Los “late night shows” en Estados Unidos no han muerto. Pero lo que alguna vez fue un ritual televisivo nacional, cargado de humor ligero, entrevistas con celebridades y una pizca de irreverencia, hoy lucha por sobrevivir en un ecosistema mediático que cambió drásticamente.
A la caída progresiva de audiencia y pauta publicitaria, ahora se le suma una amenaza más directa: un presidente vengativo (Donald Trump) y una estructura corporativa cada vez más dócil ante el poder político.
La chispa que encendió el debate fue la cancelación de “The Late Show” with Stephen Colbert, anunciada por Paramount Global, empresa matriz de CBS y dueña localmente de Telefe. El programa —y con él, toda una franquicia que se remonta a la llegada de David Letterman a la cadena en 1993— llegará a su fin. Y no es solo el cierre de un show, sino de una institución de la televisión estadounidense.
Dos causas, una misma crisis
La caída de los “late night shows” puede explicarse en dos planos complementarios. El primero es estructural: una lenta pero constante pérdida de relevancia frente al auge de plataformas digitales más ágiles. En 2018, todos los programas nocturnos recaudaban en Estados Unidos, unos 439 millones de dólares en publicidad combinados. En 2024, esa cifra se redujo a 220 millones. La audiencia migró a YouTube, podcasts, TikTok y redes sociales, donde los contenidos son más directos, informales y personalizados.

El segundo plano es político: la presión ejercida por la administración de Donald Trump, que no solo celebra la salida de Colbert sino que insinúa haberla impulsado, mientras amenaza con hacer lo mismo con otros presentadores críticos como Jimmy Kimmel o Jimmy Fallon. La Casa Blanca incluso sugirió retirar licencias a cadenas como ABC y NBC por actuar como “brazos del Partido Demócrata”. Ambas narrativas, aunque distintas, confluyen en un mismo desenlace: un género amenazado desde adentro y desde afuera.
Poco moderno
Esta televisión nocturna nació con una estética que ya parecía pasada de moda cuando debutó. Hombres de traje, cortinas pesadas, escritorios amplios y monólogos que oscilaban entre lo liviano y lo político. Jimmy Fallon aún mantiene ese estilo clásico; todos tienen un escritorio, todos visten como si aún fueran los años 90 (la vuelta de Mario Pergolini con ese formato a la televisión argentina no es casuar: ver recuadro). Sin embargo, siempre hubo espacio para romper con esa solemnidad: desde los zambullidos en gelatina de Steve Allen en 1954 hasta las renuncias en vivo de Jack Paar en 1960.

El “late night” ofrecía una suerte de rebeldía higienizada: bromas guionadas, irreverencia ensayada, y momentos ocasionales de caos contenido. Uno sabía que “algo podía pasar”, aunque lo más probable era que no pasara nada. Y eso estaba bien.
Por eso, lo que hoy se evidencia no es un derrumbe repentino, sino una larga agonía. Desde 2019, el género acumula cancelaciones. Netflix descontinuó programas como “Patriot Act” de Hasan Minhaj y “Chelsea” de Chelsea Handler. Hulu terminó “I Love You, America” con Sarah Silverman. Comedy Central, TBS, Peacock y NBC dieron de baja shows de Samantha Bee, Larry Wilmore, Amber Ruffin y Lilly Singh. Incluso CBS eliminó “After Midnight”, heredero del Late Late Show, tras la salida de Taylor Tomlinson.
Los que resisten
Sobrevivieron apenas algunos baluartes: “The Tonight Show”, “Late Night with Seth Meyers” y “Jimmy Kimmel Live!”, aunque en un entorno cada vez más hostil. Compiten no solo con la fragmentación del consumo, sino con nuevas formas de comedia más libres, como los podcasts de celebridades (“Conan O’Brien Needs a Friend”, “SmartLess”, “WTF” con Marc Maron) que ofrecen algo que la TV ya no puede: informalidad, intimidad, autenticidad.

La política sigue presenta allí, pero de otra manera. De hecho Colbert y Meyers adoptaron el modelo de Jon Stewart: monólogos cargados de sátira política. Esto les dio visibilidad, viralidad en redes y, por un tiempo, rating. Colbert se disparó en audiencia cuando se volvió abiertamente crítico de Trump. Pero el giro no fue gratuito. Jay Leno, ex conductor de “The Tonight Show”, criticó esa politización en una reciente entrevista: “La gente quiere escapar de la presión cotidiana, no meterse más en ella”, dijo. Aun así, él mismo admitía años atrás que, en esta era, “si no tomás partido, ambos bandos te odian”.
Negocios y formatos
En la vereda de enfrente hay otro estilo. La pandemia acentuó la transformación: presentadores transmitiendo desde sus casas, sin maquillaje ni escenografía. Una cercanía inédita con el público que puso en duda la necesidad del viejo formato. ¿Cómo volver al traje y la escenografía luego de esa ruptura? El contexto actual, sin embargo, va más allá de las mutaciones culturales. La cancelación de Colbert se produjo días después de que criticara un pago de 16 millones de dólares de Paramount a Trump, al que llamó “un soborno gordo”. El presidente festejó públicamente la decisión y dejó en claro que espera lo mismo para otros críticos.

No es casualidad que la cancelación ocurriera en el mismo mes en que el gobierno aprobó la fusión de Paramount con Skydance Media, una empresa cercana a Trump, financiada por el magnate Larry Ellison. Como parte del acuerdo, Skydance prometió eliminar políticas de diversidad e inclusión, crear una oficina contra “el sesgo ideológico” y revisar los contenidos de noticias. Cuando se lo consultó, el presidente de la FCC, Brendan Carr, no solo no desmintió la intervención presidencial, sino que la justificó: “Trump está reconfigurando el ecosistema mediático. Esta es una corrección necesaria”, dijo. Preguntado si eso vulnera la Primera Enmienda, respondió: “Es hora de un cambio”.
La presión política
En 2017, Trump ya había intentado retirar licencias a cadenas críticas, pero el entonces titular de la FCC se negó por razones constitucionales. Hoy, con otro alineamiento político, la amenaza se vuelve más real. ¿Vale la pena defender el late night? Muchos desprecian la televisión nocturna por anticuada. Pero su valor no radicaba solo en el entretenimiento: era un espacio donde la crítica política podía filtrarse con humor, donde el poder era desafiado, incluso si el presentador parecía un tipo común con traje y sonrisa (ecos de lo que alguna vez fue localmente el show de Tato Bores). Hoy, cuando la autocensura gana terreno y las grandes corporaciones prefieren evitar conflictos con el poder, esa rebeldía barnizada de comedia adquiere un nuevo valor simbólico.
Jon Stewart lo entendió. En “The Daily Show”, cerró un segmento sobre la salida de Colbert con un coro góspel cantando “váyanse a la m…” a cualquier institución que se autocensure para evitar enojar al gobierno. Si el late night tiene que terminar, que al menos lo haga rugiendo. El fin de “The Late Show” marca mucho más que el cierre de un programa. Es un síntoma de una época donde la sátira pierde lugar, la crítica molesta y los medios tradicionales enfrentan el dilema de sobrevivir sin alma o morir con dignidad.
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por R.N.



















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