Es falso eso de que la verdad nos hará libres. Este mito de la Ilustración se derriba cada día cuando sociedades enteras ignoran información crítica mientras se atoran de noticias insustanciales. A pesar de ello, siempre hay románticos que creen que la develación de los bajos fondos del poder iluminará a las masas y cambiará el rumbo de la patria. Y siguen investigando el próximo “Algo-gate” o contando en libros lo que no cabe en la estrechez de las páginas del diario.
La falta de transparencia en las cuentas públicas y privadas estuvo en los medios desde el inicio del ciclo de los Kirchner. Se largó con los evaporados fondos de Santa Cruz y siguió con los miles de dólares en la valija de Antonini Wilson y la bolsa de la ministra Miceli. La mafia de los medicamentos y su supuesta relación con el financiamiento de la política tampoco pareció salpicar a los vencedores de las elecciones del 2007. Son de esa época las primeras revelaciones del caso Ciccone que aparecieron en un diario que tuvo prestigio pero no suficientes lectores. Recién en el 2012, el caso consiguió la escucha de los que poco antes habían ratificado en el poder a uno de los sospechados. Los que denuncian livianamente efectos poderosos de los medios no podrían explicar por qué la agenda publicada tarda tanto en hacerse pública.
NOTICIAS presentó allá por el 2003 las inconsistencias en las declaraciones juradas del matrimonio presidencial junto con las primeras fotos de las propiedades de la gran familia del poder. Majul publicó datos sobre el enriquecimiento de “Él y ella” en dos libros que lograron un éxito editorial pocas veces conseguido en la Argentina, con números que son exiguos en comparación con las mayorías que renovaron votos a los biografiados. El mismo Jorge Lanata, cuando no estaba en la tele, escribía al respecto. Tuvieron que pasar varios años y algunos comicios para que esos datos salieran de la discusión de los informados en un formato digerible –como es la tevé– a una gran mayoría ajena a cuestiones abstractas. Buena parte de nuestra sociedad no entiende de cifras hasta que alguien se las pone en un bolso como el que carga todos los días para ir al trabajo. Recién ahí pueden comprender que un millón es mucha plata.
George Lakoff explica que la sobrevaloración del racionalismo nos lleva a suponer que los hechos bastan para que la gente llegue a conclusiones pertinentes. Este lingüista y analista político demostró que para convertirse en elementos del razonamiento, los hechos tienen que estar enmarcados conceptualmente. Si el sentido común nos dice que en el poder siempre hubo ricos y famosos, la indignación recién surgirá cuando el acusado rompa ese marco conceptual porque es uno de nosotros, como un jardinero o un empleado bancario. No es la razón sino la emoción la que valida la información.
El periodista Hugo Alconada Mon (La Nación) me contó de sus varias libretas con prolijas investigaciones que aguardaban la oportunidad de ser develadas. Su oficio le permitía llegar a las mismas conclusiones que los últimos estudios en comunicación: la sociedad solo toma la información que es capaz de digerir. Al periodismo hoy le cuesta mucho competir con la maquinaria propagandística que eficazmente convierte en eslogans nuestros peores lugares comunes. Deber ir en contra de ideas como “Argentina, un país de buena gente”, tan arraigadas que pueden remitirse a aquella que proclamaba que éramos derechos y humanos. La influencia del periodismo no es inmediata sino trabajosa y a largo plazo, porque las creencias sociales no se modifican con una tapa. Ni con diez. Pero si el periodismo no incomoda, o es propaganda o es demagogia. O sea, no es periodismo.
(*) Analista en Medios.
por Adriana Amado*
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