Los carteles que cuelgan en el frente de Malba, “Se vende” (2019), y en el de galería Ruth Benzacar, “Próximamente” (2019), intrigaron y sobresaltaron a muchos. ¿Será que su dueño puso en venta el museo porque se cansó de sostenerlo, ya que -como todo emprendimiento cultural- da pérdidas? ¿O es que la institución decidió retirarse de un barrio cuyos vecinos le impedían levantar su edificio en esa zona? Nada de eso, Eduardo Costantini dice que “se muere” sin el Malba y el vecindario ahora está orgulloso y no se imagina sin esa imprescindible marca cultural. ¿Será que Orly Benzacar, después de 54 años de existencia de la galería, alquiló su espléndido espacio a una cadena de cines? Nada de eso, pasen y vean. Los anuncios son provocaciones del talentoso y agudo Leandro Erlich (Buenos Aires, 1973).
Las exhibiciones simultáneas en Malba y en Benzacar se complementan y revelan distintos senderos de una mente brillante, capaz de concretar lo inimaginable, de otorgarle otras vidas a lo cotidiano, de sacudir al observador de su conformismo. Sus obras seducen a multitudes -tal como se comprueba nuevamente en Malba, con una concurrencia promedio de 2.700 personas por día- y han viajado por todo el planeta.
El mundo del arte global había tomado nota de su existencia en los años ’90 pero lo consagró cuando, representando al país, exhibió la instalación “La pileta” (1999) -ubicada de manera permanente en 21st Century Museum of Contemporary Art, de Kanazawa, Japón)- en la Bienal de Venecia 2001. Con “La democracia del símbolo” (2015) el gran público local lo descubrió; fue cuando Erlich hizo “desaparecer” la punta del Obelisco porteño y, presuntamente, la “trasladó” a la explanada del Malba, causando un impresionante revuelo en los transeúntes (antes de que supieran de que era una obra artística de sitio específico) y en los medios; la instalación fue vista por millones de personas (“en vivo”, Internet, prensa impresa).
La relación de Erlich con el Obelisco data de 1994 cuando, a los 21 años, pensó en maneras de trasladarlo al barrio de La Boca. No pudo hacerlo, claro. Pero entonces ya llamó la atención de la crítica porque no sólo presentó en galería Benzacar esta idea -a través de dibujos, papeles (de sus trámites) y maquetas del proyecto- sino que exhibió su firme propósito de utilizar el arte para expandir fronteras, incluso alterando -a veces con humor- el campo perceptivo.
La apariencia y la realidad, lo ilusorio y el extrañamiento son temas recurrentes en la obra de Erlich, capaz de transportar al espectador a nuevas dimensiones. Sin embargo, las ficciones visuales que perturban la mirada del espectador no intentan embaucarlo sino cuestionar sus certezas.
En Malba. El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires exhibe “Liminal”, con una selección de 21 piezas, desde 1996 hasta hoy. Es la primera exposición antológica de Leandro Erlich en el continente americano, con curaduría del norteamericano Dan Cameron. Las esculturas y grandes instalaciones de Erlich constituyen un umbral, entre un sitio y otro, entre una cosa y otra; permiten verificar los sostenidos pasos de su consistente trayectoria y la excelente factura de su trabajo. Los proyectos presentados en “Liminal” fueron realizados en una coproducción del Malba con el Estudio Erlich, que demandó más de un año de trabajo y un equipo de 150 personas (con varios gremios de la construcción); los mecanismos invisibles son de Erlich y las visiones son de los espectadores.
La solidez de la realización de las obras, muchas vinculadas a espacios de la arquitectura cotidiana, no es una cuestión menor. Al artista le interesa la participación del espectador interactuando dentro de la obra, lugar donde los contornos que dividen el espacio/obra no son claramente reconocibles. Eligió trabajar con instalaciones como modo de expresión por la libertad que le otorga este género del arte contemporáneo para realizar ilimitadas propuestas, como una forma de quebrar el límite o contorno que define al objeto. “Fue, y es, una manera de plantear una experiencia, una situación”, le dijo a NOTICIAS.
El artista conjuga elementos sensoriales y lúdicos -generando entusiasmo y alegría, especialmente en los más chicos- con una propuesta conceptual que tiene hondura propia. A Erlich le interesa la experiencia tanto como las ideas, que en el caso de sus obras ofrecen varias capas de sentido. Tras procesar las sorpresas, que ofrecen sus trabajos en una primera mirada, los espectadores tienen la posibilidad de discernir inteligentes señalizaciones, ambiguas y metafísicas consideraciones.
La ventana y escalera (“Window and Ladder”. “Invisible Billboard”) situada en la explanada del museo habla de ¿precariedad, destrucción, de lo inalcanzable? La ilusión del infinito generada por la imagen de los “marcos dorados” (Cadres Dorés, 2008) crea tanto ocultamientos como descubrimientos. Expectativa y angustia en “La Sala”, 2006, donde no se percibe acción alguna en la habitación bajo vigilancia, ¿o es que lo peor está por pasar? Otra pieza participativa transmuta una experiencia cotidiana (el ingreso a un ascensor) en extraordinaria.
La omnipotente quimera de comandar las aguas se concreta en “La pileta”, gran cubo -al que los visitantes ingresan a través de una abertura lateral- cubierto con una delgada capa de agua, sobre una placa de plexiglás, que se mueve suavemente a través de un dispositivo oculto. Vista desde cierta altura la instalación simula una pileta con agua dentro de la cual pasean personas vestidas. ¿Cómo lo hizo? ¿Convirtió a todos en magos? “La vista” (1997/2017) colma la ilusión de muchos. ¿A quién no entretiene espiar a los vecinos? ¿Qué pasa cuando el espía es espiado? Los espejos de “Peluquería”, 2017/2019, no devuelven el reflejo del que se mira. ¿Cómo, que pasó con el yo? Y así sigue la muestra donde las nubes están atrapadas, el aula misteriosa se ve tan llena como vacía, hay un subte que pasa a velocidad, una puerta rota y un jardín perdido, y más. Con catálogo bilingüe español e inglés de 200 páginas.
En Ruth Benzacar. La marquesina, “Próximamente”, augura la proyección de una nueva película y, al ingresar a la galería, los visitantes creerán estar en un gran hall de una sala cine. Pero antes, también verán un estante repleto de VHS como los que Erlich miraba durante su adolescencia, cuando empezó a pintar al óleo. A la espera de una función que no comenzará, se pueden ver las 18 asombrosas pinturas que, como afiches, tapizan las paredes y anuncian los trabajos del director cinematográfico Charlie Lendor (anagrama de Leandro Erlich).
Basadas en fotografías de sus instalaciones, las pinturas (repletas de inteligentes alusiones y picardías) no están asociadas necesariamente al concepto original de las obras. Aunque la imagen de la ficticia “Sin límites” remite a su pieza “Muro”, en la cual cuando el espectador cruzaba unas columnas negras y acolchadas tenía la intransferible sensación de estar atravesando una pared de ladrillos. Aquí, una vez más, este fabricante de ilusiones recuerda experiencias asombrosas de su creación, pródigas en juego y artificio. Desde hace décadas, Erlich expone internacionalmente en bienales y museos, muchos de los cuales albergan sus obras en los acervos permanentes. Vive y trabaja en Buenos Aires y Montevideo.
por Victoria Verlichak
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