¿Qué fue lo que despertó tu interés por la psicología y te llevó a dedicarte profesionalmente a esta disciplina?
Desde muy chica siempre me gustó escuchar a mis amigas y familia. Sentía un interés especial por entender la mente humana, sus procesos, por qué nos pasa lo que nos pasa y cómo resolver los desafíos del día a día. Seguramente, mi historia de vida también influyó: hubo muchísimo amor, pero también la pérdida de personas muy significativas. Creo que atravesar mis propios procesos me ayudó a conectar y comprender a los demás.
¿Hubo algún momento clave en tu vida que te impulsó a profundizar en el estudio de la salud mental?
Cuando terminé el secundario y tuve que elegir una carrera, no tuve dudas: sabía que quería ser psicóloga y trabajar en salud mental. En el secundario había realizado un trayecto pedagógico que me llevó a empezar a dar clases en un colegio mientras cursaba la carrera de Psicología. Así, combiné ambas vocaciones desde el principio.
¿Qué desafíos enfrentaste al comienzo de tu carrera y cómo moldearon tu enfoque actual como psicóloga?
Estudié en la UNR, que en ese entonces tenía un enfoque predominantemente psicoanalítico. Aunque siempre fui muy mental, racional y analítica, en el último año decidí hacer mis prácticas en Gestalt, una rama de la psicología que resultó transformadora. Allí, no tratamos con pacientes sino que trabajamos en nuestro propio rol como futuros psicólogos. Recuerdo que en la primera clase, en lugar de preguntarme qué pensaba, me preguntaron qué sentía y dónde lo sentía. Esa experiencia me abrió a un campo de la psicología que no había explorado, pero también me conectó con aspectos desconocidos de mí misma.
Después de recibirme, me especialicé en distintas corrientes como la psicología sistémica, la terapia Gestalt, hice un posgrado en terapia cognitiva integrativa y me adentré en la teoría del trauma a través de la terapia EMDR. Hoy, trabajo desde un enfoque integrativo, eligiendo la metodología según el paciente y el motivo de consulta. Estoy convencida de que no todos pueden ser tratados con la misma herramienta.
¿Qué considerás que ha sido lo más gratificante de tu desarrollo profesional hasta hoy?
El encuentro con los demás. Acompañar a mis pacientes en sus procesos, ver cómo, incluso en los momentos más difíciles, logran incorporar recursos y herramientas para avanzar hacia sus metas. Poder emocionarme, incluso entristecerme a veces, pero siempre estar presente para sostener y acompañar procesos de sanación y crecimiento personal.
¿Qué habilidades o valores personales creés que te han ayudado a conectar mejor con las personas que buscan tus servicios?
Empatía, respeto y profesionalismo. Muchas veces, quienes llegan al consultorio lo hacen cargando una tristeza profunda, o con historias que han guardado en secreto durante mucho tiempo. Es esencial mostrar empatía, amabilidad y dejar claro que sus historias son importantes para mí. Quiero que se sientan escuchados y contenidos, sabiendo que cada intervención que realizo es desde la responsabilidad y el compromiso. Además, cuando el caso excede mi especialización, no dudo en proponer una derivación o interconsulta. Soy una ferviente defensora del trabajo interdisciplinario.
¿Qué consejo le darías a quienes están comenzando en la psicología y desean especializarse en el bienestar y la psicoeducación?
Les diría que mantengan la mente abierta, que no se limiten a una sola teoría o herramienta. Escuchar a los pacientes con el corazón es clave, porque muchas veces el primer paso hacia la sanación es el encuentro con un otro que valide y contenga. Estudien mucho, pero sobre todo sean genuinos. Como decía Carl Jung: “Conozca todas las teorías, domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana”.
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por CEDOC
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