★★★ Tras dos exitosas temporadas en Broadway, donde fue estrenada por Jim Parsons, protagonista de la popular sitcom “The Big Bang Theory”, la propuesta escrita por el norteamericano David Javerbaum, no es más que un leve divertimento escénico cuyo efecto tiene la misma consistencia que una pompa de jabón. Bella, iridiscente y fugaz.
El punto de partida fue una cuenta de Twitter y sus irreverentes tuits reunidos luego en el libro “The last testament”. En la traslación escénica, nos enteramos de que Dios está enojado con las tropelías y abusos que cometieron los mortales a lo largo de los siglos. Decide encarnarse en el cuerpo de un actor (Humberto Tortonese) con el propósito de anular las interpretaciones erróneas de su prédica. Y, por si fuera poco, también terminar con el mal uso que se le da al invocarlo. Con la compañía del contestatario e imprudente arcángel Miguel (Roberto Peloni) y su par Gabriel (Agustín Corsi), una especie de ayuda memoria y servidor de escena, el Todopoderoso se parapeta sobre el escenario de la otrora catedral de la revista porteña, para modificar los preceptos establecidos en los diez mandamientos.
La versión de Elio Marchi está convenientemente aderezada con datos de nuestra idiosincrasia y actualidad nacional: la inseguridad, menciones a las divas Moria Casán y Mirtha Legrand, y el uso de frases creadas por el ingenio popular como “la mano de Dios” o “Dios es argentino”.
Más que por la tibia humorada o alguna que otra palabrota, el público disfruta, sobre todo, de breves momentos en los que el intérprete escapa del texto e interactúa con los espectadores para dar rienda suelta a sus acotaciones improvisadas. En esos instantes, liberado del corsé de la deidad, sale a relucir la ingeniosa y afilada lengua de Tortonese y el espectáculo remonta algo de vuelo. Justamente el costado irreverente y transgresor del que uno recuerda en su paso por el mítico Parakultural, la radio o la televisión, consiguen dar brillo a lo que básicamente tiene, por un lado, planteos excesivamente ingenuos y, por otro, demagógicos. Y aunque en verdad nunca compone un personaje, el hecho que sea fiel a sí mismo, basta.
por Jorge Luis Montiel
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