La persona más o menos entrenada en policiales rápidamente descubrirá qué es lo que se oculta detrás de esa familia adinerada cuyo padre (Machín) ha sido asesinado por un hijo (Nicolás Francella) al que se busca declarar insano. La persona más o menos entrenada, además, sabrá que el psicólogo interpretado por Vicuña que tiene a su cargo el asunto va a tener sus idas y vueltas con la chica –un poco víctima, un poco mujer fatal– que interpreta Suárez (Suárez, digámoslo ahora, es una actriz con gran potencial, aunque quizás nació en la época equivocada para alcanzar el estrellato). Ahora bien: el problema de este film no consiste en su previsibilidad sino en que, visualmente, carece de toda fuerza. Los elementos clásicos del thriller o el policial negro (que el psicólogo sea el detective también es algo a lo que, con los años y desde los setenta, nos hemos acostumbrado) están allí pero imitados, sin que sean totalmente comprendidos. Y eso es lo que resiente en todo momento la tensión que debería sostener la trama para capturar nuestro interés. Que la factura técnica sea impecable es lo de menos: la misma prolijidad hace que al guión le falten honduras o riesgos. La fórmula está desnuda y no como sostén de una puesta en escena que nos lleve a otro mundo. Por supuesto: no hay historias nuevas desde los griegos, el secreto es mostrarlas como si no las conociéramos y convencernos de su novedad. No es este el caso.
por Leonardo D’Espósito
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