"Este año vas a tener un compañero nuevo (…) un amigo que se llama Ñañito y quiere compartir con vos, no sólo el aula y el banco, sino también la sombra de un árbol en el rastrojo, el patio de tu casa, la mesa de la cocina, el borde de tu cama. Un libro que quiere sentir la tibieza de tus bracitos cuando te lo lleves con vos, cerro arriba, a pastear las cabras”.
Así fue como el 2014 recibió a los alumnos de 10 escuelas rurales de los Valles Calchaquíes. El libro “Ñañito” (“hermanito” en quechua): un libro para changos y chinitas de los Valles Calchaquíes” se hacía realidad después de que 9 maestras de la ciudad salteña de Cachi, trabajaran durante cuatro años para lograr un material educativo distinto del que se utiliza en los colegios de las zonas urbanizadas, donde los niños manejan una competencia lingüística, cultural e ideológica totalmente diferente de la del pueblito del Altiplano. La iniciativa fue de la docente rosarina María Sara Ruiz que en el 2001 se mudó por decisión propia a los Valles para vivir más cerca de la naturaleza mientras continuaba con su tarea docente. María notó que los alumnos tenían fuertes dificultades para expresarse de manera oral y escrita pero, en especial, no lograban comprender los textos que leían. “Cuando le preguntaba a los docentes cuál era el problema decían que los niños no leían y que los padres tampoco porque no había libros en las casas. Podría haberme quedado encerrada en esa lectura, donde parecía que los únicos culpables eran los chicos”, cuenta María Sara.
Pero una merienda compartida con las maestras cacheñas dio vuelta la historia. “Cuando ellas hablaban conmigo yo entendía todo, pero cuando se ponían a hablar entre ellas no entendía nada –recuerda la docente– Ese fue el disparador que me hizo pensar que lo que pasaba era que los niños no tenían acceso real al material que les llegaba y que estaba elaborado en otros contextos culturales”.
Abismo. Palabras como “semáforo”, “pantuflas”, “living”, “asfalto”, que son cotidianas en las ciudades, resultaban inentendibles para los niños del Valle que se volvían introvertidos al encontrarse con un texto ajeno, inclusive hostil.
La vida de los Valles Calchaquíes es simple pero digna y mantiene las costumbres de los pueblos originarios, Diaguitas-Calchaquíes. “La mayoría de los alumnos son hijos de productores, o criadores de animales y colaboran con esas tareas. Van a plantar, cosechan, arrean las cabras. Es cultural. Siempre se autoabastecieron. Las viviendas no son las más cómodas. Hay sólo una red de agua potable comunitaria y como baño usan pozos ciegos”, relata Gregoria Clementina Gonza, una de las 8 docentes oriundas de Cachi que trabajaron en el libro.
“Tina”, como le dicen sus amigos, recuerda las dificultades en estos 4 años que casi dejan trunco el proyecto, “Las largas distancias recorridas, las frecuentes reuniones. Mi motivación fue la necesidad de ayudar. Juntarnos nos dio fuerzas para concretar algo que está dando muy buenos resultados en el ámbito académico y en lo personal. Fortaleció mucho la autoestima de los chicos, que se sienten valorados y aprendieron a mirar de otra manera todo lo que los rodea”, asegura.
Es que la tarea fue napoleónica. Se trataba de crear algo que no existía. Los alumnos cachenses aprendían con material de donaciones o con los manuales estándar que mandaba el Ministerio de Cultura de la Nación. “No le estábamos ofreciendo lo que ellos necesitaban, pero tampoco había lo que ellos necesitaban, teníamos que fabricarlo”, explica María Ruiz.
Las docentes, reunidas en la agrupación Amancay, se tomaron un año para el trabajo de investigación que incluyó conceptos de globalización, valores humanos, derechos del niño y, sobre todo, un trabajo de campo intensivo en el que recorrieron los distintos parajes del valle para hablar con vecinos, padres, abuelos y niños que fueron aportando material para incluir en “Ñañito”. “En ese sentido es un libro comunitario –reflexiona María– porque necesitamos de toda esa gente para plasmar una realidad cultural en el material educativo. El niño no aprende solo, necesita que la familia y los allegados interactúen con él”. De esta manera, se aseguraron de que todo el pueblo fuera capaz de acceder al material.
De repente, los alumnos encontraron que los textos escolares tenían palabras del quechua, arcaísmos de su lengua, fotos de ellos mismos en el campo. La naturaleza apelaba a la Madre Tierra. Se hablaba de Dios, de “Tatita” y de la Pachamama. Los niños no querían dejar de leer, de verse. “Mejoró la lectura, la escritura, la autoestima. En las fotos estaban ellos, con esos rasgos difíciles de encontrar en la televisión”, se emociona María. La rosarina sueña con que “Ñañito” sea sólo el modelo de una experiencia que se repita en todo el país. Que las docentes de Misiones, Chaco, la Patagonia o el norte de Santa Fe que tengan estos mismos problemas se animen a crear algo propio partiendo de la premisa de que se aprende a partir de lo que se sabe y de lo que se vive. “Si yo considero que el problema es que el chico no sabe nada lo dejo en blanco y no tengo de dónde atar ese conocimiento”, plantea Ruiz.
Hacer este libro fue también entender la realidad pluricultural argentina y respetarla festejando la diversidad. “Es una educación para la paz”, asegura la docente.
Apoyo. Cuando la realidad del libro se hizo tangible el problema a solucionar fue cómo financiarlo. Las maestras recorrieron decenas de instituciones privadas y estatales sin éxito hasta que “Ñañito” llegó a las manos de Guadalupe Noble. “Cuando lo vi me enamoré”, cuenta la presidente de Fundación El Abra, un grupo que se creó para cuidar y promocionar el Patrimonio Cultural de la Argentina y, en especial, del Alto Valle Calchaquí.
“Cachi es un pueblo frágil desde el punto de vista del patrimonio arquitectónico. Me gusta la gente de allí, los niños, cómo piensan, cómo viven. No hay miseria, hay una pobreza digna. Queremos que esa gente se pueda desarrollar en su entorno sin necesidad de mudarse a las villas y a las ciudades. Es fundamental que el Estado les dé mejores condiciones para que no abandonen los parajes”, explica Guadalupe, que vio a “Ñañito” como una herramienta muy valiosa para la gente del valle.
Desde la fundación organizaron una rifa para recolectar los 40.000 pesos que se necesitaron para imprimir 500 libros. El éxito fue rotundo. “Ñañito” ya va por la cuarta edición y fue declarado de interés educativo y cultural por el gobierno de Salta, aunque ello no implique erogaciones para seguir desarrollando este proyecto pedagógico. “Uno puede quedarse en la queja o juntarse con gente que piensa como uno, que se puede”, dice Noble.
por Noelia Fraguela
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