Bordar en puntos cadena, festón, cruz o francés. Intervenir telas con
maderas, elementos metálicos, artificios de joyería, desechos inesperados. Pespuntear. Incluir tecnología sofisticada y hacer arqueología en el baúl de la abuela. Tramar una obra textil en un plano, como un tapiz, o darle volumen para convertirla en una escultura. El movimiento es incesante y cada vez más amplio.
Casi 3 millones de entradas registra Google si se tipea taller + bordado + Buenos Aires, e Instagram y Facebook tienen cifras millonarias de subidas sobre esta técnica que pasó del mantel de la cocina y el almohadón del living al arte con mayúsculas. Y los talleres proliferan y propician el encuentro de pares de afinidad.
¿Porqué no dejar testimonio de este quehacer gratificante y laborioso en un libro?, nos preguntamos. Y la respuesta fue el libro El Bordado como Trazo, en el que más de treinta bordadores abandonan la intimidad del taller e invitan a otros a que participen de la celebración, desde la mirada particular de la lectura. Un ejemplar autogestionado de 128 páginas en el que se estamparon más de cien primores tejiendo trama con distintas narraciones bordadas.
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Creemos que la experiencia flamante del libro El Bordado como Trazo da una idea de la posibilidad de un lenguaje que tiene mucho para decir y va más allá de una mera función decorativa. El libro es nuestra galería de arte portante, un dispositivo de belleza móvil que también le rinde tributo al papel.
Técnica milenaria que estuvo asociada por siglos a los fastos religioso y militar, pasó luego a formar parte de la indumentaria y el ajuar secular. Lo aprendimos durante la infancia, casi sin darnos cuenta, en la escuela o en casa, y en su actualización contemporánea adquiere cada vez mayor visibilidad para hablar del presente. Hilos multicolores y agujas llevados por manos inquietas cuentan sobre la tela la felicidad de un amor, recrean un poema o un cuento, una experiencia social que afecta, la desdicha por un maltrato o una ausencia, el grito liberador que convierte en alegría la tristeza.
Cientos, miles de personas practican con habilidad distintas puntadas para narrar historias. En talleres, centros culturales, parques, plazas, museos.
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Es un fenómeno colectivo y contemporáneo. Y aunque llegó casi en
secreto, transmitido de generación en generación, hoy es ampliamente reivindicado. El bordado no se conforma con suceder y quedar en la periferia. Quiere trascender porque gratifica y produce un bienvenido y terapéutico efecto de contagio.
Hoy no discurre como la actividad sumisa e impuesta de otros tiempos que tenía como objetivo quela mujer llegara “preparada” al matrimonio (el “que sepa coser, que sepa bordar” del Arroz con leche), sino como un ejercicio de emancipación y resistencia que le da voz propia a quienes lo practican. El bordado busca salir de la clandestinidad a la que lo confinó la sociedad, como parte de las labores domésticas femeninas, para alcanzar la luz que se merece.
La materialización de una reunión en torno a una mesa para bordar
confirma la fuerza de lo que, con el filósofo Baruch Spinoza, se conoce como la política de los afectos. Es la posibilidad de que un cuerpo salga de su soledad para encontrarse con otros, realizar sus deseos y transformarse.
Por eso los artistas Leo Chiachio & Daniel Giannone propusieron bordar en tiempo real y de manera colaborativa la bandera de la diversidad sexual. A favor del feminismo y contra el femicidio se bordan consignas. El fotógrafo Sebastián Hacher bordó fotos del genocidio mapuche. Acá, en México, Chile y otras regiones del planeta, el bordado es un modo de dar a conocer diferentes causas sociales y políticas para darlas a conocer y sumar activistas.
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Hay artistas, aquí y en el mundo, que exponen sus obras textiles,
bordadas, en las mejores galerías y en los museos más prestigiosos.
Tramaron y tironearon con hilos y lanas Violeta Parra, Louise Bourgueois, Joan Miró, Fernand Léger y algunos integrantes de la Bauhaus, por citar solo algunos, ponderando además como estéticos la imperfección o el revés de la trama.
Historias de dolor o enfermedad que rompen el silencio, potencias que se desconocen, preguntas que hermanan. Mientras enhebran,sufilan bordes o se desbordan y cortan con tijeras relampagueantes, los bordadores entablan conversaciones sobre la vida cotidiana, leen poesía, hablan de películas que los alimentan y enriquecen la obra que construyen sobre paños y pañuelos.
La gente que participa de esta actividad no queda atada a un maestro exclusivo. Investiga, circula, se forma, se solidariza. Y los docentes propician esa curiosidad, hacen alianzas, colaboran entre sí para que los alumnos conozcan, crezcan y se desplieguen en el arte del bordado.
El libro "El Bordado como Trazo", de Marian Cvik y Laura Haimovichi se presenta el 26 de junio a las 19 horas en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924, Ciudad de Buenos Aires.
por Laura Haimovichi, Marian Cvik
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