“Peña es un tipo difícil y temible”, dice una fuente que conoce las fibras íntimas del PRO. Y agrega: “Macri lo compró de esa manera porque aparenta no importarle la plata y no tiene otros kioscos. Al Presidente, la posibilidad de que alguien lo ‘camine’ económicamente, lo puede”. Ante las críticas, Peña se ríe y les dice a sus íntimos: “El jefe acá es Mauricio. Yo sólo cumplo órdenes”.
Su última declaración jurada presentada lo respalda. La mano derecha de Macri declaró bienes por $ 515.531. Un departamento en Palermo de 77 metros cuadrados, una Volkswagen Surán y depósitos en el país por $ 128.245. Además, dos deudas: una con el banco Galicia y otra correspondiente a un crédito hipotecario, que suman $ 104.000. Cifras ridículas al lado de las del Presidente ($ 110 millones), e incluso de sus subordinados Quintana ($ 61 millones) y Lopetegui ($ 25 millones). Un funcionario de clase media metido en tierra de CEOS y empresarios ricos.
Nadie se atreve a manifestar públicamente sus diferencias con Marcos Peña. Quienes lo hacen, hablan en estricto off the record: consideran que es “un tipo que quiere y necesita tener todo bajo control” y que “no sabe convivir con gente que tenga iniciativa propia, salvo que sean intelectuales que lo idolatren. Como Alejandro Rozitchner, que lo hace sentir Gardel”. También sucede que ningún funcionario se atreve a hablar sin pedir debida autorización al jefe de Gabinete. Sus oficinas se transforman en un filtro caótico que desordena la comunicación más de lo que puede ordenarla.
En el caso de Prat-Gay, por ejemplo, lo que más molestó al Gobierno no fueron sus yerros en materia económica, sino su soberbia. “No sabe trabajar en equipo”, sentenció Peña cuando anunció la expulsión del ex ministro. “De Marcos se pueden hacer muchas críticas, pero hay que reconocer que sabe laburar en grupo”, comenta un funcionario PRO. Aunque, automáticamente, baja un cambio: “Bueno, es cierto que a él siempre le toca conducir y a nosotros acatar las órdenes”.
Comentarios