***** Cualquier intento de llevar la perfección del “3” a la extensión del “4”, en cine, puede ser tan frustrante como buscar la cuadratura del círculo. “Toy Story” había cerrado la historia de Andy y sus juguetes de manera perfecta; los cortos con los personajes que viene haciendo Pixar son geniales y bien podría haber quedado todo ahí.
Una cuarta entrega parecía ceder a la avidez monetaria. Puede ser. También sucede que es una de las mejores películas del año lejos, incluso más profunda –en cuanto a problemas filosóficos, si se permite el término– que la anterior. Hay un juguete nuevo creado por las manos de Bonnie, la nueva dueña de Woody, Buzz y el resto, con crisis de identidad (real). Hay un regreso, el de Boo, la pastorcita, transformada en un juguete libre e indómito.
Hay un personaje cuya “maldad” se desdibuja en la tragedia del rechazo. Hay un dilema moral absoluto: hasta dónde llega el deber de un juguete –de una persona respecto de su familia o su tarea– y dónde comienza el cuidado de sí, la consecución del propio deseo.
Y hay un cierre completo no ya para los dueños de los chiches, sino para los chiches en sí, un momento de decisión de esos que dejan lágrimas por horas.
Es ligera, es cómica y está llena de aventuras y detalles felices, por cierto (el diseño y los personajes atraen la mirada en todo momento). Pero es también una enorme meditación sobre el deber y el deseo, sobre la diferencia, no siempre subrayada, entre moral y ética. Cerca de la obra maestra.
Mirá el trailer:
(EE.UU., 2019, 89') Comedia. Dirección: Josh Cooley. Voces de Tom Hanks y otros. ATP.
por Leonardo D’Espósito
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