción de progesterona y testosterona, es la hipoestrogénica que prohíbe alimentos que tengan hormonas como la leche y derivados. La alimentación aquí se basa en alimentos alcalinos como verduras crucíferas, cebolla, ajo y aceites ricos en omega 3.
La dieta cetogénica reduce al mínimo los carbohidratos y el aumento de grasas para que el cuerpo las utilice como combustible. Si bien comenzó a usarse en personas con diabetes, su recomendación se fue ampliando con el paso de los años.
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Para todos. A pesar de llevar al máximo la individualización de los diagnósticos y de los tratamientos, los expertos insisten en que, en líneas muy generales, hay factores que deberían considerar todas las personas, tengan o no sobrepeso y más allá de su edad. La famosa frase “somos lo que comemos” debería ser, sin dudas, una guía para orientar nuestra alimentación. Por ello, se recomienda llenar las alacenas con un sentido saludable. Evitar los alimentos procesados, seleccionar frutas y verduras variadas, incorporar proteínas y elegir aquellas con bajo contenido graso son excelentes opciones.
Sin embargo, desde esta perspectiva se insiste, una y otra vez, en que llegar a un determinado peso no tiene que ser el objetivo final. Acompañar una buena alimentación con un estilo de vida activo, tanto a nivel físico como mental y emocional, son la clave de una verdadera dieta funcional.
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