El Papa no viene a la Argentina. Un titular que los portales de noticias explotan con buen rendimiento entre internautas indignados. Las encuestadoras sostienen qué la imagen de Francisco está golpeada: cayó 19% desde su asunción en 2013. y apenas supera el 50% de aprobación en el país. Bastante por debajo del promedio latinoamericano que le otorga 75% de valoración positiva.
“Quiero agradecer la presencia de tantos peregrinos de los pueblos hermanos, de Bolivia, Perú y, no se pongan celosos, especialmente de los argentinos, que son mi patria”, abrió la semana Francisco su discurso en la gira en Chile. Con Perú el domingo pasado, el Papa completó su viaje número 22, cubriendo además el 70% del territorio americano: Canadá Venezuela, Uruguay, y por supuesto Argentina, son algunos a los que les adeuda visita. Y en 2019 hará un recorrido por el Caribe, tras la Jornada de la Juventud en Panamá.
El kilometraje lo acerca en su primer lustro de papado al de Juan Pablo II, el "Peregrino". Pero a diferencia de Karol Wojtyla, que en sus primeros cinco años estuvo 16 días en su país de origen, Polonia, Bergolio aún no volvió al país.
Juan Pablo. En sus casi 27 años de papado, Juan Pablo II viajó durante 572 días. Y estuvo en su Polonia natal 66, un día cada cinco meses (Francisco suma 96 días de viaje y no pasó ni uno en Argentina).
La cifra se corresponde además con su trascendental influencia política en Polonia, que bajo su prédica (y las inyecciones millonarias de la CIA), se liberó del comunismo.
Carl Bernstein (célebre por destapar con Bob Woodward el escándalo Watergate), y Marco Politi (periodista italiano que había cubierto el Vaticano por décadas), documentaron a mediados de los noventa en el libro “Su Santidad: Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo”, la influencia de Karol Wojtyla en ese proceso. Además de la íntima relación con la política del gobierno de Ronald Reagan, fundamentada en cientos de entrevistas y documentos oficiales obtenidos en Moscú, Roma, Varsovia y Washington.
Fue el presidente Jimmy Carter a fines de los '70, el primero en abrir el contacto con el Vaticano. Carter envió a su asesor de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, a la ascensión de Wojtyla al trono de San Pedro. Brzezinski, de origen polaco, había conocido a Juan Pablo II en Harvard. A finales de 1980, Brzezinski hizo saber al Papa que Estados Unidos estaba dispuesto a apoyar con dinero, equipo y logística, las actividades de "Solidaridad en Polonia" y su líder Lech Walesa.
Al tomar posesión Reagan, en enero de 1981, Brzezinski mantuvo su posición. Sin embargo, la relación directa con Juan Pablo II corrió a cargo de William Casey y Vernon Walters, quienes, aparte de estar entrenados en las artes del espionaje, eran católicos devotos.
Apuntan Bernstein y Politi: “Desde la primavera de 1981, el gobierno de Reagan mantuvo un contacto de inteligencia del más alto nivel entre la Casa Blanca y el Papa. Los juicios del Papa, particularmente aquellos concernientes a Polonia y Centroamérica, llegaron a tener un peso real en la Casa Blanca y la CIA. Él esperaba con impaciencia los informes de Walters y Casey cuando estos visitaban el Vaticano. Y Reagan esperaba los informes del Papa”.
Así, con Juan Pablo como abanderado, el gobierno de Reagan se lanzó a la tarea de sacar a Polonia de la órbita soviética. Y lo logró.
Benedicto. Tras el fallecimiento de Juan Pablo II en 2005, se sentó en el trono de Pedro quien había sido su mano derecha por muchos años, el alemán Joseph Ratzinger. Teólogo del ala dura del Vaticano, había sido amigo de Wojtyla desde 1977, y desde 1981, quien influyó fuertemente en el Papa en cuestiones de dogma: bajo su prefectura se dictaron escritos acerca de la postura de la Iglesia católica con respecto al aborto (1983) y los homosexuales (1986).
Y como se preveía, con él la Iglesia endureció su doctrina, lo que potenció en gran medida la partida de buena parte de la feligresía. Su primer viaje a su tierra natal, tuvo entonces por objetivo poner un freno a la diáspora: más de 100.000 personas se alejaban cada año de la Iglesia alemana, y sólo el 14% asistía a misa.
Pero la prédica de Benedicto XVI, no encontró como la de Juan Pablo II en Polonia, aliados políticos: Angela Merkel, que llegó a la Cancillería apenas siete meses después de que la fumata blanca llevara a Ratzinger al trono de Pedro en 2005, es hija de un teólogo y pastor protestante; Klaus Wowereit, alcalde-gobernador de Berlín, es abiertamente homosexual; y el presidente Christian Wulff es católico, pero separado y casado en segundas nupcias.
La primera visita de Benedicto XVI a Alemania fue del 18 al 21 de agosto de 2005 con etapas en Colonia y Bonn, con ocasión de la XX Jornada de la Juventud. Pero al año siguiente, del 9 al 14 de septiembre, regresaría para tocar ciudades representativas de su pasado: Baviera, Múnich, Altöting, Ratisbona y Frisinga. La gira apuntada al core de su grey no rindió los frutos esperados: unos 700.000 cristianos más dejaron las iglesias alemanas entre 2005 y 2010, 180.000 en los puntos visitados.
El Papa concentró los próximos años y viajes en España, su destino favorito y uno de los países más golpeados por la crisis financiera en Europa: motivo de su tercera visita a Alemania cuando el Viejo Continente necesitaba de la banca alemana y la conducción de Merkel (con quien había estado distanciado) para salir adelante.
Recambio. Cuando se produjo el tercer viaje de Benedicto XVI a su país, el 86% de los alemanes no le atribuía una especial significancia. El sucesor de Juan Pablo II y predecesor de Francisco, le había dado sin embargo a su tierra un lugar de privilegio en su agenda: 14 días pasó en Alemania de los 79 que destinó a viajes fuera de Italia (el 17.7% y un día cada siete meses de su papado).
El tema central de la visita papal fue la crisis económica que golpeaba a Europa. En la sede de la Conferencia de Obispos en Berlín, Ratzinger y Merkel charlaron en privado durante una hora.
El Papa reforzaría su bajada de línea con Joachim Gauck, presidente de Alemania, en su visita al Vaticano en diciembre del 2012. “Hablaron sobre la situación internacional y la actual crisis económica, especialmente en relación con sus consecuencias en Europa", expresó el vocero papal luego de esa visita.
Paradójicamente otra crisis financiera en el seno del Vaticano, con Ettore Gotti Tedeschi como protagonista, le costaría el papado a Benedicto XVI que renunciaría un año más tarde. La entrada de Francisco en escena marcaría un cambio en la política vaticana. Más tolerante y a la izquierda de Benedicto, Bergoglio reflotaría también la itinerancia de Juan Pablo. Heredaría también su protagonismo político, marcando agenda con sus misivas, reuniones en el Vaticano, viajes, y también sus ausencias.
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