Antes de hacerse la Evita, antes de mostrarse junto a los descamisados de hoy y pasear su glamour solidario por los bolsones de pobreza de la Argentina profunda, Juliana Awada era otra muy distina.
Estoy hablando de los años '90. Amiga de Zulemita Menem, cercana -como toda su familia- al clan gobernante, novia de un empresario audaz que sin pestañear dejó a una sobrina del caudillo riojano cuando la conoció a ella, un poco frívola y otro poco adicta a los excesos estéticos de la época (por ejemplo, en su casamiento con el novio menemista lució un vestido estridente con volumen, cola y cientos de cristales cosidos a mano, tan lejos de su elegancia despojada de hoy). Esa es la adolescente y joven que se ve en las imágenes de esta nota, y la que describo en “Juliana”, la biografía no autorizada publicada por Planeta. Una chica de clase media, hija de comerciantes de la colectividad musulmana que habían empezado de muy abajo, en un tallercito textil de Villa Ballester al que recién pudieron ampliar cuando ganaron un auto en una rifa barrial y lo vendieron para invertir esa plata en el negocio. Juliana nació con la ambición del ascenso social en su ADN y no paró hasta cumplirla.
El novio menemista, Gustavo Capello, también fue su primer marido, aunque por menos de un año, hasta que la novia apareció al lado de otro intrépido empresario que merodeaba el poder noventista. Después vendría un conde al que Juliana trataba de “marido”, el millonario Bruno Barbier, aunque, escarbando un poco, resulta que no es conde ni tampoco estuvo casado con ella. Y finalmente, el premio mayor, Mauricio Macri, el presidente magnate que la llama su “hechicera”.
Nos hechizó a todos: nadie recuerda su pasado menemista.
por Franco Lindner
Comentarios