En Osaka fue el centro de las miradas. Pero no por su estatura de estadistas, que en Japón sobresalió en la medianía predominante. Los demás mandatarios, los funcionarios y la prensa observaban a la canciller de Alemania para ver si volvía a temblar. Al mundo entero le impresionó ver a Angela Merkel temblando como la llama de una vela, en la recepción del presidente ucraniano Volodimir Zelenski. Ella dijo que se debió al sol abrasador bajo el cual estaba cuando sus manos y sus rodillas evidenciaron un temblor convulsivo.
Era un acto al aire libre en un día de calor sofocante, pero pocos días después, en un salón climatizado del Palacio Bellevue, al asumir la nueva ministra de Justicia Christine Lambrecht, parada junto al presidente Frank Walter-Steinmeier, Merkel volvió a sufrir esos temblores enigmáticos. ¿Y si fatigas o fragilidades le impidieran llegar al 2021? ¿quién podrá liderar Alemania y defender la integración europea, la Alianza Atlántica y el libre-comercio mundial en este tiempo plagado de demagogos populistas que reivindican la vuelta a los nacionalismos y el fin de la libre circulación de las personas?
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Su sucesora en la jefatura de la CDU, Anegret Kramp Karrenbauer, todavía no logra fortalecerse en la conducción del partido. Y en el socio socialdemócrata, donde los líderes se caen uno tras otro por la debilidad de las fuerzas tradicionales, la diputada en el Bundestag Andrea Nahler muestra fragilidad en el liderazgo en el cual sus antecesores, Martin Schulz y Olaf Scholz, duraron apenas un año.
Al menos, en la cumbre del G-20 Merkel tuvo algo para celebrar: el acuerdo entre Unión Europea y Mercosur. La canciller alemana podía exhibirlo, diferenciándose del proteccionismo y el anti-multilateralismo que representan muchos de los que la rodeaban en Osaka, entre ellos Donald Trump.
También Macron y Pedro Sánchez lucían libre comercio y multilateralismo porque, junto a la canciller alemana, empujaron la rueda de la negociación en dirección al acuerdo. No obstante, Merkel parecía una figura solitaria en el cónclave de Osaka. Aunque no era la única.
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Golpeados. Theresa May exhibía una soledad desoladora. Sin poder festejar el acuerdo que lucían Merkel, Macron y Sánchez, con la jefatura de gobierno británico girando como una moneda en el aire para caer del lado de Boris Johnson o de su rival Jeremy Hunt, y sin autoridad para debatir ni formular propuestas en las reuniones del G20, May era una figura fantasmal en la cumbre.
No estaba menos solo Mohamed bin Salman, el príncipe saudita que tiene las manos ensangrentadas por el asesinato y descuartizamiento de Jamal Khashoggi en Estambul, así como también por las masacres que provocan sus impiadosos bombardeos en Yemen.
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También llegó a Japón cargando sinsabores el primer ministro canadiense, quien para colmo protagonizó la escena más humillante: al sentarse junto a Jair Bolsonaro, le tocó el hombro para saludarlo y le extendió la mano, pero el presidente brasileño lo miró y se dio vuelta a saludar a otra persona, dejando a Justin Trudeau con la mano extendida y vacía.
Más allá de las apariencias, también Donald Trump cargaba soledades. Quizá por eso generó una cumbre sorpresa en Panmunjón, convirtiéndose en el primer presidente norteamericano que pisó Corea del Norte. Esa foto junto a Kim Jong Un, en la que pasa al lado norcoreano del Paralelo 38, inundó la prensa mundial tapando los pasos atrás que había dado en Osaka frente a China, al levantar sanciones a Huawei y permitir a las empresas norteamericanas y de países aliados que vuelvan a venderle insumos tecnológicos, luego de habérselo prohibido aduciendo razones de seguridad nacional.
Recalculando. La explicación del paso atrás con Huawei seguramente tiene que ver con los 30 mil millones de pérdidas que las represalias chinas a los aranceles de Trump provocó a los agricultores norteamericanos de estados como Dakota del Sur, y a los once mil millones que perdieron las empresas estadounidenses que vendían insumos al gigante tecnológico de China.
También arrastraba, como una pesada carga, el derribo de un dron espía en el estrecho de Ormuz, abatido por fuego antiaéreo iraní. Más aún dañó su imagen la foto desoladora de la niña salvadoreña ahogada junto a su papá en el Río Bravo. Esa postal de la tragedia denunció la crueldad inútil de su política inmigratoria. Trump habla y actúa como si el problema estuviera en la frontera. Moviliza fuerzas y planifica muros, pero el problema no está en la frontera sino más allá: en el agujero negro centroamericano.
Las probables soluciones pasan por iniciativas para volver viables lo que hoy son estados fallidos: Guatemala, El Salvador y Honduras. Pero Trump es incapaz de pensar como pensó John Kennedy en 1961, al impulsar la Alianza para el Progreso buscando cerrar el paso al comunismo. Aunque aquella iniciativa haya sido una oportunidad perdida por Lindon B. Johnson y los gobernantes latinoamericanos, la Alianza para el Progreso tenía elementos que resultan válidos para encarar la crisis migratoria actual.
El hecho es que, sin que se hayan registrados avances en las tratativas de los equipos negociadores, Trump agregó a su gira por Asia el encuentro sorpresivo con Kim Jong Un. Falta ver si este apretón de manos y sus pasos dentro del territorio norcoreano sirven para algo más que para la “política espectáculo” que Trump y King ya habían exhibido al encontrarse en Singapur.
Aquella vistosa cumbre, igual que el encuentro del líder norcoreano con el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, no desbloqueó el avance hacia un acuerdo. Kim propone desmantelar la central nuclear de Jongbion a cambio del fin de las sanciones económicas. A su vez, el jefe de la Casa Blanca propone, con mucha lógica, que además de Jongbion (que ya no es de gran utilidad porque los ensayos nucleares han sido completados), debe desmantelarse totalmente el arsenal de misiles con ojivas atómicas.
¿Logrará Trump avanzar en esa dirección? Si no es así, todo lo que habrá avanzado es ese par de metros dentro del territorio norcoreano, en Panmunjon.
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