La obra teatral “Conejo blanco, conejo rojo” es el tema de esta nota. Pero sobre ella no se puede decir nada. Tanto los espectadores como el personal técnico o el mismísimo actor que la lleva a escena se comprometen a no divulgar el contenido del texto a nadie -el programa contiene la leyenda: “Trama secreta. No contar al salir”. Ni que hablar de la prensa. En nuestro caso, se nos ha solicitado con enorme insistencia, no revelar diálogos o historia ni siquiera hablar de la calidad del trabajo del actor que vimos.
Planteada de este modo la situación, ya dan ganas de correr a comprar la entrada. El misterio es una gran estrategia de marketing. Pero las reglas de este juego incluyen aún más secretos.
Por ejemplo, el actor recibe el texto dramático exactamente en el mismo momento en que entra al escenario. Nunca lo ensayó y nadie lo dirige. Lo lee por primera vez frente al público después de que alguien de la producción le acerca un sobre cerrado. El protagonista tiene “prohibido” (en “Conejo blanco, conejo rojo” la cuestión de la confianza es importante) googlear datos del autor o la obra. Por este mismo motivo, el actor nunca es el mismo ni volverá jamás a representar este texto. Tampoco puede actuarlo si ha visto como espectador alguna puesta. La mirada virgen es condición “sine qua non” para intervenir en “Conejo blanco, conejo rojo”.
¿A quién se le ocurrió este ejercicio teatral tan intrigante? El autor se llama Nassim Soleimanpour y en 2011 le prohibieron sacar el pasaporte y viajar fuera de su país, Irán, por negarse a hacer el servicio militar. Entonces decidió escribir una obra que viajara en su lugar a todo el mundo y le permitiera estar presente en los escenarios más distantes. Su intención, según declaró alguna vez, era escribir una texto que durara para siempre.
Dos años después, un examen físico reveló que tenía un defecto congénito en uno de sus ojos y que por lo tanto, no era apto para la milicia. Nassim se fue de Irán y hoy vive en Berlín dedicado a la dramaturgia.
“Conejo blanco, conejo rojo” ya fue representada más de 1000 veces y traducida a 25 idiomas. Participó en eventos importantísimos como el Festival de Edimburgo o el London Internacional Festival of Theatre. Como requiere una gran rotación de actores, se han aglutinado elencos notables en cada ciudad en que la obra se representa. Intérpretes como Kevin Spacey (hoy caído en desgracia), Cynthia Nixon o Whoopi Goldberg la han llevado a escena en los Estados Unidos.
Perú, Chile, Colombia y México ya la vieron. Ahora le toca el turno a Buenos Aires.
Nuestra puesta. La compañía TIMBRe4 fue la que trajo el proyecto en nuestra ciudad. Y su “alma mater”, Claudio Tolcachir, el primero que la representó en su estreno, el 5 de marzo.
El actor y director le cuenta a NOTICIAS que la idea les llegó a través de una amiga que la había producido en México. Les encantó y les pareció una propuesta perfecta para su espacio teatral, que tiene un público siempre ávido de novedades y rupturas.
¿Cómo es descubrir una obra junto a los espectadores? “Es muy fuerte el momento antes de empezar a leerla -confiesa Tolcachir-. No saber si va a ser algo dramático, si tiene humor. Pero lo que sentí mientras lo estaba haciendo era un privilegio enorme. Era hermoso, divertido, conmovedor. La sensación de estar haciendo algo único, irrepetible. A todos los que estuvimos en el estreno nos dieron ganas de volver a verla en distintas versiones. Ver el vínculo que esa persona -que, además, no siempre es un actor- genera con el público. No sabíamos si la gente se iba a copar en venir y el arranque fue fenomenal. Tenemos agotadas las primeras cinco semanas”.
La obra se verá todos los lunes en Timbre4 (México 3554 casi Boedo) y cuando esta nota se haya publicado, ya habrán subido al escenario Tolcachir y Daniel Hendler. Los que vienen después son Julieta Venegas (lunes 19), Verónica Llinás (el 26), Darío Sztajnszrajber (el 2 de abril), Osqui Guzmán (el 9), Dolores Fonzi (el 16), Julieta Cardinali (el 23), Rafael Ferro (el 30) y Pablo Fábregas en mayo, sin fecha todavía, al igual que otro grupo de intérpretes que todavía no han confirmado el día de su actuación.
“La respuesta de los actores que convocamos fue positiva enseguida -cuenta Tolcachir-. Algunos con más o menos miedo, algunos que todavía están asustados pero creemos que después se van a lanzar”.
¿Qué puede decir esta cronista de esta experiencia única de la que se puede contar tan poco? Que “Conejo blanco, conejo rojo” es teatro en estado puro, una comunicación infalible que resiste el paso del tiempo, la competencia con los tanques de Hollywood, las series de Netflix y la distracción interminable de las redes sociales.
“Es sorpresivo y fresco -concluye Tolcachir-. Un ejercicio de confianza, de entrega, de juego y de adaptación que es todo lo que uno busca en el escenario. Me permitió sentir que el teatro sigue siendo una ceremonia eterna y milagrosa”.
por Adriana Lorusso
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