Puede que haya votantes que, antes de entrar en el cuarto oscuro, analizan con objetividad meticulosa las propuestas de los candidatos, su trayectoria personal y la de los partidos o movimientos que representan, para entonces elegir en base a datos que les parecen inequívocos, pero hasta ahora nadie ha logrado ubicarlos. Los demás, es decir, virtualmente todos, incluyendo a economistas prestigiosos y otros que se creen fríamente racionales, se dejan conmover por impresiones arbitrarias, prejuicios y lealtades tribales, de ahí la importancia de los relatos, de estos mitos que ayudan a hacer parecer comprensible lo que de otro modo sería irremediablemente confuso y, al incidir en lo que sucede en una sociedad, a veces resultan ser profecías autocumplidas.
Todo político sabe que, si la mayoría lo toma por un ganador nato, será más que posible que logre satisfacer las expectativas de quienes lo apoyan por motivos que podrían calificarse como deportivos, ya que a muchos les gusta compartir las opiniones mayoritarias y sentirse parte del movimiento predominante. Es por tal razón que los políticos quieren que las empresas encuestadoras exageren el nivel de apoyo popular que han alcanzado y que, a menudo, pagan bien para que lo hagan.
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Para Cristina y sus amigos, la derrota de Ramón Rioseco en las elecciones para gobernador de Neuquén fue un revés muy doloroso porque hizo sospechar que el relato que han construido según el cual la candidatura de la expresidenta sigue ganando terreno a expensas no sólo de Mauricio Macri sino también de los peronistas “racionales” no es más que una expresión de deseos. Todos los encuestadores habían previsto que el ex piquetero Rioseco haría una muy buena elección; algunos aseguraban que triunfaría. Sin embargo, a pesar de la ayuda así brindada al representante de Cristina, el gobernador Omar Gutiérrez, del invicto en tales lides Movimiento Popular Neuquino, se impuso por un margen muy cómodo de más de 13 puntos.
Distan de ser claras las razones por las que todos los presuntos expertos en monitorear las vicisitudes de la opinión pública, entre ellos algunos que cuentan con la aprobación del oficialismo, sobreestimaron tan generosamente las posibilidades del kirchnerista, pero, en Neuquén por lo menos, su propensión a hacerlo fue patente, lo que habrá motivado las sonrisas cómplices de ciertos estrategas oficialistas y muecas de disgusto entre aquellos peronistas que quisieran deshacerse de la expresidenta por entender que su negativa a abandonar el escenario está frenando los intentos de renovar el PJ.
Desde inicios de la gestión de Macri, aquellos peronistas que juran creer que lo que su movimiento más necesita es una reforma drástica que, entre otras cosas, requeriría una purga de los elementos más escandalosamente corruptos, acusan al gobierno de Cambiemos de proteger a Cristina con el propósito de usarla como espantapájaros. Insisten en que ha inflado artificiosamente la figura de la señora por suponer que para Macri es la adversaria ideal y también por no querer que el PJ se transforme en un partido confiable, ya que de lograrlo un compañero de características “racionales” podría alcanzar al poder a fin de año.
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En términos meramente electoralistas, la maniobra que muchos atribuyen a la mesa chica macrista tendría sus méritos, pero proclamarle al mundo que la alternativa más probable al gobierno actual seria uno encabezado por una amiga de Nicolás Maduro no contribuye a hacer más manejable la caprichosa economía nacional. Por el contrario, el miedo a un eventual desenlace venezolano asusta a los inversores en potencia cuya negativa a arriesgarse aquí está perjudicando enormemente a Macri cuyo talón de Aquiles es, desde luego, la incapacidad evidente del Gobierno de conseguir que la economía levante cabeza. Puede que sea escaso el riesgo de que la Argentina elija acompañar a Venezuela en el viaje hacia la noche, pero aun cuando se tratara de una posibilidad muy remota, los inversores se sienten obligados a tomarla en cuenta en una época en que hasta las previsiones a primera vista más delirantes pueden cumplirse, como sucedió en Estados Unidos con el triunfo electoral de Donald Trump y en el Reino Unido con el Brexit.
Aunque procuró no herir al candidato de Cambiemos, el radical Horacio “Pechi” Quiroga, que en la carrera neuquina llegó tercero a una buena distancia del kirchnerista, la gente del PRO celebró el triunfo de Gutiérrez como si fuera propio. Acostumbrado a gobernar en minoría, el Gobierno nacional aprovecha sus recursos para incorporar tácita y pasajeramente a su alianza partidos provinciales y municipales sin preocuparse por las formalidades. Asimismo, confía en que los radicales, que a juicio de los macristas son quejosos por naturaleza y tienden a despreciar los números, o sea, la matemática, se mantendrán en la coalición aun cuando el PRO no comparta todas sus urgencias electorales ya que, caso contrario, la UCR no tardaría en degenerar en un partido meramente testimonial, uno que, a pesar de todo, seguiría contando con un aparato comiteril que en muchas provincias parece omnipresente.
Para más señas, es notoria la afición más de centenaria de los radicales por la internas, de suerte que no habrá motivado mucha sorpresa el cisma que acaba de producirse en Córdoba al optar Ramón Mestre por oponerse a Mario Negri, de suerte que en la provincia más macrista del país no habrá una lista de Cambiemos. De los dos, los macristas prefieren a Negri que, creen, estaría en condiciones de doblegar a otro amigo, el peronista Juan Schiarretti en las elecciones fijadas para el 12 de mayo si no tuviera que preocuparse por las mañas de sus correligionarios.
Algunos radicales ya están actuando como opositores al gobierno de Macri, criticándolo con vehemencia por los ajustes que, claro está, les cuestan votos, y por no adoptar medidas que a sus ojos serían más progresistas que las ya tomadas. Quieren que el Gobierno maneje la economía según criterios electoralistas, es decir, cortoplacistas, postergando las tan antipáticas “reformas estructurales” que muchos especialistas creen son imprescindibles.
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Se trata de una versión de la actitud que fue asumida por Raúl Alfonsín e integrantes de su círculo cuando el radical Fernando de la Rúa estaba en la Casa Rosada. En aquel entonces, la falta de solidaridad de quienes en teoría debían darle el respaldo político que tanto necesitaba contribuyó a agravar la crisis económica y a facilitar el “golpe civil” que puso fin a su gestión. Sucede que la voluntad de pasar por alto las dificultades concretas de un plan de acción que no les entusiasma sigue siendo muy fuerte entre los radicales; a veces, se parecen a los Borbones que, luego de haber perdido el poder en la Revolución Francesa, al volver a su país después de la derrota de Napoleón mostraron, según Talleyrand, que no habían aprendido nada ni olvidado nada de lo ocurrido.
Así las cosas, Macri tiene motivos de sobra para suplicarles a los radicales resistirse a la tentación de entregarse por enésima vez a su pasión tradicional por las reyertas internas y de tal modo socavar la gestión de lo que, mal que les pese a algunos, es “su” gobierno también. Entiende que Cambiemos sigue siendo una coalición dominada, acaso circunstancialmente, por el PRO, y que para los afiliados de la UCR y la CC es aún más fácil rebelarse contra un jefe que es de otro partido de lo que sería si se tratara de uno de los suyos. Huelga decir que la ideología liberal, cuando no conservadora o derechista, que suele atribuirse al PRO hace más difícil la convivencia con la UCR que, desde sus orígenes en el siglo XIX, se opone anímicamente al pragmatismo de quienes anteponen los resultados concretos a los principios éticos que reivindican.
Hasta que la corrida cambiara del año pasado puso fin al “gradualismo”, los radicales y los miembros de la Coalición Cívica de Elisa Carrió pudieron creer que Macri había conseguido combinar de manera adecuada cierta eficiencia económica con un grado aceptable de solidaridad social, pero al precipitarse el país en un pantano estanflacionario del cual no le será nada fácil salir, algunos comenzaron a criticarlo por su presunta ineptitud y, lo que sería peor aún, hablar de los hipotéticos beneficios de permitir que otro –u otra– sea el candidato presidencial oficialista de Cambiemos en Octubre. Como es natural, la especulación en tal sentido está corroyendo la autoridad de Macri, justo cuando la más necesita, al hacer pensar que ni siquiera sabe manejar la coalición de la que el gobierno que encabeza depende.
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Para recuperarla, tendría que encontrar la forma de disciplinar a aquellos radicales que no lo quieren recordándoles que en Octubre estará en juego algo más que el destino de los distritos en que operan porque la eventual derrota de Cambiemos tendría consecuencias profundas para el país, sus habitantes y su lugar en el mundo. Por lo demás, si bien la coalición gobernante se ha visto agitada últimamente por las disputas rencorosas que han surgido entre distintas facciones radicales, en comparación con el maremágnum peronista es un dechado de cohesión casi monolítica.
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