Friday 22 de November, 2024

OPINIóN | 06-03-2015 09:15

Peronismo con ataúdes

El cajón de Herminio, el crimen de Cabezas y el fusilamiento de Kosteki y Santillán. Ahora, el caso Nisman.

Al peronismo, la muerte le sienta bien. Desde la eterna Evita, pasando por el propio General, hasta el martirologio de Néstor, siempre los “justicialistas” se las ingeniaron para hacer de la necesidad virtud, rentabilizando sus féretros.

Tanta plasticidad para lidiar políticamente con las muertes propias tiene una contrapartida costosa para el PJ: cada vez que aparece un ataúd ajeno, implosiona un liderazgo peronista. Desde el comienzo de este ciclo democrático, hubo cuatro casos. Primero fue el cajón (simbólicamente de la UCR) que quemó Herminio Iglesias en el cierre de campaña presidencial de 1983: ganó Alfonsín. En el cenit del modelo menemista, el crimen de Cabezas puso fin a la fiesta y parió a la Alianza. El mandato de Duhalde se ahogó abruptamente con el fusilamiento policial de Kosteki y Santillán. Y ahora el estupor por la muerte de Nisman acelera el fin de ciclo de la década presuntamente ganada. Todos esos féretros, que no asustan al peronismo, sí horrorizaron a la clase media (esa entelequia que ha fastidiado tanto a menemistas y kirchneristas por igual), y lograron sacarla a la calle, coordinada en un mismo reclamo enfático: ¡basta!

Antropólogos y sociólogos podrían especular con las diferentes maneras de vivir la muerte. Podría pensarse que la alianza clasista que define la matriz peronista explica esta comodidad ante la extinción física. Los ricos tienen las herencias, los panteones familiares, los nombres de calles y otros legados públicos para aliviar la finitud con eternidad bien tangible. Los pobres tienen un frondoso santuario, con hitos sacros y paganos, para mirar la muerte a los ojos sin horror. (No casualmente, la inmortalidad de Kirchner está cimentada en monumentos oligárquicos y en adoratorios populares, todo a la vez).

Las clases medias, en cambio, reaccionan más fóbicas ante la muerte, quizá por un déficit de recursos culturales para esquivarla emocionalmente. Su pensamiento es más racionalista, menos mágico, más agnóstico (incluso en familias religiosas), más cientificista: para la medicina de hoy, morir es fracasar. Y eso se reflejaría, siguiendo esta lógica, en la reacción política “gorila” cada vez que a un jefe peronista se le escapa un ataúd. Ese féretro es, para la sensibilidad antiperonista, lo que Roland Barthes llamaba el “punctum” de una foto: ese agujero negro por el cual se escurren todas las interpretaciones intelectuales de un escenario, y solo queda un vínculo emocional directo, único, inexplicable. Una imagen que vale más que mil relatos.

* Editor Ejecutivo de NOTICIAS.

por Silvio Santamarina*

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