★★1/2 Con el mundo de los de arriba y los de abajo se pueden hacer todos los novelones combinables, desde “Downton Abbey” hasta “Avenida Brasil”, “Dulce amor” o cualquier variante de la Cenicienta, socia fundadora del club del ascenso a las ligas mayores. Por “efecto culebrón turco” o no, la última producción de Pol-Ka se zambulló sin complejos en el género, con un título que promete diferencias sociales e injustos atropellos.
La familia poderosa son los Villalba, unos endogámicos terratenientes que viven en un casco de estancia alejado de la ciudad. “Los de arriba” cohabitan con “los de abajo”, el personal doméstico integrado por honestos y no tanto, por igual serviles hasta la obsecuencia. Bajo los dominios del clan, hay una laguna con poderes curativos que se las traen. Pero, por ahora, es un misterioso secreto que intentará ser aprovechado por unos pocos enterados.
Los ricos tienen una matriarca alcohólica y empastillada que es asesinada en el primer capítulo, una costumbre –¿o cábala, tal vez?– de Norma Aleandro en Pol-Ka que había hecho debut y despedida en el melodrama fantástico “Lobo” (2012). Lástima, no sé por Norma, pero sí por la tira porque el triángulo con los parientes y pares etarios, Raúl Taibo (cuñado ambicioso) y Leonor Benedetto (hermana aún por descifrar) prometía calor y fuegos artificiales como el dios del novelón manda. La intensidad en el amor o en el odio, la creíble, esa que traspasa la pantalla, parece que se ha convertido en las ficciones locales en asunto de maduros. También en “Lobo”, Osvaldo Laport y Viviana Saccone, y no los protagonistas, se sacaban chispas.
Quizá sea porque conocen el paño hasta la médula. Aunque el trío principal de Araceli González (la maestra fugitiva de un golpeador), Juan Darthés (el mayor de los hijos ricos) y Luciano Castro (el capataz buenazo) no es precisamente novato en la tele y se nota su oficio. Pero los vínculos que establecen no están construidos con el tiempo del deseo, esencial en un drama romántico: ni bien se cruzaron, ya los vimos abrazarse, celarse, tener complicidades. No es que esto esté mal sino que la narración conduce al espectador de manera torpe –por lo tanto, desapasionada– a ese lugar. El otro triángulo, interclase más joven, es el de Gonzalo Heredia (hijo rico del medio), Eva De Dominici (su mujer linda y mala) y Agustina Cherri (la mucama vengadora): el armado de los lazos entre ellos es todavía más arbitrario. Como un adosado de ciencia ficción, está la historia de la laguna con el villano Luciano Cáceres y la bioquímica Julieta Cardinali.
Notable manejo de los rubros técnicos, en especial, la fotografía de Martín Sapia y Germán Drexler quienes hacen de “Los ricos no piden permiso” un producto bello de ver. Pero para la emoción, no basta. A los personajes les falta comunicar razones para que el público pueda identificarse con ellos.
por Leni González
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