En el primer piso de la Sociedad de Fomento de Castelar, un grupo de once niños juegan a la mancha bronca. Cuando los toca la pelota, deben actuar un berrinche y decir qué es lo que más les molesta. Entonces, otro niño aparece y da consuelo, con un abrazo o una caricia. En el ejercicio, aprenden a lidiar con su enojo y a ayudar al otro. Entender la frustración, mirar a los ojos o presentarse ante un nuevo amigo puede parecer fácil, pero es una dificultad, por ejemplo, para los niños que tienen autismo. Por eso, un grupo de profesionales tomó el juego como herramienta para crear un espacio que brinde recursos a aquellos chicos que les cuesta prestar atención o vincularse con sus pares.
En una época donde abundan los diagnósticos de todo tipo para etiquetar trastornos infantiles, ALET (Actividades lúdicas educativas terapéuticas) es un lugar de encuentro, donde los niños aprenden jugando. El programa busca fortalecer las habilidades socioemocionales y, a través del juego grupal, potenciar a niños a partir de los cinco años con TDAH, TGD, TEA, autismo y dificultades conductuales o emocionales.
“La base es fortalecer el abordaje hacia el otro y darles herramientas para que sepan qué hacer ante determinados conflictos”, explica a NOTICIAS el director, Gastón Medrano Espí, quien fundó ALET hace tres años junto a la psicóloga Mariana Leitao Pinheiro. Durante una hora y media, “la salita” de Castelar se llena de música y de risas. Cada tanto, “los profes” hacen sonar un martillo para reconocer el esfuerzo de alguno de los chicos. Entre punto y punto, juegan a la mancha abrazo. Cuando todos tienen diez puntos –simbólicos- por ayudar al compañero o prestar atención, pasan a la próxima situación.
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“Hola, me llamo León, ¿y vos? ¿querés jugar conmigo?”, le dice un nene a otro, rápido, agarrándole la mano. “Sí, Valentín”, contesta y sale corriendo a darle la mano a Ramiro, que está mirando un dibujo pegado en la pared. La imagen muestra a un niño furioso y a otro meditando. Es el “tiempo fuera”, un rincón para la reflexión. Muy lejos de la penitencia, las herramientas pensadas en ALET van en el carril de la educación recreativa, donde se hace hincapié en el esfuerzo y el reconocimiento de lo que el niño hace bien (el refuerzo positivo de conducta).
Durante toda la sesión, los chicos van superando desafíos y, cuando se presenta alguna dificultad, siempre hay un profe o un amigo para ayudar. La problemática que sienten los padres es que sus hijos no encajan en las instituciones formales o en el entorno con otros pares, como cumpleaños o reuniones familiares. Por eso, Gastón, Mariana y Lucas Domínguez, auxiliar en dinamización, trazan objetivos sencillos para el grupo y para cada uno y hacen una evaluación cualitativa de la madurez de los chicos, pero también de las familias.
“Es un espacio donde a mi hijo le encanta estar, lo espera, lo ansía y le sirve para estar con otros niños, que es lo que más le cuesta”, dice Adriana, la mamá de uno de ellos. En el primer módulo del encuentro, se trabaja la atención y el contacto (la afectividad). En otra ronda, se reconoce el esfuerzo y se identifica lo que cada uno tiene que trabajar. El elemento más especial es cuando los chicos se reúnen a escuchar lo que sus compañeros mejoraron en la semana y avanzan casilleros hasta una recompensa elegida por ellos mismos y sus familias: un día de pesca, un traje de superhéroe o un atardecer en la playa.
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“Muchas veces, los padres vienen con un caparazón de autoprotección donde todo lo que le sucede al niño tiene que ver con algo externo”, explica Gastón, educador especializado en recreación. Con esto, apunta a que la familia también tome responsabilidad sobre lo que le pasa a los chicos y se cuestione cuánto tiempo destina a compartir y jugar con ellos. En un contexto donde las pantallas pueden ser “chupetes” electrónicos para evitar berrinches, el grupo trabaja codo a codo con las familias. “Hoy por hoy, parece que el arte de educar pasa por el entretenimiento y nosotros sugerimos que no todo parta de una orden imperativa, sino que el juego también sea parte del vínculo”, afirma el director de ALET.
“La reunión mensual con los padres es la columna vertebral del trabajo, por más de que juguemos con los niños una vez por semana, sin entrevistas con sus padres, no haría efecto”, dice Mariana y añade que la familia necesita ese espacio para poder trabajar en lo específico que está fallando en la casa. “En la medida que va sucediendo, el malestar familiar cede notablemente”, aclara.
Una de las madres del grupo, Carolina cuenta a NOTICIAS que es una instancia de contención muy importante, y que compartir las experiencias de todos es muy enriquecedor. Otra mamá, Cecilia, agrega: “El coaching a las familias es super útil, ayuda a estructurar las cosas que no funcionan en el entorno familiar y que hacen el día a día”. A su hijo, de siete años y diagnosticado con autismo, lo que más le gusta es la parte de los objetivos y proponer sus propias metas.
Antes del último juego, se reconoce a uno o a varios niños por su esfuerzo con la cinta del “Gran Capitán” y los ojos se les iluminan mientras los profes van hablando de lo que cada uno mejoró. Todas las consignas tienen un para qué: la espera, la comunicación y la cooperación son algunos de los ejes que se ponen en funcionamiento en cada juego. Cuando dan las pautas, los “profes” también juegan. Y en ese acto, son pares. Los niños los observan con atención y se ríen.
“Pensamos en el juego como algo serio, le damos un estatuto y debe ser una prioridad en la infancia”, fundamenta Mariana. Gastón agrega: “El espacio de juego es fundante en el individuo, y las instituciones muchas veces lo minimizan”. El educador también es director de “Ludika Eventos”, que surgió en Barcelona en 2006 para que niños con dificultades conductuales o emocionales “jueguen sin pantallas”. Además, creó “La hora Ludika”, un proyecto que se fomenta en instituciones educativas y que en 2019 cumplió diez años, cuatro en Buenos Aires y siete en Europa.
Gastón cuenta que su proyecto comenzó en una escuela de Europa, que lo convocó para trabajar la xenofobia de los niños. Con el desarrollo de un programa para el fomento de las habilidades sociales a través del juego, se fue orientando a niños con dificultades conductuales y trastornos varios de la conducta. En 2017, ALET se fundó con el bagaje de todas esas experiencias, donde se sumó una psicóloga al equipo y la sesión con los padres.
“¡El punto vale si se abrazan todos!”, interviene uno de los coordinadores durante el juego. Rápidamente, los chicos se juntan en el medio de la salita, para darse un enorme abrazo. En grupo, se ve como las dificultades de cada uno se van difuminando y se avanza en pasos colectivos hasta el momento final. Las dinámicas de juego entonces pasan al ámbito de sus casas, donde a corto y mediano plazo, Gastón, Mariana y Lucas esperan que los efectos mejoren la calidad de vida de toda la familia.
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