Luego de la conmoción social provocada el miércoles 29, cuando se hizo pública la detención del pediatra Ricardo Alberto Russo, ex jefe del servicio de Inmunología y Reumatología del Hospital Juan P. Garrahan, distintos medios y especialistas empezaron a echar luz sobre la psicología de los pedófilos. El médico de 55 años, acusado de producir y compartir pornografía infantil, tenía en dos de sus computadoras más de 800 imágenes y 70 videos en los que se ven abusos a menores de entre seis meses y catorce años de edad.
Russo se doctoró en la Universidad de la Plata y era jefe del servicio de Inmunología y Reumatología del Garrahan. Trabajó y se especializó en los Estados Unidos y en Canadá. Colaboró como investigador en estudios internacionales y es autor de artículos y capítulos de libros.
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En esa dirección, dicen los expertos que los más hábiles pedófilos y pederastas tienen la habilidad de pasar desapercibidos. Al contrario de la imagen de depredador serial, abundan los personajes con familias o profesiones prestigiosas que los hacen ser respetados en sus entornos. Nadie desconfiaría de ellos. En Argentina, tres hombres llevaron esa doble cara al máximo.
Hace menos de un mes fue condenado a ocho años de prisión Gustavo Rivas, “El ciudadano ilustre” de Gualeguaychú. Abogado, miembro de la alta alcurnia local, abusó de decenas de menores durante toda su vida. La Justicia sólo pudo probar un caso.
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El psicólogo Jorge Corsi era reconocido como una eminencia en violencia familiar, escribió libros y participó de la elaboración de proyectos de ley sobre el asunto. Su imagen pública se desplomó cuando fue condenado en 2012 a tres años de prisión por corrupción de menores.
Pero, sin dudas, el caso emblemático fue el de Julio César Grassi, el religioso y titular de la fundación “Felices los niños” que, durante años, desfiló por la tevé como ejemplo del trabajo con la infancia. La Justicia lo condenó a 15 años de cárcel por abuso sexual y corrupción de menores.
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