Hubo una vez, un día de mayo, en que al escribir la palabra “casamiento” en el buscador aparecía como más frecuente “casamiento Guido Süller”, antes que “casamiento Príncipe Harry”. Para que sepan que los ingleses que todavía reclamamos la soberanía de Malvinas, pero el casamiento del año lo hicimos primero. Y si la prensa británica piensa que Meghan Markle tiene antecedentes dudosos, que vengan que nuestros protagonistas los tienen todos. Los antecedentes y los dudosos.
Claro que ser plebeyo tiene sus bemoles y, a veces, para alcanzar al príncipe azul hay que hacer algunos sacrificios, como dejar atrás la familia de origen. Máxima no pudo invitar a su padre a la boda y Meghan parece lidiar con problemitas similares. Podríamos pensar que Tomás (nombre ficticio, como corresponde a todo cuento) no iba a tener ese problema al desposar a Guido, porque todo empezó cuando buscaba a su padre. El giro argumental es que no encontró un padre pero terminó convirtiéndolo en su marido. La realeza del reality show no tiene límites.
Es una pena que Zygmunt Bauman ya no esté entre nosotros porque estaría encantado de ver cómo Guido y Tomás llevaron su teoría del amor líquido a este grado de licuefacción. La pareja se conoció cuando el declive de los mediáticos empujó a Guido a dejar una agitada carrera en la televisión para volver a su trabajo en la aerolínea de bandera. Fue entonces cuando el joven cordobés lo procuró, primero en Facebook como amigo, después en los medios, como padre. Los programas que frecuentaban los hermanitos Süller no se caracterizaron por la excelencia del guión, pero la temporada 2009 fue tan pobre que los personajes ni siquiera pudieron pronunciar las cuatro palabras infaltables en cualquier culebrón: “Hijo, soy tu padre”. La prueba de ADN negativa reemplazó ese lugar común por el “siempre seré tu padre del corazón”, que Guido pronunció ante Chiche Gelblung, testigo ineludible de aquella paternidad malograda y de este matrimonio malsonante.
Todos sabemos lo difícil que es ser un padre solo y que lo mejor para los chicos es que se críen en una familia. Por eso celebramos que el frustrado padre se casara con el hijo para que este pueda ser su propia madre y convertir al que no fue el padre en su marido. Así habló al país, a través de la cadena nacional de radio y TV chimentera, el excelentísimo señor Guido Süller: “Me uniré civilmente con Tomasito. Como la adopción es demasiado engorrosa y encima él es mayor de edad, preferimos recurrir a esa figura legal para que pueda tener la obra social de Aerolíneas, y pueda disfrutar de beneficios como pasajes de avión a todo el mundo”. La castidad de las intenciones no disuadió a un aspirante a mediático de irrumpir en el registro civil para impedir la boda, alegando que mantenía relaciones sexuales con uno de los contrayentes.
El patrimonio sigue siendo la principal razón del matrimonio y la preocupación central de nuestras leyes. Dejar en herencia el departamentito es causal habitual de casamiento, tanto como compartir la obra social, justificación que alcanza la unión civil de gente más corriente que estos dos muchachos. Excepto cuando lo hicieron Adelfa Volpes y Reinaldo Wabeke que fueron despellejados por los mismos que le pusieron el micrófono a este casamiento que no por igualitario es menos interesado. Lo que nos escandalizaba entonces para una vieja y un jovencito nos parece más normal entre dos que, de iguales, solo tienen la tintura y los lentes de contacto.
Cuesta distinguir entre la hipocresía oportunista de los medios y la apertura a nuevas configuraciones familiares de la sociedad, porque los avances sociales insisten en usar los ropajes más tradicionales. Hace unos años, Daniel Dayan y Elihu Katz acuñaron la idea de “media event” para hablar de aquellos acontecimientos pensados para su televisación. Y el primer ejemplo fue la boda real de Carlos y Diana, que allá por 1981 concitó la atención de una audiencia planetaria. No fue el caso del casamiento vernáculo, que aunque convocó a todas las cámaras apenas si logró desviar la atención del vencimiento de las Lebacs. En lo que sí se parecen en que se tratan de acontecimientos que no existirían de la misma manera si no fuera por las cámaras. Al punto que la primera testigo del casamiento fue reemplazada por la de otro programa que sí estaba autorizada a concurrir con el móvil. Nuestra tele, como los alquimistas, repite una y otra vez la misma receta a ver si alguna vez logran sacar oro de las mismas viejas piedras.
*Analista de Medios.
por Adriana Amado*
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