El video es impactante.
Data de mediados del año 1997 y está filmado por las cámaras de vigilancia de la cárcel La Picota, en Bogotá. En las imágenes, uno de los presos del lugar, Miguel Rodríguez Orejuela, conversa durante más de media hora con un visitante inesperado: Mauricio Macri.
Rodríguez Orejuela está detenido en esa prisión de la capital colombiana desde un año antes, agosto de 1996. Él y su hermano Gilberto, también preso, son los jefes del temible Cartel de Cali. Macri es presidente de Boca Juniors y viene a hacer negocios.
Uno de los jugadores del América de Cali, el club de fútbol que controlan los Rodríguez Orejuela, le interesa: el arquero Oscar Córdoba.
Y para eso hay que hablar con sus patrones, aunque sean “capos” de una organización dedicada al crimen en general y el tráfico de drogas en particular, y aunque estén presos en una cárcel de máxima seguridad.
La existencia de ese video, del que aquí se habla por primera vez, era un dato desconocido hasta ahora.
Supe de esa cinta porque aún la sigue atesorando un ex jefe del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), la desaparecida central de Inteligencia colombiana. El agente se dio cuenta de la importancia de lo que tenía entre manos cuando en diciembre de 2015 el interlocutor de Rodríguez Orejuela se convirtió en Presidente de la Argentina. Desde ese momento, hizo llamados a espías de otros países, incluido un conocido ex miembro de la CIA norteamericana que me contó los detalles de esta historia.
–El video ya lo pidió la CIA –me dijo el ex agente norteamericano–. Están interesados en todo lo que tenga que ver con la Argentina y con Macri.
–¿Usted tiene el video? –le pregunté.
–No –dijo el ex CIA–. El que sabe de esto es un antiguo jefe de Inteligencia de Colombia, y ahora quiere negociar.
–¿Qué quiere?
–No sé cuáles son sus pretensiones. Yo lo conozco bien porque trabajamos juntos en una agencia de seguridad internacional cuando dejamos de ser espías.
–Cuando pasaron al sector privado, digamos.
–Exacto.
–¿Cómo le llegó el video a él?
–Lo tenían unos militares colombianos que se lo mostraron. Pero no sé si hubo dinero de por medio.
El ex hombre de la CIA, que habla un castellano pulido por sus temporadas en Buenos Aires, no quiere dar el nombre de su compañero colombiano. Pero aceptó hacerle llegar mis consultas.
–¿Con cuál de los hermanos Rodríguez Orejuela fue la reunión? –le pregunté.
–Con Miguel, el de la línea dura dentro de la organización –fue la respuesta que me hizo llegar el antiguo jefe de Inteligencia colombiano por medio de su ex colega de la CIA–. Es el que se puso al frente de la guerra contra los del Cartel de Medellín, los rivales de ellos. Cuando en 1993 los militares lo mataron a Pablo Escobar Gaviria, él fue el primero en enterarse. Los suyos también lo andaban siguiendo.
–¿La reunión con Macri por qué tema fue?
–Por el pase de un jugador del América de Cali, el club de ellos. El arquero.
–¿Y es normal que Macri tenga que ir a hablar con él a la cárcel?
–Es un escándalo. Pero Rodríguez Orejuela era conocido por citar a todos ahí, con total comodidad…
El ex espía concluyó:
–Si el video sale a la luz, no sé en qué puede terminar todo esto...
¿Quién tiene la filmación?
Hay dos antiguos jefes del DAS colombiano vinculados con el ex agente de la CIA. El primero es Laude Fernández Arroyo, que ocupó el cargo de director general de Inteligencia. El segundo, Fernando Niño Quintero, estuvo al frente de la División de Análisis de esa dirección del DAS. Ninguno de ellos quiso hablar en forma directa y dando su nombre, pero uno de los dos al parecer atesora esa evidencia de valor incalculable.
Al jefe del cartel de Cali que se reunió con Macri, Miguel Rodríguez Orejuela, lo apodan “el Señor”. Al igual que su hermano Gilberto, alias “el Ajedrecista”, fue extraditado a los Estados Unidos unos años después de la visita registrada en el video. La condena del “Señor” y “el Ajedrecista” es hasta el año 2036.
Es difícil reconocer al Presidente que hoy dice combatir a las mafias en aquel ambicioso dirigente del fútbol de menos de 40 años que no le hacía asco a nada y estaba tan decidido a negociar con Dios como con el diablo.
¿Por qué Macri no envió a un emisario para evitar exponerse de esa manera? Quizá fue un acto de inconsciencia. O tal vez Rodríguez Orejuela no hubiera recibido a otro y solo aceptara hablar de jefe a jefe.
La historia del video también la escuchó un ex titular de la Side, Miguel Ángel Toma, quien ocupó ese cargo durante la presidencia de Eduardo Duhalde.
Toma me dijo:
–Eso está circulando desde hace un tiempo. Yo no vi la filmación, pero me contaron de qué se trata.
–¿Quién se lo contó? –le pregunté.
–Alguien del mundo del fútbol, de la AFA, con quien solemos jugar al golf –dijo Toma.
–¿El Gobierno está al tanto?
–Debería estarlo, por lo extendido del rumor. Igual, no olvidemos que estamos en campaña y que es una época en que se dicen muchas cosas. Hasta que ese video no aparezca, y certificado por un escribano público, yo no sé qué pensar.
Un viejo colaborador de Macri en Boca y actual funcionario del PRO me dijo que también escuchó la historia, y que su jefe está enterado.
Pero desafió:
–Si ese video existiera, ya lo habrían mostrado. ¿O qué están esperando?
¿Qué se acordó en aquella reunión en la cárcel de Bogotá? El pase del arquero Oscar Córdoba se terminó cerrando en 1 millón de dólares, pero antes habría un período en el que estaría a préstamo. La razón es que Macri no descartaba aún comprar al paraguayo José Luis Chilavert, el portero estrella de Vélez, cuyo precio cuadruplicaba el de Córdoba.
El colombiano se fue del América de Cali promediando el campeonato de su país y apurado por las necesidades de Boca.
–Me dijeron: “Vaya y preséntese. Porque eres tú o Chilavert”. Y yo era la opción más barata –dijo Córdoba en un reportaje.
Si parecía inusual que el presidente de un club se reuniera con un jefe “narco” en la cárcel, también lo era que un jugador se subiera a un avión para presentarse ante una institución que aún no había definido su compra. Pero, claro, esa informalidad obedecía a cómo se había negociado su transferencia.
“Vaya y preséntese”.
¿Quién le iba a discutir una orden al “Señor”?
En Buenos Aires, sin embargo, surgieron contratiempos a la hora de firmar el acuerdo. Macri pretendía un préstamo por un año antes de comprar al jugador, y el América de Cali hablaba de solo seis meses, como finalmente terminaría sucediendo. Además, había una diferencia de unos 100 mil dólares entre lo que ofrecía Boca y lo que pedía el América por ese préstamo.
Sí, el “cartonero”, como la habían bautizado a Macri en el club, estaba regateando con los “narcos”.
Poco tiempo antes, también River había manifestado interés en contratar al guardavalla. Pero la negociación se frustró, tal vez porque los dirigentes del club de Núñez comprendieron con quiénes debían cerrar el trato.
¿Cómo había llegado el presidente de Boca a negociar con uno de los jefes del Cartel de Cali? La respuesta tiene nombre y apellido: Carlos Salvador Bilardo. Por entonces era el director técnico del equipo y entre sus varios antecedentes, además de salir campeón mundial con la Selección argentina en 1986, estaba el de haber dirigido al Deportivo Cali en los años 70. Ese club, al igual que el América de Cali, le pertenecía a los Rodríguez Orejuela.
Bilardo y “el Señor” eran viejos conocidos.
El DT contó en una entrevista:
–Miguel me quiso regalar 10 mil hectáreas en los llanos orientales. “¡Pero no, Miguel! ¿Qué hago yo con eso, cómo voy?”. Y me dijo: “Entonces le regalamos el avión al doctor”.
Miguel, claro, era Rodríguez Orejuela.
Bilardo también se ufanó en otro reportaje:
–Yo nunca hablé de esto. Hay un solo caso que no pude arreglar: Pablo con Miguel, no lo pude arreglar. Pablo Escobar, del Cartel de Medellín, Miguel Rodríguez y Gilberto Rodríguez, del Cartel de Cali... No lo pude arreglar, pero estuve a punto.
El mismo DT que fracasó en su intento de mediar entre las dos mafias “narco” de Colombia es el que en 1980 dirigió el seleccionado de ese país, con el beneplácito de unos y otros. No pudo arreglar las cosas entre Pablo y Miguel, pero quince años después sí logró acercar a Miguel con Mauricio.
–Hablá con Miguel de mi parte –le dijo a Macri.
–¿Vos estás seguro, Carlos?
–Vos andá.
“Pim, pam, pum”, como dice el DT, amigo de las resoluciones rápidas.
El arquero Córdoba llegó de la mano de Bilardo, sufrió algunos altibajos y goles tontos con su sucesor en el cargo, Héctor “Bambino” Veira, y terminó de consagrarse campeón de todo con el tercero de sus técnicos en Boca, Carlos Bianchi. Ganó tres campeonatos locales, dos Copas Libertadores y una Intercontinental, y en 2001 fue elegido por la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol como el segundo mejor portero del mundo detrás del alemán Oliver Kahn. Macri lo terminó cediendo en 2002 al Perugia de Italia, pero esta vez sin necesidad de negociar en ninguna cárcel.
Antes de irse, Córdoba se refirió a la proverbial mezquindad de su jefe en un reportaje con el diario La Nación:
–Me gustaría saber cómo sería Macri en otro momento económico del país. Porque si las tribunas están llenas como ahora, podría pagarle otros valores a los jugadores.
En el recordado Boca de Carlos Bianchi también se destacó otro colombiano que había jugado en el América de Cali de los hermanos Rodríguez Orejuela. Se trata de Jorge “el Patrón” Bermúdez, un recio defensor central que antes de llegar al club en 1997 pasó por el Benfica de Portugal, cedido por el América, razón por la cual Macri esa vez no tuvo que negociar con “el Señor”, sino con los europeos.
El tercer colombiano del equipo, el incansable mediocampista Mauricio “Chicho” Serna, provenía del Atlético Nacional de Medellín y se supone que en aquella operación no hubo nada raro. Macri lo compró en 1997, cuando Pablo Escobar, el jefe del Cartel de ese lugar y dueño del club vendedor, llevaba ya cuatro años muerto. “Chicho” Serna fue uno de los muchos colombianos de su selección que eran invitados a jugar “picados” con Escobar cuando estaba vivito y coleando.
El segundo de los tres colombianos, “el Patrón” Bermúdez, también fue imborrable para el presidente de Boca.
En 2005, ya fuera del club, dijo esto en un reportaje en la televisión:
–En cada negocio que se hacía, siempre tenía que quedarle algo a Macri. La famosa coima, o como se la quiera llamar, para dar la aprobación. Si no, era un no rotundo.
–¿Cómo lo sabe? –le preguntaron.
–Si lo digo es porque me pasó –contestó el colombiano–. En el año 2000, un club de Europa pidió cotización por mi pase y de Boca salió un fax en el que pedían 5 millones de dólares. Por la noche, desde la residencia de Macri, salió otro fax exigiendo 2 millones más y dejando de lado al representante que había hecho una extensa gestión...
Bermúdez además habló de su compañero en Boca y el América de Cali:
–Le pasó lo mismo a Oscar Córdoba, a muchos jugadores. Se preguntaban por qué los jugadores de Boca no salíamos a clubes más importantes, si ganábamos todo. La respuesta es esa. Macri nunca respetó a los intermediarios, gente que se ganaba un dinero que él quería para sus arcas personales.
Lo que el defensor no dijo es que había un representante al que Macri sí respetaba: su amigo Gustavo “el Negro” Arribas, actual jefe de los espías del Gobierno, compañero de paddle del Presidente y responsable en el pasado de las polémicas transferencias de los delanteros Martín Palermo, Carlos Tévez y Jonathan Calleri, como se contó en otro capítulo. Si Mauricio lo dejaba hacer era porque quizá tenía un acuerdo de índole comercial con Arribas.
Bermúdez contó en una entrevista radial que le dijo palabras terribles a Macri antes de irse de Boca:
–Vos no valés, sos un mentiroso y me quiero ir porque no quiero seguir con un presidente mentiroso, que además de tener todo el dinero del mundo quiere quedarse con el nuestro.
La respuesta de Macri se desconoce.
Cuando Bermúdez hizo su catarsis, en el invierno de 2005, el presidente de Boca al mismo tiempo era candidato a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires. Eligió no contestarle al jugador para no agigantar el escándalo, pero sí encargó, por indicación de su gurú Jaime Durán Barba, una encuesta reservada para medir la repercusión de esas acusaciones en el electorado. Los resultados lo tranquilizaron: como ocurre hoy, muchos de los encuestados no creían que un multimillonario como él pudiera querer quedarse con algo ajeno.
Antes de la historia del video, Macri tuvo un comienzo difícil en el mundo Boca. Decidió lanzarse a la conquista del club tras su salida de Socma en 1995. Gregorio Chodos, su amigo y uno de los gerentes del grupo, fue de los primeros en enterarse.
–Me voy de la empresa –le dijo Macri–, no me banco más a mi viejo. Nunca me va a dejar ser nadie.
–¿Qué querés hacer? –le preguntó Chodos.
–Voy a ser presidente –contestó Macri.
Chodos se sorprendió:
–¿Estás seguro? La política también te hace pasar momentos de mierda.
Macri se explicó mejor:
–No... Voy a ser presidente de Boca... El viejo no sabe nada de fútbol, ahí no se va a meter.
Mauricio luego le contaría a la periodista Gabriela Cerruti:
–Uno de los grandes gustos que me di en mi vida fue cuando mi viejo me llamó para opinar el primer día y le dije: “Papá, olvidate, vos de Boca no sabés nada, no entendés de fútbol ni de nada”.
–Pero él dice que tenía una vieja relación con Alberto Armando –le hizo notar la periodista.
Mauricio aclaró:
–Eso es cierto, porque la empresa iba a construir la Ciudad Deportiva de Boca. Y él tiene una foto mía, de chiquito, parado en unos pilotes mirando la cancha... Y claro, ahora la usa para decir que él me hizo de Boca. Creo que me llevó una vez a la cancha, era la Copa Libertadores, y cuando Boca metió el segundo gol se despertó y puteó porque había demasiado bochinche.
Macri encontró en Boca un refugio ante la omnipresencia de su padre. Y también un trampolín hacia su siguiente paso, la política.
–Todo lo que sé de política lo aprendí en el fútbol –repite siempre.
De adolescente pensó seriamente en ser futbolista, pero pronto se dio cuenta de que le faltaban condiciones técnicas.
–Ya que nunca voy a ser buen jugador, seré el dueño de Boca –les prometía a sus amigos del Newman.
Boca se parecía, en ese sentido, a un berretín. Y es llamativo que tan temprano ya confundiera el ejercicio de una presidencia con una propiedad personal.
–Mal que le pese, muchos le colgaron un cartelito: llegar a la presidencia de Boca es el capricho del muchacho millonario que se aburrió de todo –le dijo el periodista Jorge Sigal, actual funcionario del PRO, cuando lo entrevistó para la revista Gente.
–Tiene que ver con la pasión –contestó Macri–. Yo no necesito ni fama, ni plata, ni poder. Y ya asumí la frustración de no poder ser un jugador exitoso.
–¿Qué es lo primero que lee en el diario a la mañana?
–La formación de Boca. Desde chico, lo primero que leo en el diario es la información deportiva. La Bolsa me aburre y a la política la sigo muy poco.
Macri hablaba en serio. Más que Presidente, su verdadero sueño había sido ser jugador de fútbol. El mismo destino que soñó para su único hijo varón, “Caíco”, que no le dio el gusto.
La campaña para las elecciones de Boca fue un éxito. Secundado por Orlando Salvestrini, otro de los gerentes de su padre en Socma, Macri contrató a expertos de la compañía Walt Disney para definir el objetivo de su agrupación: “Recuperar la gloria perdida”.
Además intentó bajar de la contienda a sus rivales, Antonio Alegre y el banquero Carlos Heller, presidente y vice del club por entonces.
Al primero lo citó en el bar del hotel Sheraton de Retiro y le ofreció el cargo decorativo de “presidente honorario” si renunciaba a su candidatura, una sugerencia que hizo que el dirigente abandonara la reunión sin molestarse en contestar.
Al segundo, Macri fue a verlo a sus oficinas del banco Credicoop.
Heller quiso bajarle los humos:
–Te invito a que te sumes modestamente a esta conducción y hagas tu aprendizaje.
–Te agradezco –se rehusó Macri–. Pero desde que nací, estoy preparado para ser número uno.
La modestia no era lo suyo.
El heredero de Franco ganó las elecciones del 3 de diciembre de 1995 por un amplio margen: 7058 votos contra 4515 de Alegre y Heller. Pero ese mismo domingo a Boca le hicieron seis goles y se desvanecieron las chances de salir campeón. Macri más tarde diría: “Tengo muchos recuerdos negros, pero ninguno como el de aquella tarde”.
Temía que tras ese debut lo acusaran de “mufa”, luego de haberle prometido un auto a cada jugador si ganaban el torneo.
Diego Maradona, la veterana estrella del equipo, tampoco lo recibió de la mejor manera. De entrada, como ya se dijo, lo bautizó “el cartonero” por su notable tacañería para pagar sueldos y premios a los jugadores. “Él decía que éramos obreros –contó después Maradona–. Yo lo cacé al vuelo enseguida, por eso le dije: 'Conmigo te equivocaste, pibe'. Él jamás en su puta vida estuvo en un vestuario, a no ser que el papá le haya regalado alguno. Tiene menos calle que Venecia. Y ya de entrada andaba diciendo pelotudeces como 'al que le gusta, bien, y si no también', o 'bajamos la persiana y listo'”.
En sus primeros días en Boca, el nuevo presidente se apareció en uno de los entrenamientos del equipo, dirigido por el DT Bilardo, el de los amigos narcotraficantes. Pidió una camiseta y se sumó al equipo titular. Maradona, Claudio Caniggia, “la Brujita” Verón y los demás jugadores le hicieron pasar un pésimo momento: no le pasaron una pelota en la media hora en que estuvo en el campo de juego, viéndola pasar de un lado a otro.
Macri finalmente se hartó:
–¡Váyanse a la mierda! ¡No vuelvo más!
Pero cada tanto volvía.
Maradona luego dijo en un reportaje:
–A Macri le gustaba hacernos jugar con él, porque era jugar con sus empleados. Como jugador… un buen ingeniero.
Los primeros dos años y medio en Boca fueron duros, sin ningún título ganado a pesar de las estrellas que tenía el plantel y de su DT campeón del mundo. Macri se prestaba, resignado, a las cargadas futboleras que en su programa hacía Marcelo Tinelli, a quien le encantaba ridiculizarlo por sus desgracias. En la cancha, Maradona y compañía seguían sin hacer pie. Pero el club de todos modos se estaba transformando: comenzaba a operar en la Bolsa porteña y multiplicaba su merchandising y sus palcos vip. Si Boca le servía para darse un baño de popularidad a Macri, él como contraprestación le sumaba una novedosa dosis de glamour y mercadotecnia a la institución.
Hubo varios momentos hilarantes, como aquella entrevista que en 1996 le hizo la dupla del momento, Enrique Macaya Márquez y Marcelo Araujo, en el programa Fútbol de primera. Macri estaba furioso por un arbitraje que había perjudicado a su equipo y hablaba sin filtro.
Primero amenazó a todos:
–Eso lo que va a hacer es acabar con el fútbol argentino, porque obviamente gira alrededor de lo que Boca genera. O sea, o acá nos damos cuenta, o no va a haber ni plata para prender la luz, ni para pagar los referís, ni para nada. La gente de Boca se va a cansar. Lo que yo debería proponer a la gente de Boca es que no vaya más de visitante. Entonces, hagamos una campaña entre los hinchas de Boca, que no vamos más de visitante...
–Pero Macri... –intentó interrumpirlo Macaya Márquez, alarmado por el razonamiento.
Pero el presidente seguía embalado con su boicot:
–Entonces vamos a ver qué pasa. Se muere el fútbol argentino. Nosotros llenamos nuestra cancha y los demás, que se mueran. A ver qué hacen los demás sin Boca...
Macaya lo frenó:
–Macri, yo le quiero explicar algo. Boca sin duda es el que tiene más convocatoria. Pero no creo que eso sirva para imponer determinadas razones. “Mire, como yo soy el que pone la plata y la gente, me tienen que tratar de determinada manera”.
Macri seguía lejos de recapacitar:
–¡Pero no puede ser que un linesman nos cobre un gol así! ¡Es una cosa que a mí no me entra!
Araujo le preguntó, casi cómplice:
–¿Hay venalidad?
Macri cabeceó el centro:
–Yo prefiero pensar que hay falta de capacidad. Entonces, reveamos la cosa. Este Barrientos, o como se llame, desde ya no puede hacer más de linesman ni acá ni en la C.
El dueño de la pelota amenazaba con matar de hambre a todos si los árbitros no cobraban a su favor. Y a los gritos pedía cabezas. Todo eso en un programa de 40 puntos de rating.
Pero, como ocurre siempre en el fútbol, al domingo siguiente ya se hablaba de otro tema.
Otro berrinche que Macri tuvo en esos primeros tiempos difíciles fue por las cámaras de seguridad que el Gobierno había ordenado instalar en los grandes estadios, los de Boca, River, Vélez y Huracán. Era por un decreto del entonces presidente Carlos Menem, que debía poner en práctica el secretario de Seguridad, Miguel Ángel Toma, el mismo que luego comandaría la Side y que en este capítulo habló del video en la cárcel colombiana.
Las nuevas cámaras para los estadios debían cumplir los parámetros técnicos que indicaba Toma: un moderno sistema de algoritmo italiano que calculaba la distancia entre las pupilas, el mentón y la nariz de una persona para identificarla en tiempo real, con conexión a la base de datos de la Secretaría de Seguridad. Los demás clubes estaban avanzando con la iniciativa, salvo Boca.
Toma entonces pidió una reunión con Macri.
Le dijo:
–Elegí el sistema que quieras, que cumpla con los parámetros. Pero tenés que hacerlo, acá hay un decreto del Presidente.
Macri se quejó:
–Bueno, pero son muy caras las cámaras esas...
–Son caras para todos –le dijo Toma–. Además, esto te va a solucionar muchas cosas.
–Bueno, dale, avancemos –lo despachó Macri.
Luego de un tiempo prudencial en el que no hubo novedades, Toma lo llamó por teléfono:
–Mauricio, si no cumplís te voy a tener que clausurar la cancha.
–¡Eh, pará! –protestó Macri–. ¡Pero dame un plazo!
El secretario de Seguridad le dio una prórroga.
Pero Macri no la cumplió.
Entonces, Toma ejecutó su advertencia y clausuró la cancha de Boca, la Bombonera.
Días después, Menem lo llamó al funcionario:
–Miguel, qué pasó, que ha venido Macri a ponerme una queja porque le clausuraron la cancha...
Toma le explicó:
–Se estaba haciendo el pelotudo con las cámaras. Todos los demás cumplen, menos él. Tengo que hacer respetar tu decreto, Carlos.
–Bueno, ¿pero qué se puede hacer? –le dijo Menem.
Toma apeló al hincha que su jefe llevaba adentro:
–Carlos, pensalo... ¿De qué equipo sos vos?
–De River.
–Entonces, ¿de qué te preocupás?
Menem se rio con la ocurrencia:
–Sí, tenés razón. Hacé aplicar el decreto.
La Bombonera permaneció clausurada por tres semanas, hasta que el díscolo Macri se puso al día con las nuevas cámaras de seguridad.
Desde entonces, cada vez que lo ve a Toma le recuerda:
–Vos me clausuraste la cancha...
Y el otro le responde:
–¿Te pensás que me gustó? Si yo soy socio del club.
Ya se contó en otra parte del libro que Macri también le recrimina a Toma la elección a la intendencia porteña que perdió en 2003.
Era difícil que, con esos antecedentes, le diera un cargo en su gobierno, en contra de lo que especulaban algunos.
El propio Toma me dijo:
–Eso de que yo podía ir a la AFI sonaba a disparate. Con la relación que tenemos con Mauricio...
La falta de resultados deportivos de esos primeros tiempos en Boca envalentonó a la oposición que Macri tenía en el club, que rechazó el balance que el presidente presentó a fines de 1997. Era la primera vez que eso ocurría en la historia de la institución. La oposición le objetaba más de 8 millones de dólares en gastos que no parecían cerrar. Enseguida se constituyó una comisión investigadora, que presentó un informe lapidario en el que se hablaba de desvíos presupuestarios, pagos millonarios a empresas inconsistentes e irregularidades administrativas, entre otras yerbas.
El crédito de Macri en Boca se estaba agotando. Hasta que en julio de 1998, ya contra las cuerdas, finalmente su suerte cambió. Fue con la llegada de Carlos Bianchi, el tercer técnico de su gestión después de los fracasos de Bilardo y Héctor Veira. Como las supersticiones son la materia prima del fútbol, Macri insistía con su desopilante cábala de que el DT del club debía escribirse con B de Boca –en el caso de Veira, “el Bambino”, encima había una corta y una larga– y al final, al tercer intento, le salió bien. Bianchi, “el Virrey” –también con una corta y una larga– fue su salvador.
Fue lo más importante que aprendió el Presidente en esa época: para el que persevera, todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Con Maradona ya exiliado del club, Bianchi comandó un equipo en el que a primera vista no había figuras rutilantes, pero sí claras promesas como Martín Palermo y el joven Juan Román Riquelme, que en poco tiempo se consagraron y ganaron todo, acompañados por los tres colombianos provenientes de Cali y Medellín. Todos jugadores que habían costado razonablemente poco y que llenaron de gloria a la institución y a su presidente. Mientras los goles y los títulos se sucedían, las críticas internas fueron acalladas y las denuncias de sus opositores empezaron a sonar ridículas y extemporáneas. La consagración en Tokio contra el Real Madrid en la final de la Copa Intercontinental marcó el clímax de esa racha impresionante. Y en el medio, Macri logró una cómoda reelección al frente del club.
Pero, como todo lo bueno, no podía durar demasiado. Después de que Bianchi se cansara de ganar absolutamente todo, el presidente del club, como ya se contó, quiso bajarle el sueldo, amparado en la necesidad de un ajuste por la crisis de 2001.
La reacción del “Virrey” fue negarse a renovar su contrato. El “cartonero” se dio cuenta de que se había metido en problemas, pero ya no podía volver atrás sin sentirse desautorizado.
Jugó su última carta en una conferencia de prensa que más bien estaba concebida como una emboscada.
Frente a los periodistas, lo chuceó al técnico:
–Si vos, Carlos, querés tirar la toalla y no pensás que vale la pena volver a remar, es tu decisión. Pero yo estoy acá para hacer lo mismo que cuando te fui a buscar a Italia. O España era, ¿no?
Bianchi, sentado a su lado, hizo un gesto de asombro mientras le alcanzaban el micrófono.
–Presidente, lo escucho, está bien...
Macri siguió:
–Vos tenés que darme una respuesta, porque los hinchas de Boca merecen tener clara la situación, y no que haya malentendidos. Tenemos que explicarle al hincha por qué el proyecto no sigue. Así yo también me termino de enterar...
Quería obligar al DT a que dijera que se iba por un problema de dinero, para dejarlo en evidencia ante el público en una época de vacas flacas.
Bianchi se incomodó:
–No tengo por qué decir las causas yo. No hagamos de esto un programa de chimentos de esos que pasan a de la tarde. A los 52 años no estoy para eso.
Y cuando Macri volvió a insistir, se levantó de su asiento y lo dejó hablando solo.
–Chau, felicidades –saludó y partió raudo.
Macri seguía encaprichado:
–No, Carlos, no corresponde...
Fue un papelón inolvidable.
Afuera, los simpatizantes lo aplaudieron al “Virrey” e hicieron silencio cuando salió Macri.
Esa misma tarde, Boca había goleado 6 a 1 a Lanús con una exhibición del estratega Riquelme y los suyos. Hasta Naohiro Takahara, el atacante japonés al que Macri había comprado por iniciativa propia, sin el aval de Bianchi, hizo un gol, el único en su paso por la institución. El DT, que no lo ponía nunca, festejó ese tanto con ampulosos e irónicos aplausos.
Takahara había sido otro de los berretines de Mauricio, que buscaba explorar nuevos mercados como el asiático.
Tras la salida de Bianchi sobrevino un período de sequía que por la fuerza hizo recapacitar al presidente de Boca. Y en 2003 volvió a buscarlo. En silencio, sin incómodas conferencias de prensa de por medio, arreglaron los números.
El segundo ciclo del “Virrey” en el club repitió las hazañas del primero, esta vez con un joven e inspirado Carlos Tévez como figura. Ese año volvió a ganar el torneo local, la Copa Libertadores y la Intercontinental en Tokio, y Macri volvió a ser reelegido. El DT confirmó que era cierto aquello de que tenía el celular de Dios.
Pero otra vez, como un déjà vu, el asunto terminó mal, con Bianchi pegando el portazo en julio de 2004. En el entorno del DT hablaban de los maltratos de Macri, de cómo se le había pasado darle el pésame a la esposa del “Virrey” por la reciente muerte de su madre y de cuánto molestó a Bianchi que el presidente por esos días haya expuesto al plantel a un viaje de noche y por un camino sinuoso –la opción más económica– cuando Boca volvía de disputar otra final de la Libertadores contra el Once Caldas en Colombia, el país maldito de este capítulo. Todo terminó en definición por penales y con los colombianos arrebatándole a Bianchi la que hubiera sido su cuarta copa continental con el club.
Después de ese desenlace, cuentan que este fue el diálogo final entre ellos.
–Me voy.
–¿Adónde te vas?
–Me voy de Boca, digo.
–¿Cuándo?
–Ahora.
Además, se filtraron otras frases a la prensa.
Esta de Macri a Bianchi: “No te aguanto más”.
Y esta del DT a su presidente: “El que no los aguanta más soy yo: mientras jugaba la parte decisiva de la Copa, ustedes me estaban desarmando el equipo y vendiendo a los jugadores”.
Además, a Bianchi lo molestó enterarse de que en la Comisión Directiva del club –dominada por el macrismo– lo llamaran “el fenicio”, debido a sus exigencias económicas. Claro, no estaban acostumbrados a pagar lo que los éxitos valen.
Los dos “tanos”, Macri y Bianchi, jamás aprenderían a compartir la gloria sin darse codazos. Aún hoy al Presidente le cuesta reconocer lo que le debe al DT, que lo hizo pasar del fracaso al éxito en Boca y lo catapultó hasta donde está ahora.
Tras la segunda despedida del “Virrey”, Macri insistió con su esotérica cábala de la B de Boca. Los siguientes entrenadores que se sentaron en el banco fueron Miguel Brindisi, Jorge Benítez y Alfio “Coco” Basile. Solo el último logró campeonatos. Luego siguió Ricardo Lavolpe, el primero en romper la tradición, y con resultado fatídico: llevaba una ventaja que parecía irremontable, pero terminó perdiendo los últimos tres partidos, y con ellos, el torneo. A Lavolpe lo apodaban “Bigotón”, pero con esa B no alcanzó.
Si la cábala se interrumpió en los años siguientes fue porque no había la cantidad suficiente de entrenadores cuyo apellido empezara con esa letra. El de ahora, Guillermo Barros Schelotto, es de los pocos que quedan. Lo eligieron las actuales autoridades del club, que responden a Macri.
Bianchi no fue el único ídolo de Boca que se sublevó al estilo de conducción de Macri. Antes ya lo había hecho Maradona, y después fue otro “10”, Juan Román Riquelme. El talentoso enganche festejó un gol con ambas manos en sus oídos, como si tratara de escuchar al presidente del club que seguía el encuentro desde su palco, y que no venía respondiendo a sus reclamos de una mejora en su contrato. El gesto quedó grabado en la retina de los hinchas.
Después del partido, Riquelme ironizó:
–¿El festejo? Lo hice porque a mi hija le gusta el Topo Gigio.
También se fue del club peleado con Macri, pero también volvió, como Bianchi. El anteúltimo contrato que firmó fue con otro presidente, Jorge Ameal, en 2010. Era por cuatro años, pero el tesorero de la institución, Daniel “el Tano” Angelici –quien responde a Macri y hasta hace poco fue uno de sus principales operadores en la Justicia–, pretendía que solo fuera por dos. Entonces, en señal de protesta, Angelici presentó su renuncia. “Yo era partidario de firmar uno por dos, y que no estuviera atado a un dólar libre. Hay que adecuarse a la realidad argentina”, explicó el hombre.
Exactamente dos años después, y cuando ya Angelici era el presidente del club en representación de Macri, Riquelme le cumplió su deseo y renunció de manera intempestiva a Boca. Le quedaba por delante la mitad del contrato, pero quiso escarmentar al “Tano” y también a su jefe político.
En otra recordada conferencia de prensa, se despidió diciendo que se sentía vacío. La cara de Angelici, quien se estaba enterando de la decisión del ídolo en ese preciso momento, era un canto a la impotencia.
Hasta la entonces presidenta Cristina Kirchner bromeó al respecto en un acto, cuando lo señaló a su secretario de Comercio:
–¿Por qué tiene esa cara, Moreno? No me mire como Angelici lo miró a Riquelme...
La claque K festejó la ocurrencia.
Riquelme por esas horas intercambiaba continuos mensajes de texto con Sergio Massa, el opositor y ex jefe de Gabinete K, quien en vano quería ficharlo para Tigre, el club de sus amores.
Massa por entonces me confió cuál era el verdadero motivo del portazo:
–¿Sabés por qué Román le renunció a Angelici justo ahora? Porque se cumplieron los dos años...
–¿Qué dos años? –pregunté.
–Riquelme había firmado por cuatro años con el anterior presidente –explicó Massa–, pero Angelici quería solo dos. A los dos años exactos, Riquelme le dio el gusto, se fue y lo dejó pagando mal. Un tipo difícil...
A pesar de ese choque, Riquelme volvió a vestir la “10” de Boca poco después, otra vez de la mano de Bianchi, que regresaba por tercera vez al club. En aquella oportunidad, Angelici se mostró impiadoso. Después de que “el Virrey” saliera subcampeón de River y luego perdiera algunos partidos en el torneo siguiente, lo echó como a un perro. Lo hizo por orden de Macri, claro. También a Riquelme, ya veterano, terminaron empujándolo a irse. Andaba por los 36. Tres años después siguen sin organizarle su partido de despedida.
Los dueños de Boca son ellos, Mauricio y “el Tano”. Los ídolos deben acatar.
Por deformación profesional, el hoy Presidente suele utilizar metáforas del fútbol para ilustrar sus conceptos.
Por ejemplo:
–En un equipo es importante el talento de un Riquelme, pero también se necesita el sacrificio de varios “Chicho” Serna.
De los tres colombianos de este capítulo, Serna, de Medellín y no de Cali, siempre fue su preferido, y el único que no lo criticó.
También en sus discursos políticos el Presidente suele citar no a Perón, Yrigoyen o Jauretche, sino a grandes pensadores de la pelota.
En un acto en el Centro Cultural Kirchner dijo:
–Hay que ir paso a paso, como decía “Mostaza” Merlo.
En la Bolsa de Comercio declaró:
–Como dijo el querido “Bambino” Veira, la base está.
Y también al “Coco” Basile lo citó en alguna oportunidad.
Macri además desconcierta a otros jefes de Estado del mundo con sus chicanas futboleras.
A la alemana Angela Merkel le dijo en una reunión bilateral en la Casa Rosada:
–Vamos a llegar a la final del Mundial en Rusia los dos, pero esta vez le va a tocar ganar a la Argentina para que las cosas sigan parejas, que es bueno para todas las relaciones.
La canciller alemana se limitó a sonreír por mera cortesía.
En otro encuentro con el presidente de España, Mariano Rajoy, Macri afirmó, jocoso:
–Diría que el único ruido que tenemos, y que nos cuesta perdonarles, es que nos saquen sistemáticamente nuestros mejores jugadores de fútbol y los mejores entrenadores.
Rajoy tampoco supo qué responderle.
Y al gélido líder ruso, Vladimir Putin, el Presidente le hizo otra broma tonta en la cumbre del G-20 en China. Le dijo que aunque los rusos organizaran el próximo Mundial, quien lo ganaría sería la Argentina.
Putin, confundido, le pidió al intérprete:
–Pregúntele si se está burlando.
No todos entienden el humor futbolero de Mauricio.
También en China, en la misma gira de mayo de 2017, Macri se encontró con Carlos Tévez, el ex Boca que ahora juega en el fútbol de ese país, y subió un saludo del “Apache” a su cuenta de Instagram.
Y al presidente chino, Xi Jinping, en simultáneo le regaló una camiseta de la Selección argentina con el 8 en la espalda, el número de la suerte en ese país.
Luego le dijo:
–Le voy a mostrar un gol que hice.
Y puso un video en su smarthphone, donde se lo veía pateando un tiro libre y clavando la pelota en un ángulo.
El chino lo festejó:
–¡Messi!
Días después, en Japón, Macri redondeó el show con una foto con Naohiro Takahara, aquel olvidado e inofensivo delantero que, resistido por el DT Bianchi, marcó un solo gol en todo el tiempo que estuvo en Boca. Para Macri, su descubridor, siempre fue un crack.
Además de todo eso, hay que aclarar que el Presidente también mantiene reuniones en las que sí se habla de política.
Es evidente que Macri tiene en su ADN futbolero un plus que lo hace más popular y querible. Si el progresismo de los grandes centros urbanos siempre lo miró de reojo, con Boca en cambio logró penetrar en las capas bajas desideologizadas, donde los goles y títulos se traducen en adhesión y las gastadas a los rivales se festejan.
Néstor Kirchner lo tenía bien claro cuando, recién llegado al poder, en privado decía esto:
–De todos mis rivales solo me preocupan dos. Carrió, porque me puede sacar a los “progres”. Y Macri, porque me saca a los negros.
Boca y el fútbol, aparte de multiplicar su fama e impulsarlo a lo más alto, en algún momento también fueron una tabla de salvación para él. Cuando la llamada “banda de los comisarios” lo secuestró en agosto de 1991, Macri temió por su vida. Pero uno de los secuestradores, el que se encargaba de darle la comida, resultó ser hincha del mismo equipo.
Mauricio no sabía su nombre, pero decidió llamarlo Mario, como el otro hacía con él, una medida de seguridad para despistar a los posibles curiosos.
–Mientras te tengamos acá, por las dudas te voy a llamar Mario –dijo el captor.
–Bueno, yo también te voy a llamar así –le respondió el secuestrado.
Los dos eran Mario y los dos eran de Boca.
Empezaron a hablar de los jugadores, los goles inolvidables, las hazañas logradas... Eran charlas que podían durar horas y que llenaban el vacío del cuartito de dos por tres metros donde Macri estaba cautivo, en una casa del barrio porteño de San Cristóbal.
Los otros secuestradores lo amenazaban de muerte, lo sometían a interrogatorios, lo insultaban... Pero con Mario hablaba de Boca.
En esos días, poco antes de que lo liberaran, uno de los Marios dijo:
–Yo quiero ser presidente de Boca, pero no sé si podré porque... bueno, porque no sé si ustedes me van a matar...
El otro Mario respondió riendo:
–¡Cómo vamos a matar al futuro presidente de Boca!
Los secuestradores cumplieron su promesa y lo dejaron ir sano y salvo tras cobrar los 6 millones de dólares del rescate.
Y Mario volvió a ser Mauricio y vivió para ser Presidente. De Boca y del país.


















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