Cuarenta años después, el bautismo de fuego del Ejército Montonero se ha convertido en uno de los puntos altos del relato histórico del kirchnerismo y de la mayoría de los organismos de derechos humanos, que dividen la violencia política de los setenta también en amigos y enemigos.
Si esa violencia fue practicada por los enemigos, el oficialismo la condena y la castiga; si, en cambio, fue ejercida por los amigos, la comprende y la absuelve. Y en muchos casos –como el ataque de Montoneros al cuartel de Formosa– la indemniza y hasta le rinde honores.
Así quedó comprobado el año pasado, cuando la mayoría de los diputados kirchneristas logró archivar un proyecto de ley del radical Ricardo Buryaile que otorgaba a los padres de los diez soldados muertos a los 21 años en Formosa la misma indemnización que ya cobraron los parientes de los guerrilleros muertos en ese ataque.
Aquel 5 de octubre de 1975, 40 años atrás, gobernaba Isabel Perón. Su marido, Juan Perón, había muerto el año anterior; ella era la vicepresidenta y lo reemplazó.
Documentos de la época señalan que la guerrilla peronista estaba convencida de que el golpe de Estado del que tanto se hablaba les convenía porque desplazaría a un gobierno traidor y convencería al pueblo de que Montoneros defendía sus verdaderos intereses frente al “ejército gorila, oligárquico, imperialista”.
Con el ataque al Regimiento de Infantería de Monte 29, Montoneros quiso mostrar que había dado un “salto militar” que le permitía copar un cuartel ubicado a casi 1.200 kilómetros de Buenos Aires, en la periferia del país.
Por ese motivo, la llamada Operación Primicia fue una acción espectacular, que incluyó el secuestro en pleno vuelo del avión más moderno de Aerolíneas Argentinas, que fue desviado de Corrientes a Formosa, mientras otro pelotón tomaba el aeropuerto internacional “El Pucú”.
En simultáneo, una columna de vehículos entraba al cuartel.
En total, participaron unos setenta guerrilleros. Pensaban que los soldados de guardia en la tórrida siesta formoseña no ofrecerían resistencia; al final, eran todos pobres, tan peronistas como sus padres, y ellos, los montoneros, eran los defensores del pueblo.
Ocurrió que los “colimbas” –el servicio militar era obligatorio y duraba un año– no se rindieron y rechazaron a los atacantes luego de un combate que duró treinta minutos y provocó veinticuatro muertos, doce atacantes y doce defensores del cuartel: los diez soldados, un subteniente y un sargento primero.
En el aeropuerto, los montoneros mataron a un policía. Los guerrilleros que sobrevivieron huyeron en el avión de Aerolíneas –un Boeing 737-200, comprado en unos ocho millones de dólares– que aterrizó en un campo en Rafaela, en una pista preparada por montoneros santafesinos.
Con el tiempo, la mayoría de los parientes de los guerrilleros muertos en Formosa cobraron la indemnización prevista para las Víctimas del Terrorismo de Estado. A pesar de que cayeron mientras atacaban un cuartel en un gobierno constitucional.
En 2010, cuando publiqué la primera edición de “Operación Primicia”, esa indemnización ascendía a 620.919 pesos, el equivalente a cien veces el sueldo más alto de la administración pública nacional.
En cambio, los padres de los soldados muertos tenían que arreglárselas con una pensión de 842 pesos. Por ejemplo, los padres de Marcelino Torales, un albañil que admiraba a Sandro y murió acribillado en el dormitorio de la Guardia, debían cobrar ese dinero durante 61 años y medio para igualar la cifra ya recibida por los herederos de cada guerrillero.
A contramano de la historia oficial, el juez Claudio Bonadio investiga esas indemnizaciones, en el marco de una causa que abarca también los pagos a los parientes de otros guerrilleros que atacaron cuarteles y comisarías durante los gobiernos peronistas de 1973 a 1976, que murieron mientras armaban bombas o fueron fusilados por sus compañeros.
Además, por orden de Néstor Kirchner también los montoneros muertos en Formosa fueron agregados a los listados del “Nunca Más”. Y figuran en el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado así como en estatuas y placas en sus pueblos y ciudades y en las universidades en las que estudiaban.
También en este plano, los soldados formoseños han salido perdiendo: a los muertos sólo los recuerdan en Formosa; a los sobrevivientes, la cúpula del Ejército les niega hasta una medalla por las cuatro décadas del ataque.
Hubieran estado del otro lado y no les faltarían hoy homenajes y subsidios oficiales.
* Editor General de Revista Fortuna,
autor de “Operación Primicia”.
por Ceferino Reato*
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