Se acabó el romance con las redes sociales como Facebook y Twitter como abrepuertas de un venturoso porvenir de información y democracia. No hay evidencia convincente que sostenga que necesariamente contribuyen al mejor conocimiento de temas públicos. Por el contrario, sí se confirma que sirven para moldear visiones estrechas de la realidad y reforzar prejuicios sociales.
El problema es que los “medios sociales” diseminan información cuya relación con la verdad es frágil y resbaladiza. Son boticas de verdades y mentiras, rumores y certezas, datos y opiniones, lo serio y lo absurdo. Nos permiten atravesar la jungla digital con filtros que simplifican la tarea de decidir qué información consumir. Son accesorios de la pereza en la búsqueda de información y la avaricia cognitiva en minimizar el tiempo y esfuerzo en tener conocimientos. A su vez, los algoritmos de los gigantes digitales refuerzan un menú relativamente homogéneo y circunscrito sobre la base de decisiones y opciones previas.
De este modo, plataformas potencialmente abiertas al mundo se convierten en islas comunicacionales de preferencias, pasiones, sesgos, y odios. Los medios sociales son espejos narcisistas que reflejan intereses personales. Vivimos en burbujas informativas con fuentes en las que confiamos sin importar demasiado si realmente son competentes o verdaderas.
Los “medios sociales” ayudan a conectarnos con personas con intereses similares y a participar en política. Sin embargo, no son autopistas seguras hacia el conocimiento. El problema es que, como observara Nietzsche, las convicciones son enemigas más peligrosas de la verdad que las mentiras. Y esto preocupa en la sociedad de la pos-verdad, donde no pareciera importar la información y su correspondencia con la realidad, sino la reafirmación de creencias personales.
*Sociólogo. Especialista en medios y redes sociales.
por Silvio Waisbord*
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