El papa Francisco se encuentra en el balcón principal de la basílica de San Pedro durante el mensaje Urbi et Orbi y la bendición a la ciudad y al mundo, en el marco de las celebraciones de Pascua, en la plaza de San Pedro del Vaticano. (Tiziana Fabi / AFP)

Los Expedientes Lindner

Cuando los K hackearon a Jorge Bergoglio

Durante todo diciembre, NOTICIAS publicará investigaciones del jefe de Política y de la web de la revista. El presente capítulo pertenece al libro "Historias de espías (y espiados)" (Planeta, 2019).

Falta menos de una semana para el Tedéum del 25 de mayo en la Catedral porteña. Monseñor Jorge Bergoglio atiende un llamado urgente. Del otro lado de la línea le habla un poderoso funcionario del kirchnerismo cuyo apellido es Fernández y cuyo nombre empieza con A.

—Monseñor —le dice el funcionario—, lo llamo porque el Presidente está dudando en ir al Tedeum este domingo…

—¿Por qué? —contesta Bergoglio—. Sería una lástima que no viniera.

El funcionario le transmite el mensaje:

—¿Sabe lo que pasa? Está preocupado por algunas de las cosas que usted va a decir en su homilía. Las considera injustas…

El arzobispo de Buenos Aires, virtual jefe de la Iglesia Católica argentina, siente un escalofrío.

Pregunta:

—¿Pero cómo sabe él lo que dice la homilía?

El funcionario evade el interrogante:

—Mire, lo único que le pide el Presidente es que no sea injusto con él. Quiere ir el domingo…

Después de cortar la comunicación, Bergoglio se queda pensando…

Nadie aún tuvo en sus manos el escrito que piensa leer en el tedeum, dentro de pocos días… Nadie salvo él y sus colaboradores de máxima con#anza. Entonces, ¿cómo obtuvo ese texto el presidente Néstor Kirchner?

Corre el año 2006 y la relación entre monseñor y el Gobierno está en un momento difícil. Kirchner lo señala como «el jefe de la oposición». A Bergoglio, por su parte, lo irrita el estilo exaltado y siempre penden#ciero de ese caudillo llegado de la Patagonia. Hay una cuestión de piel por la que los dos se repelen, una y otra vez. Pero hasta ahora el Presidente nunca había llegado tan lejos: hacerle saber a su adversario que lo están espiando viola las más básicas normas de convivencia.

Bergoglio busca entre sus papeles la homilía que escribió con su máquina Remington, y que además tiene los agregados que en tinta azul sugirió su vocero, el padre Guillermo Marcó. Hace dos días que María Luisa, la secretaria del arzobispado, pasó el texto en limpio a la computadora. Solo de ahí pueden haberlo extraído los espías kirch neristas.

A Bergoglio lo hackearon.

El padre Marcó, el otro yo del cardenal, es quien algún tiempo después me confía la escabrosa escena y dice:

—Ese texto no lo tenía nadie. Siempre se lo dábamos a la Casa Rosada y a la prensa un día antes del Tedeum, pero esto fue anterior: no lo tenía nadie todavía…

—¿A quién del Gobierno se lo daban? —pregunto.

—A Oscar Parrilli, el secretario general de la Presidencia, que era el interlocutor habitual de Bergoglio —responde Marcó.

—Pero no fue el que llamó esa vez para reclamar por lo que decía la homilía —le digo.

— No. Esa vez llamó uno de los Fernández —Marcó da una pista, pero enseguida pide piedad—: no me preguntes cuál.

Aníbal, entonces ministro del Interior, era el Fernández que tenía mejor relación con Bergoglio. Alberto era el jefe de Gabinete. Ninguno de los dos se hizo cargo de esta historia.

Le sigo preguntando al ex portavoz de quien hoy es el Papa Francisco:

—¿Conrmaron que la computadora de Bergoglio estaba hackeada?

—Lo confirmamos —dice Marcó—. Yo conseguí una empresa de esas que revisan los teléfonos y las computadoras. Y lo que detectaron es que la PC que usaba Bergoglio estaba intervenida. Los teléfonos también.

—¿Bergoglio usa celular?

—No tiene. Él atiende el teléfono de línea del arzobispado entre las 7 y las 8 de la mañana. Los que queremos hablar con él lo llamamos en ese horario, se levanta temprano.

—¿Cómo tomó Bergoglio el hecho de que lo hubieran hackeado?

—Ya venía sospechando que lo vigilaban. Cuando alguien importante lo visitaba en el arzobispado, ponía música funcional de fondo para que la SIDE no pudiera escuchar lo que conversaban. Música funcional o también religiosa.

—¿Algún recaudo más?

—Después de enterarnos de que estábamos pinchados, algunos temas ya no los hablamos por teléfono. Además, cuando en una charla nos referimos a Néstor Kirchner o Cristina, les ponemos sobrenombres para despistar…

—¿Qué sobrenombres?

—No me gusta decirlos. Parecidos a los que usa la gente…

Marcó se sonríe.

¿Le dirían «El Loco» o «El Vizcacha» al Presidente?

¿Tratarían de «La Reina» a su esposa?

—Además —agrega Marcó—, ahora cuando hablamos por teléfono siempre le mandamos «saludos a la SIDE».

Hay que volver al conflictivo Tedeum del 25 de mayo de 2006 que motivó el llamado de uno de los Fernández a Bergoglio. Esta vez, en contra de lo acostumbrado, el cardenal decide no adelantarle un día antes su discurso a la Casa de Gobierno. ¿Para qué, si Kirchner ya está al tanto de todo lo que piensa decir? A los medios de comunicación tampoco les anticipa el texto, acaso para impedir alguna filtración indeseada

Es la primera vez que toma esa medida.

El domingo del tedeum, finalmente, el Presidente da el presente que antes había puesto en duda. La Catedral estalla de fieles, funcionarios y periodistas. Sentados en la primera filla frente al púlpito, Néstor y Cristina Kirchner escuchan las amargas amonestaciones del arzobispo.

—Desdichado el vengativo y rencoroso —azota Bergoglio—, el que busca enemigos y culpables solo afuera para no convivir con su amargura y resentimiento, porque con el tiempo se pervertirá, haciendo de esos sentimientos una pseudoidentidad, cuando no un negocio…

El Presidente escucha con expresión tensa y eleva su mirada hacia la cúpula.

Alberto Fernández toma nota en una libreta, concentrado en cada palabra.

El cardenal hackeado continúa:

—Felices si somos perseguidos por querer una patria donde la reconciliación nos deje vivir, trabajar y preparar un futuro digno para los que nos suceden. Felices si nos oponemos al odio y al permanente enfrentamiento…

Kirch ner entrecierra los ojos, furioso. Fernández sigue tomando nota.

—¿Cuántas veces —vuelve a golpear Bergoglio— hemos caído los argentinos en la malaventuranza del internismo, de la constante exclusión del que creemos contrario, de la difamación y la calumnia como espacio para la confrontación y el choque? Desdichadas actitudes que nos encierran en el círculo vicioso de un enfrentamiento sin fin…

El Presidente ya parece absorto y resignado. Su jefe de Gabinete ha dejado de anotar.

Bergoglio clava otro puñal:

—¿Cuántos de estos caprichos y arrebatos de salida fácil, de «negocio ya», de creer que nuestra astucia lo resuelve todo, nos han costado atraso y miseria? ¿No reflejan acaso nuestra inseguridad prepotente e inmadura?

Cuando la homilía llega a su fin, Kirchner abre los ojos y emerge de su pesadilla.

Cristina, a su lado, sigue muda.

Alberto cuchichea por lo bajo con el otro Fernández del Gabinete, Aníbal, acaso para coordinar una respuesta oficial ante el cachetazo que acaba de recibir el Gobierno.

Los colaboradores de Bergoglio, guiados por el vocero Marcó, reparten —ahora sí— el discurso entre los periodistas. También les entregan dos copias a los Fernández.

Ahora que Bergoglio terminó de hablar, ya pueden tenerlo. Y compararlo con el texto que habían hackeado: a pesar de la advertencia telefónica, monseñor no cambió una coma.

¿Qué esperaban de él?

Las crónicas periodísticas de la época registraron el curioso dato de que el texto de la homilía recién fuera entregado a funcionarios y periodistas después de terminada la función, pero nadie se explicaba el motivo.

Bergoglio tampoco quiso hacerlo público.

Ya había soltado una pista en su duro sermón:

—Posiblemente la pureza de un corazón que ama sus convicciones provoque rechazo y persecución.

Un rato después, el Gobierno salió a responder y a bajarle el precio al asunto.

Alberto Fernández, el que había tomado nota de todo, explicó:

—No es para el Gobierno. Es un mensaje para todos los argentinos, para toda la ciudadanía.

Aníbal, el otro Fernández, coincidió:

—Fue un mensaje muy importante. A los que sostienen que fue contra el Gobierno les debe caer el sayo de desinformadores mercenarios.

Nilda Garré, la ministra de Defensa, los secundó:

—El mensaje de Bergoglio no lo tomé como alusivo al Presidente. El Presidente es democrático, las instituciones del Estado funcionan plenamente.

Daniel Filmus, el ministro de Educación, se sumó a la tarea de tapar el sol con la mano:

—De ninguna manera lo vimos como una crítica al Gobierno. No fue duro, todo lo contrario. Ha planteado los temas de la Argentina de hoy.

Solo el diputado Miguel Bonasso, por entonces aún kirchnerista, se permitió disentir:

—¿Si fue contra el Gobierno? Los jesuitas tienen una facilidad para matizar lo que dicen…

Y sí, Bergoglio es jesuita: religioso y político en simmultáneo.

Sus palabras, que estaban en sintonía con la descripción que la oposición hacía del kirchnerismo, dejaban poco librado a la imaginación: rencor, confrontación, ánimo vengativo, choque, resentimiento, «negocio ya»… Y también, claro, persecución.

Aquel 2006 fue el último 25 de mayo que el arzobispo celebró el tedeum en la Catedral porteña. Los Kirchner en adelante mudarían el evento a distintas iglesias del interior del país donde el párroco de turno les garantizara un trato más benevolente. Y Bergoglio, desairado, se quedó afuera de la fiesta patria.

El padre Marcó, su antiguo vocero, me sigue conatando:

—Lo de los tedeum de Bergoglio fue algo que le aconsejé yo. Antes de que llegara al arzobispado, la homilía en la Catedral la daba un cura cualquiera. Pero lo iban a escuchar el Presidente, los ministros, los jueces de la Corte, los jefes militares… Era necesario aprovechar esa tribuna, tenía que hablar el arzobispo, no un curita.

—Y te hizo caso Bergoglio —le digo.

—Lo entendió perfectamente —sigue Marcó—. Pero después, con el kirchnerismo, el tema se complicó. Ya al asumir, el 25 de mayo de 2003, Kirchner inventa un tedeum de transición de mando en la Basílica de Luján. Yo hablo con Scioli, su compañero de fórmula, y le digo que sería una lástima que no viniera a la homilía de Bergoglio. «Lo voy a hablar», me dice Scioli. Y lo convenció. Esa misma tarde, Kirchner vino a la Catedral. Pero costó.

—¿Y al año siguiente?

—El 25 de mayo de 2004 también vino. Fue un discurso fuerte de Bergoglio, no le gustó al Presidente. Se lo hicimos llegar un día antes y hubo alguna queja, pero vino… Eso sí, también estaba Horacio Verbitsky, el gran enemigo de Bergoglio. Y le preguntó a Kirchner por qué se tenía que seguir sometiendo a esa tortura.

—Se ve que lo escuchó.

—Al año siguiente, Kirchner anunció que no iría y Bergoglio suspendió el tedeum. Todo por iniciativa de Verbitsky. Y en el año 2006 volvió, pero por última vez.

Esa fue la vez en que lo hackearon. Desde entonces no hay más tedeum.

 

En esta Nota