Nadie parece dispuesto a aplicar la lógica ciceroniana de preferir la mala paz a la mejor de las guerras. Cuando todos los bandos sienten que tienen chances de imponerse, le mesa de negociación se aleja. Las tres guerras que marcaron el 2023 no se acercaron nunca a una mesa de negociación, a pesar del altísimo precio que todos los bandos están pagando en sus respectivas guerras.
Rusia no dio muestras de disposición a negociar nada que no deje en sus manos la totalidad de la Península de Crimea y de Donest, Lugansk y el resto del Donbas. Pero Ucrania, fatigada y destruida, no está dispuesta aún a obtener nada que no sea la totalidad del territorio ocupado por el ejército ruso. El gobierno de Israel no está dispuesto a cesar su maquinaria bélica hasta no haber destruido totalmente a Hamas y aniquilado a Yahya Sinwar, su comandante en la Franja de Gaza. Mientras que la organización terrorista no está dispuesta a rendirse y abandonar ese territorio devastado por la respuesta israelí a su pogromo sanguinario del 7 de octubre.
Tampoco hay ánimo de negociar la paz entre los dos bandos que desde abril han convertido a Jartum en un campo de batalla urbana, provocando muertes civiles, destrucción y una ola de desplazados en su disputa por el poder en Sudán. Ni el ejército que responde al general Adel Fattah al-Burhane, cabeza del régimen instalado en Sudán en el 2021, ni las mercenarias Fuerzas de Acción Rápida (FAR) que comanda el jefe paramilitar Mohamed Dagalo, están dispuestos a negociar un armisticio entre esos bandos que habían actuado de manera conjunta en el golpe de Estado que derrocó al primer ministro Abdalla Hamdok, primer gobernante civil tras la larga dictadura de Omar al Bashir.
Ni los que repudian el accionar de Israel ni los que repudian el terrorismo de Hamas han repudiado la guerra que está destruyendo la capital sudanesa, matando a miles de civiles y causando un desplazamiento de cientos de miles de personas que se quedan a morir de hambre, sed y enfermedades en tierras inhóspitas y desoladas. Tampoco habían hecho escuchar sus repudios cuando Dagalo, con las armas que recibía del general Burhan, asesinaba y violaba a los habitantes de Darfour en la limpieza étnica ordenada por el dictador Al Bashir.
Los mismos silencios aturden en tantas otras guerras que no producen la grieta mundial que ha generado el eterno conflicto árabe-israelí. Por cierto, sobran motivos para la indignación global por las decenas de miles de muertes civiles en la Franja de Gaza. Israel y Hamas son responsables de esas muertes. Ambos cometen crímenes de guerra. Israel porque las muertes civiles, aunque no son el objetivo de sus bombardeos, no detienen el planteo bélico que está causando esa tragedia. Y Hamás porque las muertes de los gazatíes y la destrucción de sus hogares, escuelas y hospitales son, precisamente, su objetivo estratégico en esta guerra aberrante.
El pueblo de la Franja de Gaza es responsabilidad de Hamas, por lo tanto, que inicie guerras con las trágicas consecuencias que sabe que tendrán para los palestinos de ese territorio, es su abyecto crimen. Un crimen deliberado, porque los muertos civiles de Gaza son los verdaderos misiles que lanza Hamas sobre la imagen de Israel en la dimensión de la opinión pública mundial Así va tallando un estigma sobre los israelíes: el estigma de una nación destructora y asesina.
La abyección de Hamás no excusa a Israel. Las leyes de guerra no son subjetivas, por lo tanto, violarlas implica cometer crímenes de guerra. Israel lo está haciendo. Aunque no sea eso lo que se propone, sabe que es lo que este accionar produce de manera inexorable. Por lo tanto no puede pretender que en el mundo no estalle el estupor e indignación que están produciendo las muertes y la destrucción en Gaza y en Jan Yunis.
Que haya hipocresía en las denuncias de las izquierdas y derechas que siempre callan las matanzas cometidas por estados árabes y por el terrorismo islamista, no invalida el reclamo de detener la ofensiva que está arrasando la Franja de Gaza y matando a un pueblo atrapado entre dos fuegos. El gobierno extremista de Netanyahu parece no ser consciente del grave daño que está causando a su propio pueblo. Aunque logre el objetivo de destruir a Hamás, agigantó el estigma que ese brazo de la oscura teocracia iraní está escribiendo sobre Israel y sobre los judíos de todo el mundo.
Si destruye a Hamás, en el caso de que sea posible destruir lo que tiene también vida espectral y por lo tanto reencarna, Netanyahu habrá logrado sólo una victoria táctica, habiendo perdido la batalla estratégica, esa que actúa sobre la imagen de un país y de una etnia, en la dimensión de la opinión pública mundial y en el escenario internacional.
Vladimir Putin no se hace problemas por la imagen de su régimen en esas dos dimensiones. Por eso usó argumentos ridículos para justificar la invasión que detonó la guerra en Ucrania: “desnazificar” ese país vecino. El segundo año de guerra lo encontró mejor parado. Si el inicio del conflicto fue fatal para el ejército invasor, que fue repelido en Kiev y obligado a replantearse objetivos y estrategias, el segundo año concluye con el éxito del sistema de fortificaciones defensivas deteniendo la tan anunciada gran ofensiva del ejército ucraniano para expulsar a los rusos.
Los dos ejércitos están extenuados, pero las fuerzas rusas tienen una superioridad numérica abrumadora y las municiones recibidas del régimen norcoreano hicieron la diferencia porque Ucrania ve declinar velozmente la ayuda que recibe de la Alianza Atlántica. Adelantándose al posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, los republicanos trabaron en el Congreso un paquete de ayuda indispensable para que el ejército ucraniano pueda continuar luchando con chances de avanzar sobre las líneas enemigas. Pero si el magnate neoyorquino sortea los obstáculos judiciales y logra imponerse en la elección, Vladimir Putin tendrá chances incluso de conquistar más territorios y agrandar significativamente el mapa de Rusia
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