Voyeurs (Pilar Camacho)
Voyeurs, El Lado B: Walter Ghedin lleva la intimidad al teatro
Con la dirección de Mariano Dossena y un elenco sólido, la nueva obra de Walter Ghedin explora los pliegues ocultos del deseo y las tensiones de la vida en pareja, desde la mirada lúcida de un sexólogo convertido en dramaturgo.
En la cartelera porteña aparece una obra que dialoga con el teatro contemporáneo desde un ángulo infrecuente: el cruce entre dramaturgia y sexología. Voyeurs, El Lado B, escrita por Walter Ghedin y dirigida por Mariano Dossena, se estrena en El Tinglado con un elenco encabezado por Victoria Carreras y Cristian Sabaz, acompañados por Mónica Salvador, Camila Cahn y Junior Pisanu. La propuesta, más allá de su premisa argumental, se sostiene en la trayectoria de un autor singular: un psicólogo y sexólogo que desde hace años explora las aristas de la intimidad y el deseo, tanto en la consulta clínica como en el campo narrativo.
Ghedin no es un dramaturgo convencional. Su obra se nutre de la observación minuciosa de la vida cotidiana, de las confesiones que atraviesan las paredes de los consultorios y de esa tensión incesante entre lo que se calla y lo que se expone. Su pluma teatral encuentra un terreno fértil en esos silencios incómodos, en las miradas desviadas, en los huecos del diálogo donde se esconde la verdad. En Voyeurs, El Lado B pone en escena una pareja desgastada por los años de convivencia, con el deseo evaporado y el tedio instalado como tercera presencia inevitable. La irrupción de una mujer en el edificio de enfrente actúa como disparador, pero más que un personaje externo funciona como un espejo que devuelve lo que los protagonistas se niegan a reconocer.
El tema del voyeurismo, planteado desde la sinopsis, excede la curiosidad erótica por la vida ajena. Ghedin lo trabaja como metáfora del deseo: mirar al otro como una forma de reencontrar lo que falta en uno mismo. Esa “otra mujer” es, al mismo tiempo, un cuerpo deseado y una proyección de carencias. El dramaturgo lo sabe y lo tensiona con precisión: el público asiste a un juego de espejos donde lo íntimo se convierte en espectáculo y lo privado se desarma bajo la lupa de la mirada colectiva.
La experiencia de Ghedin como sexólogo se percibe en la naturalidad con que despliega las contradicciones de la vida sexual de pareja. No hay moralismos ni giros efectistas; lo que predomina es una mirada clínica, despojada y a la vez profundamente empática. El autor sabe que la sexualidad no se agota en el acto físico: es un campo de representaciones, miedos y fantasías que atraviesan la convivencia. En la obra, el deseo aparece como pantalla ilusoria, como velo que oculta lo cotidiano y sus pliegues. Esa tensión entre lo aparente y lo verdadero es el “lado B” del título, aquello que los protagonistas —y los espectadores— intentan evitar pero que tarde o temprano se hace visible.
El dispositivo escénico, con las ventanas abiertas como símbolo de exposición, refuerza el planteo. La dirección de Mariano Dossena opta por un registro que equilibra lo íntimo con lo público: las conversaciones se filtran, los secretos se intuyen, y lo invisible se vuelve inevitablemente tangible. Los actores sostienen con solvencia esta dramaturgia de lo sugerido: Carreras y Sabaz encarnan a la pareja con matices entre la frustración y la nostalgia, mientras que la aparición de Cahn introduce la perturbación del deseo, ese corrimiento del eje que dinamita la aparente calma. Salvador y Pisanu completan un ensamble que aporta ritmo y tensión a la trama.
El gran mérito de Voyeurs, El Lado B es que no se conforma con narrar una crisis de pareja. Lo que Ghedin propone es un examen sobre la condición contemporánea: vivimos en una sociedad donde mirar y ser mirado constituye una experiencia diaria, amplificada por pantallas, redes y exhibicionismos varios. El teatro funciona aquí como laboratorio de esa paradoja: todos observamos, todos deseamos, pero pocos se animan a exponerse en su verdad más descarnada.
En ese sentido, la obra plantea una pregunta que resuena más allá de la sala: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a ser vistos realmente? La mirada del otro puede excitar, incomodar o desnudar lo que preferimos mantener oculto. Y es allí donde Ghedin, con la seguridad de quien ha escuchado durante décadas los relatos más íntimos de sus pacientes, sabe que el deseo siempre es ambivalente: ilumina y oscurece, promete y decepciona.
Voyeurs, El Lado B confirma que Walter Ghedin ha encontrado en la dramaturgia un canal privilegiado para su saber clínico. Su teatro no es meramente testimonial ni ilustrativo: es una exploración poética y a la vez precisa de los conflictos de pareja, de las zonas grises de la sexualidad y de ese terreno movedizo donde lo íntimo se expone a la mirada pública. Una obra que interpela, incomoda y, sobre todo, obliga al espectador a reconocerse en el espejo de la escena.
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