El lugar que alcanzó el teatro musical en Buenos Aires desde los '90 dejó en claro hace rato que aquí sí podíamos hacerlo. Los continuos estrenos, tanto comerciales como en el teatro independiente, la proliferación de escuelas, los concursos televisivos de talentos y la creación de los premios Hugo –específicos del género–, demuestran que contar historias con canciones es una pasión y por lo tanto, no puede soltarse aún cuando traiga algunas dificultades a las que habrá que buscarle alternativas.
La número uno de esas dificultades es que “las grandes producciones” (con el sello de Broadway y del West End londinense) y las de origen local con similares despliegues resultan muy costosas para la cambiante suerte de los bolsillos porteños. Salvo unas pocas, no hay bonanza pareja para todas. “Es muy difícil producir musicales en la Argentina. El costo de un gran musical no resiste el mercado local. Hay un público fiel, pero no alcanza para solventar costos. Ni hablar de grandes producciones donde el gasto de preproducción y de mantenimiento son el triple o cuádriple de cualquier espectáculo. Las comedias musicales no son negocio en ningún caso. Uno las hace porque es un rubro que nos gusta hacer”. El que lo dice es Javier Faroni, uno de los productores más exitosos del país y, en este rubro, el generador de “Casi normales”, excelente puesta que se mantiene desde 2012 con muy buen promedio de público.
Otra de las obras que permanece con destacada repercusión es “Forever young”: se estrenó en el teatro Picadero en mayo de 2012, donde siguió hasta julio de 2013; salió de gira y en enero se mudó al Metropolitan. Seguramente continuará: los 100.000 espectadores que sumó en todo ese tiempo invitan a no cortar la racha. “No es un musical convencional, solamente cuenta con un músico en escena y no hay cambios en el decorado.
El formato de producción es como el de un espectáculo de texto de siete actores, lo cual no es poco, y donde debemos sumarle la complejidad del sonido. Lo riesgoso de 'Forever young' es hacerlo con artistas que no son populares, sin una figura de cartel, pero ha realizado un gran recorrido, creciendo poco a poco porque funciona muy bien el 'boca en boca'”, dice el productor y dueño del Picadero, Sebastián Blutrach, que coproduce con su colega Pablo Kompel.
Especialista como pocos, el periodista Pablo Gorlero es autor de “Historia del teatro musical en Buenos Aires” (Emergentes, 2013), entre otros libros, y creador junto a Ricky Pashkus de los Premios Hugo. Su diagnóstico es duro: el momento crítico del teatro musical se debe a que la realidad social se choca de frente con el valor de las entradas. No hay poder adquisitivo ni una industria turística como en Broadway para sostener esa maquinaria.
“Salvo 'Forever young' y 'Casi normales', que ya vienen de otras temporadas, no hay grandes resultados este año. Se estrenó menos que en 2013, cuando en la calle Corrientes todas las obras de autores nacionales que estaban en cartel eran musicales: 'Camila', 'Tango feroz'', 'El jorobado de París'. Lo que sucede es que arrancan muy bien y después decaen. Hasta Time for fun ('El fantasma de la Opera', 'Mamma mia', 'La novicia rebelde', 'La Bella y la Bestia') hizo pausa este año con sus producciones grandes”.
“¿A qué llamamos éxito?”, se pregunta por su parte Ricky Pashkus, director, coreógrafo y docente que actualmente dirige “Y un dia Nico se fue” (en Villa Urquiza) y “Al final del arco iris” (en calle Corrientes), y ensaya para estrenar en mayo “La nota mágica”, de Luis Borda, en el teatro de la Ribera.
“¿A aquello que deja más dividendos a los productores o a la venta masiva en boleterías? Porque pueden ir juntas pero no siempre es lo mismo. Creo que a la última que le fue bien para todos fue a 'Los productores', de Mel Brooks, en el 2005”, dice Pashkus sobre la puesta que dirigió, protagonizada por Guillermo Francella y Enrique Pinti.
Es justamente en la trama de “Los productores” donde se presenta el gran dilema del negocio: el contador le advierte al productor teatral que “usted puede sumar un millón de dólares de inversores, gastar cien mil y guardarse el resto”, es decir, con un fracaso se podía ganar más dinero que con un éxito. Juntos se dedican a producir el mayor fracaso de la historia. Pero, cosas del teatro, la obra resulta un suceso descomunal.
“El camino que encontró la producción de Mireya, un musical de tango, de Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler, fue la coproducción con el Gobierno de la Ciudad. Sería imposible para una productora por sí sola realizar algo de esta magnitud; y es maravilloso que se dé, porque permite que las entradas sean accesibles. No es una 'estrategia' sino un convenio de partes para poder sacar adelante este proyecto”, dice Julieta Kalik que, con la productora La Crypta, acompaña desde la puesta de “Excalibur” a la dupla Cibrian-Mahler.
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por Leni González
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