El mes de noviembre podría será recordado con nostalgia en algún tiempo más. Arrancó con un cierre del blanqueo que cumplió con las expectativas previas, continuó con el triunfo holgado del “amigo” Donald Trump en las presidenciales de los Estados Unidos, el INDEC anunció la inflación de octubre que resultó la más baja en casi dos años y continuó con un goteo incesante de buenas noticias en la cancha donde más rápido se dan los resultados: el mercado financiero.
Luz verde. Noviembre fue temporada alta para los mercados, tanto que los esfuerzos de sus protagonistas intentan alejar cualquier parecido con una burbuja. El Banco Central acumuló reservas a buen ritmo, el riesgo país ya tiene en los 700 puntos otra barrera para perforar, el MERVAL (índice que toca las acciones líderes) acumuló 18% en las tres primeras semanas del mes, pero más de 960% en lo que va del año. Claro que arrancó con un bajón histórico, pero quizás refleja la volatilidad de un mercado que todavía carga con la mochila de décadas de inestabilidad crónica. La primera víctima de este cambio de entorno fue, paradójicamente, el protagonista de tantas jornadas vertiginosas: el dólar. En lo que va del año, el tipo de cambio oficial subió 23% contra una inflación en el mismo período de 107%. La brecha cambiaria que llegó a ser de casi 150%, se ubicó por debajo del 10%, fue bajando a medida que, lentamente, se iba acercando el tipo de cambio oficial a los financieros (MEP y CCL) que no sólo dejaron de crecer, sino que, incluso, bajaron en términos nominales desde el pico de mayo pasado. Lo llamativo es que el denominado “dólar blend” (20% del CCL y 80% del oficial) quedó casi al mismo nivel que el bursátil (MEP). Algunos ven esta tendencia como el paso inevitable para eliminar el cepo cambiario, vigente desde septiembre de 2018. Una buena noticia para unos (ahorristas, importadores, inversores, casas matrices de multinacionales) pero una preocupación para el sector que más reclama por lo que consideran un retraso deliberado de la paridad cambiaria como “ancla” inflacionaria. Esto, insisten, presionaría por un pedido largamente madurado por los productores agropecuarios: revisar el tratamiento impositivo (retenciones) que pone al sector en desventaja con respecto a otros, como el minero o energético.
Marina Dal Poggetto, en el informe de su consultora Eco Go, explica que con los dólares del blanqueo se destrabó el programa económico y la nominalidad empieza a comprimirse, tanto en tasas como en precios. “El próximo paso será la compresión del tipo de cambio, que está mutando de ser un factor de ancla de la nominalidad a ser un factor de inercia, que induce la inflación de acuerdo con las autoridades económicas”, advierte.
Pero la incertidumbre no radica en los datos de inflación, que si bien la meta ahora es la convergencia no ya con el 2% mensual del “crawling peg” en el que se desliza el tipo de cambio oficial que ya parece más que accesible (los precios mayoristas de octubre subieron 1,2%) sino apretar para llegar al 1% de devaluación mensual, con lo cual se aleja el “fantasma” de una devaluación pero también le sella la salida a los exportadores de una mejora del tipo de cambio real a través de un salto nominal.
Jorge Vasconcelos, economista jefe del IERAL, sostiene que el país cuenta hoy con fundamentos en su economía que estaban ausentes doce meses atrás, considerando la dinámica fiscal, la marcha de la inflación y el cambio en las expectativas de consumidores y empresas. “Sin embargo, subsisten enormes desventajas con países que se han destacado por su competitividad y ritmo de crecimiento en las últimas décadas (Australia, Corea, Israel, entre otros), por lo que la Argentina no puede darse el lujo de especular; necesita profundizar su agenda de reformas”, sostiene.
La salida. La compresión de la brecha apalanca el interrogante sobre cuándo se saldrá del cepo cambiario. “Eso tiene que ver no sólo con el ajuste fiscal, sino también con el saneamiento de todos los pesos que sobraban, que estaban guardados en el Banco Central, que eran el espejo de los déficits pasados”, argumenta la directora de C&T Asesores Económicos, María Castiglioni. A su juicio el trabajo de ir sacando el excedente de pesos de la economía y ordenar toda la relación entre activos y pasivos del BCRA, se fue realizando paulatinamente. Sumado al ajuste fiscal derivó a la economía a un lugar no habitual para la historia reciente: no tuviera ese excedente de pesos. “Hoy veo pocos motivos, genuinamente, para mantener el cepo porque sigue habiendo superávit fiscal y comercial. La pregunta, entonces, es porqué el Gobierno no lo saca directamente a la brevedad y la respuesta es que optó por ir retirando restricciones cambiarias y comerciales, pero sobre todo porque no quiere correr el riesgo de que pueda haber un salto cambiario que finalmente genere ruido en el mercado y termine generando inflación”, concluye. Pero aún con estos “deberes” hechos, quedaría pendiente el problema de competitividad, para la que una devaluación sólo soluciona las urgencias, pero no le aporta un equilibrio sustentable.
Según las estimaciones del IARAF, el ajuste fiscal nacional hecho en los primeros 10 meses del año, anualizado, equivale a 4,7% del PBI. Es decir 0,3% más que los necesarios para eliminar el déficit fiscal. “Si bien hay margen para moderar la intensidad del ajuste, en el último bimestre el Gobierno nacional debe efectivizar un ajuste fiscal de 1,1% del PBI respecto al último bimestre de 2023, si quiere terminar el año con equilibrio fiscal”, enfatiza su presidente, Nadin Argañaraz. Esto significa que, en los últimos dos meses del año, el Gobierno debe hacer la cuarta parte del ajuste anual necesario para eliminar el déficit fiscal. Un desafío inmenso.
Año nuevo, ¿cepo nuevo? Para Vasconcelos, la ratificación del “ancla cambiaria” dentro de la política de estabilización, requiere que la entrada de capitales no se debilite para asegurar la consistencia del sector externo, ya que con las tendencias actuales la cuenta corriente del balance de pagos apunta al terreno negativo. “El ‘momento’ elegido para salir del cepo sigue siendo relevante y todo indica que no conviene dejar para después de octubre de 2025 esa tarea, para evitar turbulencias en el período electoral previo a las legislativas”, cierra. Quizás está marcando la antesala de un nuevo escenario, en el que el salto en las exportaciones energéticas y mineras motorizados por las inversiones enmarcadas en facilidades tipo RIGI producirán un aumento del ingreso de divisas y otro salto similar en las importaciones. El desafío de la competitividad ya está marcado en el almanaque 2025.
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