Adriana Amante y Las escuelas. (Cedoc.)

Una amistad infantil en el corazón de la dictadura

La novela “Las escuelas” de Adriana Amante cuenta la historia real de su vínculo con la hija de un represor, en una trama de sentimientos contradictorios.

Aunque “Las escuelas” es su primera novela, Adriana Amante es una destacada especialista en literatura argentina del siglo XIX, docente de la UBA, de la Universidad de Tres de Febrero y la New York University en Buenos Aires; que ha publicado ensayos en su campo de investigacón y ediciones de clásicos como “Facundo” y “Martín Fierro”.

En esta breve novela publicada por Tusquets, Amante rescata una historia particular de su pasado: una amistad juvenil nacida en la escuela donde cursó sus estudios secundarios que, con el paso de los años, se transforma en una cercanía inesperada con uno de los personajes más crueles de la dictadura. Su amiga de la infancia es hija del director de una escuela de suboficiales y la intimidad con la familia se transforma con el tiempo, en una cercanía inquietante con un horror desconocido.

Un dato interesante es que nunca se explicitan los nombres reales de “las escuelas” como tampoco el del personaje siniestro, que en la mirada inocente de la narradora, es solamente el padre de su amiga.

Aquí, el diálogo que NOTICIAS mantuvo con la autora.

Noticias: ¿Por qué tuvo la idea de rescatar esta historia en su primera novela?

Adriana Amante: Es una historia que vengo rumiando desde hace por lo menos veinte años. Porque, pese a lo que la novela aparenta, no hay una historia que la preceda: la que la novela cuenta va urdiéndose (me sucedió que fuera urdiéndose o que yo fuera urdiéndola) a medida que avanzaba la escritura, casi literalmente a medida que avanzaba el fraseo, podría decir. Pero es cierto, claro: hay algo en el contexto en el que sucedía la vida de esas dos adolescentes que se conocen en 1978, apenas entran a la escuela secundaria, que era narrable o interesante para narrar. Porque esa amistad que tuvieron transcurrió en el contexto general de un país que estaba bajo una dictadura militar feroz. Y, en particular, ellas se hacen amigas en un colegio al que iban fundamentalmente hijos de militares y muy pocos hijos de civiles. Allí las decisiones del gobierno de facto repercutían de manera más directa y quizás por eso entonces más intensa, porque tal vez tenían un eco más inmediato, en una sintonía que duplicaba, a escala más pequeña, no digo el clima de todo el país, sino justamente el clima de esa parte del país que imponía los rumbos políticos, culturales, sociales y humanos que ese gobierno quería. Y ese clima se triplicaba, amplificándose ahora sí por fuera de toda escala, en esa otra escuela a la que el título también alude, que es la escuela de suboficiales que dirigía el padre de la amiga de la narradora. El centro del horror más inefable e infame de la historia argentina, donde sucedían cosas, ocultas, clandestinas, terribles, que parecían tan lejanas a lo que les pasaba a esas dos chicas de trece, catorce años. A la vez, pese a la ignorancia que ellas podían tener acerca de eso, las tocaba tan de cerca que todo termina siendo casi una puesta en acto perfecta de la definición de lo siniestro de Freud: lo extraño que se revela tan familiarmente próximo. Porque algo de esa extrañeza, de esa ajenidad, se fue manifestando paulatinamente como profunda y literalmente familiar: se les fue revelando, a medida que fueron emergiendo hacia la verdad, a cada una, como pudo y con lo que pudo.

Noticias: ¿Por qué no había escrito ficción hasta ahora?

Amante: ¡Linda pregunta! Podría responder diciendo que porque hacía ficción por otros medios, menos previsibles en todo caso, como el ensayo. Pero seguramente no sea del todo cierta mi respuesta, aunque creo que tampoco es del todo falsa. Porque creo que el ensayo (bien entendido y bien practicado, el ensayo crítico y el llamado –en general con desdén– académico) también es un género de la literatura. Y que el mejor ensayo es el que se sirve de los mismos procedimientos y protocolos de la ficción, incluyendo el de la invención y el de arbitrariedad, siempre que en el caso del ensayo esté bien fundamentada. En 1997 y 1998 escribí algunos ensayos críticos (sobre la poeta brasileña Ana Cristina Cesar, sobre la poeta norteamericana Elizabeth Bishop y sobre las Cartas portuguesas atribuidas a Mariana Alcoforado) jugando o coqueteando más plenamente con ciertas formas de la ficción. Pero no como proyecto literario concreto, eso es cierto.

Noticias: ¿Esta historia es completamente autobiográfica?

Amante: Depende de qué se entienda por autobiografía o narración de una vida, sea la propia o la de otros. Creo (y en esto me filio inevitablemente a la obra de mi maestra, la escritora Sylvia Molloy) que siempre trabajamos con restos de nuestra vida y con la de los otros y las usamos estratégicamente, adaptándolas a los fines de la narración. Molloy dice, clara: “En resumidas cuentas, la única ‘verdad’ del ejercicio autobiográfico es una ‘verdad de escritura’". La verdad no está necesariamente en el modo en que se ajuste a un referente que podría parecer (esa es la ilusión) que lo precede o que lo justificaría. Y para responder también puedo echar mano del final del cuento “Emma Zunz”, de Jorge Luis Borges, y decir que en “Las escuelas” verdadero es el tono, verdadero el pudor, verdadero el odio –incluso, en el caso de mi novela, también el amor y el dolor–. Solo son falsas algunas circunstancias y uno o dos nombres propios.

Noticias: ¿Por qué preferió que no aparecieran nombres de personajes y, en particular, el de escuela donde transcurre la historia?

Amante: Para universalizar a partir de lo particular. Para no anclar el asunto de la novela, que inevitablemente remite a un contexto, que remite a una historia, que remite a ciertos espacios específicos y a ciertos personajes de la historia política de un país, como la Argentina; para no anclarlos y que queden atados solo a ese contexto, a esa historia, a esos espacios y a esos personajes. A mí me interesaba que la novela también puediera leerse sin saber a qué remite exactamente, que no necesite saberes previos, ni que se sostenga solo por lo externo a la novela misma. Quería y quiero que, si hubiera algo que ir a buscar por fuera de la novela, sea por el efecto que la novela provoca en el lector y no porque sin eso no pueda entenderse. Necesitaba que la historia no se comiera la literatura. O, en todo caso, que la literatura fuera una forma de responder a o de intervenir en algún aspecto de la historia.

 

Noticias: ¿Qué representó en su memoria este episodio de su vida cuando posteriormente supo la verdad sobre la familia de tu amiga?

Amante: En mi vida, como en la de tantos, sobre todo tantos de mi generación (una especie de generación intermedia, la que viene atrás, por edad, de los militantes), la develación del horror del que tan cerca estuvimos, fue un desgraciado turning point. Obvio: determinante. Claro que la develación del horror se fue produciendo progresivamente, incluso inadvertidamente (y creo que es eso lo que pone en juego ante todo mi novela); no creo que se dé como una revelación divina. Porque incluso cuando pueda haber alguna escena de iluminación o de alumbramiento, como el que se da en el capítulo sobre “La videncia” en la novela, lo que se revela allí no es sino una confirmación, ordenada y completa de lo que ya se había ido manifestando parcial, fragmentaria, quizás no del todo claramente, pero sí de manera insistente. En términos personales me partió en dos: me costó procesar la paradoja, que también es parte de aquello a lo que la dictadura nos sometió: a que pequeños episodios de nuestra vida no puedan dirimirse solo por una solución maniquea, donde todo sea claramente opuestos inconciliables. Y que el dolor que me producía mi voluntaria, consciente y plena decisión de asumir la verdad que se me revelaba y la de posicionarme en la denuncia de ese horror (el de la existencia de los secuestros, el de la práctica sistemática de la tortura, el de la comisión de crímenes de lesa humanidad por parte de los militares) me enfrentaba también a una pérdida de un afecto legítimo, candoroso, sincero, pero que me colocaba en una situación en la que era difícil de avanzar sin lastimar o sin deponer convicciones. En todos los casos, siempre habría sufrimiento.

Noticias: ¿Está escribiendo ya una próxima novela?

Amante: Estoy terminando de cerrar, en paralelo, varios proyectos de ensayos de larga data y de cierta extensión. Un libro sobre el Sitio Grande de Montevideo, que va de Sarmiento viajero a Mitre poeta, que es un libro sobre cuestiones de cultura visual y literatura del siglo XIX rioplatense (que es mi especialidad). Una edición crítica de “Campaña en el Ejército Grande” (mi libro preferido de Sarmiento, que es mi debilidad) para la colección El país del sauce, de Eduner / UNL. Y estoy entregando ya a imprenta (saldrá por Eterna Cadencia) un libro que Sylvia Molloy dejó sin publicar, cuya edición fijé y al que le sumé un importante intercambio epistolar entre ella y sus amigos (título del libro, además, como había previsto la propia Sylvia): Victoria Ocampo, Manuel Puig, Edgardo Cozarinsky, Enrique Pezzoni, Silvina Ocampo, con muchísimas notas de reconstrucción de sus vidas, obras y circunstancias o situaciones a las que aluden.

Algo de ficción pura –digamos– me anda rondando, debo admitir. Pero no sé todavía en qué va a dar. Porque tener un material, un asunto, algunas ideas incluso, creo que no garantizan que haya o que pueda haber entonces texto hasta que el texto no empiece a probarse a sí mismo, o a probar, simplemente, que puede existir, que será capaz de cobrar existencia. Para eso, claro, necesitará de que me concentre en lo que voy teniendo y juntando, y que me ponga decididamente a escribir.

Noticias: En relación a su producción de ficción, ¿cuáles son los autores que más le interesan?

Amante: Voy a tratar de circunscribirme a unos pocos ejemplos, quizás los más funcionales a mi propia novela. No porque sean una influencia directa (tal vez todo lo que hice fue –justamente por eso– tratar de evitarlo), sino porque inevitablemente, como lectora, si me han tocado (lo digo en el sentido de lo que te afecta, incluso amorosamente), me han constituido. Sin dudas: hay algo atrapante en los breves textos con que Molloy puede hacer de una situación tantas veces doméstica, a veces incluso en apariencia intrascendente (como la de plegar el borde de un mantelito como ha visto hacer a la madre, ensimismada en el dolor de una pérdida), una verdadera iluminación, como sucede en su “Varia imaginación”. O, con María Negroni, compartir y entender las implicancias más profundas de que lo que pasa en una ficción, más que un asunto –o más allá de cualquier asunto–, es lenguaje, como se puede percibir en toda su obra y, magistralmente, en “El corazón del daño”. De Borges, o del Borges que aprendí a leer con Ricardo Piglia: el modo en que pueden forzarse los elementos de una autobiografía para hacerlos entrar en la ficción. De Sarmiento, junto con sus furias políticas y sus enconos y sus magníficas puestas en escena, sinceramente me puede la tierna frescura con que él, autobiógrafo pertinaz, se pone siempre tan en evidencia; y la –su y también mi– creencia en el poder de la escritura para intervenir sobre lo real.