En sus últimas proyecciones, el FMI estima que el mundo crecerá un 3,2% en 2025, con una notable diferencia entre las economías avanzadas (1,8%) y los mercados emergentes y economías en desarrollo (4,2%). Estados Unidos y China, concretamente, crecerían un 2,8% y un 4,8%, respectivamente. Brasil y México, las dos mayores economías latinoamericanas, crecerían un 3,0% y un 1,5%, respectivamente (2,1% la región en su conjunto, incorporando también el Caribe). La proyección para Argentina es muy optimista y se mantiene en torno al 5%.
Agenda económica. Estos datos son muy importantes para la toma de decisiones. Desde la perspectiva empresarial, concretamente, ofrecen indicios sobre el comportamiento futuro del consumo y de la demanda, más allá de las diferencias obvias que existen al comparar sectores. Para el sector público es clave porque permite proyectar, por ejemplo, la recaudación de impuestos.
Pero surge una pregunta elemental: ¿qué tan confiables son estos números? En principio, el mayor conocimiento de la economía y la disponibilidad de herramientas estadísticas más sofisticadas harían suponer que el margen de error debe ser bajo. Es evidente que estas proyecciones nunca podrán ser del todo exactas porque, a fin de cuentas, se trata de proyectar el comportamiento de una ciencia social. El crecimiento económico depende de las decisiones de millones de consumidores y empresas (y unos cuantos gobiernos) que, en muchas situaciones, están lejos de ser racionales. Por no hablar de eventos críticos y de baja probabilidad de ocurrencia (los famosos cisnes negros, como una pandemia o una guerra), que pueden alterar radicalmente cualquier tipo de proyección.
Lo cierto es que las proyecciones fallan, y mucho. Veamos algunos ejemplos. En los últimos años las proyecciones del FMI han subestimado el crecimiento de Estados Unidos notablemente. En octubre de 2022 se proyectaba un crecimiento del 1% para 2023, pero el crecimiento efectivo terminó siendo del 2,9% (casi el triple). En octubre de 2023 la proyección para 2024 anticipaba un crecimiento del 1,5% y el crecimiento efectivo habría estado en torno al 2,9% (casi el doble). Algo similar ocurrió para otras grandes economías mundiales. Y en el caso de las economías emergentes y en desarrollo los errores no son despreciables.
A favor del FMI hay que mencionar que el comportamiento de la economía mundial en los últimos años ha sido bastante desconcertante. Los manuales clásicos de macroeconomía expresan de un modo muy consistente qué debemos esperar en el comportamiento de las principales variables macroeconómicas cuando, por ejemplo, se producen cambios importantes en la política económica.
Por ejemplo, si un banco central aumenta la tasa de interés de referencia, deberíamos esperar una disminución de la producción de bienes y servicios (o al menos un menor crecimiento) por el impacto que dicha variación produce en el consumo y la inversión y, como consecuencia, un aumento del desempleo. A comienzos de 2022 la Reserva Federal comenzó a aumentar la tasa de interés agresivamente (en cerca de 5 puntos porcentuales en menos de un año) como respuesta al incremento de la inflación que venía registrándose desde comienzos del 2021 (y que aumentó del 1% al 8% interanual en cuestión de meses). La historia muestra que, cuando algo similar ocurrió, Estados Unidos entró en recesión y el desempleo aumentó: exactamente lo que la teoría económica predice. En las últimas seis décadas casi todos los episodios de aumentos de la tasa de interés desencadenaron una recesión en Estados Unidos. Concretamente, fueron 9 recesiones desde 1960. Y en cada una de ellas el PIB mundial también se contrajo o al menos se desaceleró.
Otra vez, la excepción. Pero esta vez algo falló. A comienzos de 2022 el desempleo estaba por debajo del 4%, un valor que muchos economistas consideran de pleno empleo. Y se mantuvo por debajo de ese nivel hasta mediados de 2024, cuando volvió a superar muy levemente ese umbral. La recesión nunca llegó.
¿Fue un error? ¿O es que las economías se están volviendo cada más impredecibles en el corto plazo por algún motivo desconocido? ¿Qué está ocurriendo? ¿La economía funciona de otra forma? ¿Ya no deberíamos esperar que algunas variables respondan como siempre lo han hecho a cambios en la política económica? Y si es así, ¿qué validez tienen entonces las proyecciones?
El breve análisis anterior no vuelve inútil las proyecciones económicas porque siempre lo fundamental es acertar, en condiciones normales, en qué sentido o dirección se moverá la economía. La cuestión de los números concretos es importante, pero no tanto como comprender los diversos escenarios y sus respectivas probabilidades. Para un empresario que debe elegir para localizar inversiones entre Argentina, Colombia o Perú, la comprensión de la dirección general de la política económica y sus efectos esperados sobre variables como crecimiento e inflación es lo más importante.
Pero además es muy importante asumir que la economía cambió y se está moviendo en una dirección donde los servicios y la tecnología están impactando de lleno en el modo como se hacen negocios. En prácticamente todos los países del mundo los servicios ya aportan más al PBI que cualquier otro sector y las nuevas tecnologías están permitiendo que su aporte a las exportaciones sea cada vez más grande.
Según datos del Banco Mundial, los servicios representan aproximadamente un 75% del PBI en las economías de ingresos altos, un 58% en las de ingresos medios altos, un 52% en las de ingresos medios bajos y un 43% en las de ingresos bajos. Pero incluso, en el caso de estas últimas, ya aportan bastante más que el sector agropecuario (29%). El cambio. Hace sólo dos décadas la situación era diferente. Esto no implica que la industria se esté contrayendo, sino simplemente que los servicios crecen más rápido. En suma, esto equivale a una profunda transformación estructural con efectos evidentes en las relaciones entre variables macroeconómicas y en la respuesta de éstas a cambios en la política económica.
Sobre todo, si estos servicios están cada vez más influenciados por nuevas tecnologías, como la Inteligencia Artificial (IA). La economía colaborativa, por ejemplo, formada por agentes económicos que alquilan o comparten sus activos y potenciada por la difusión de plataformas y dispositivos digitales, estuvo dando lugar a un nuevo tipo de consumidor, más focalizado en la cooperación y el cambio de actitud hacia la propiedad, por ejemplo. ¿Cómo esperar que esta “nueva economía” funcione del modo al que hemos estado acostumbrados hasta ahora?
Estos dos simples ejemplos, el de la transición hacia los servicios y el del rol de las nuevas tecnologías con alto impacto sobre el consumo y el modo como funcionan los mercados, sugieren que algo fundamental está cambiando en la economía. Es probable que las predicciones fundamentales de la teoría económica se mantengan pero que los errores de las proyecciones persistan e incluso aumenten. Pero para que esos errores sean menores, y siempre considerando escenarios “normales” (sin “cisnes negros”), incorporar las transformaciones más recientes es esencial. Visto de este modo, entender cómo funciona la economía y utilizar esta comprensión para tomar decisiones, nunca fue tan importante.
*Lucas Pussetto es Profesor de Economía del IAE Business School.
por Lucas Pussetto
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