Hubo un plan que podría haber cambiado toda la relación de Macri con el Papa y, por lo tanto, del Papa con Argentina. La historia que hubiera modificado el curso de los últimos dos años es casi desconocida, y estuvo muy cerca de tener éxito. Ocurrió en la agonía del 2015, cuando el ingeniero estaba por asumir el poder y la exitosa abogada se resistía al traspaso de mando. En esos momentos de máxima tensión, uno de los colaboradores más íntimos de Francisco le acercó al obispo de Roma una idea arriesgada pero irresistible: mediar entre las dos partes, concertar un encuentro público entre Macri y Cristina, que incluía plantar un olivo como símbolo de paz, y luego, para el gran final, el Sumo Pontífice hablaría en vivo, en un hecho sin precedentes, para todas sus ovejas. Jorge Bergoglio, argentino hasta la médula y dueño de una cintura política que quedará en la historia, dio su bendición. Marcos Peña, de un lado, y Eduardo “Wado” De Pedro, del otro, se convirtieron en los emisarios de turno de sus respectivos jefes. Hasta acá todas las partes coinciden en el relato. A la hora de buscar responsables, como siempre, es donde la cosa se pone más espesa. La música es conocida, y desde el Gobierno señalan al kirchnerismo como el causante de que el barco no llegara a puerto santo y viceversa.
Los bergoglianos, por su parte, y a diferencia de lo que el macrismo sostiene, apuntan que del Gobierno tampoco hubo una respuesta positiva. Ese fue el primer desplante de lo que luego se convertiría en una larga cadena de desaciertos –la felicitación por la asunción presidencial jamás llegó desde la Santa Sede, y poco tiempo después ocurrió la famosa reunión de las caras largas y los 22 minutos–. Dos vueltas al globo más tarde, la relación parece lejos de encauzarse, y en el momento casi exacto en que Francisco, ídolo en el mundo pero resistido en su tierra, cumple cinco años frente al sillón de Pedro, en su país se da un novedoso debate, que el Gobierno promueve, sobre la despenalización del aborto. Y a 11.000 kilómetros del Vaticano, gran parte de la sociedad se retuerce sacando cálculos y haciéndose preguntas que parecen no tener respuestas claras.
¿Qué lugar ocupa la Argentina en la mente de Francisco? ¿Tanto le importa su patria como para meterse en el medio del barro de los dos grandes líderes locales de estos tiempos? ¿Sueña con su país cuando apoya la cabeza en la almohada? Y la más enigmática de todas las incógnitas que rodean al misterioso hombre de la sotana blanca: ¿volverá? Porque el hecho de que no lo haya hecho aún refleja de por sí la existencia de un problema.
En el nombre del Padre. Cuando se habla de Francisco y su relación con la Argentina y con sus gobiernos, que en términos de política exterior es similar, hay que decir algo básico pero no por eso menos destacable o noticioso: hay algo, indefectiblemente, que no termina de cerrar entre las partes. De lo contrario, en esta media década que pasó como máxima autoridad cristiana, donde vio pasar dos mandatarios en su país, Jorge Bergoglio ya hubiese vuelto a la tierra donde vivió 76 años. Con tan sólo tres países de Latinoamérica sin visitar (además de su patria, Uruguay, que otra vez carga con el peso de los pecados argentinos – ¿O sería posible una visita de Francisco al país limítrofe y no al suyo?–, y Venezuela, donde, al borde de una guerra civil, el Papa intentó un acercamiento entre las partes en pugna que llegó mal y tarde), el problema es más que una agenda complicada. Los funcionarios argentinos lo saben y sufren porque las autoridades eclesiásticas locales no terminan de acercar posiciones.
Ahora, como si fuera poco, se le suma una de las discusiones más lacerantes para la Iglesia en los tiempos modernos, la del aborto. Un debate que tiene posiciones irreconciliables, aunque la reciente conducción del clero local, con monseñor Oscar Ojeda, el íntimo amigo de Francisco, a la cabeza, las intente dosificar con un comunicado medido. La interrupción adrede del embarazo, dentro de un mundo tan dividido e intrincado como el del Vaticano, salta la grieta: une a toda la Iglesia en su contra, desde los sectores más progresistas a los más conservadores. Para unos y otros, el aborto equivale al fin de una vida, y la legalización de esa acción sería el equivalente a legitimar el crimen. Y que el Presidente impulse el debate legislativo –“vemos con agrado que el Congreso lo tenga en su agenda”, dijo Macri en la apertura de las sesiones ordinarias, cuando se convirtió en el primer mandatario de la historia en hablar del espinoso tema en el Parlamento– es algo tan bien recibido dentro del clero como fue para Abraham el pedido de sacrificio que le hizo Dios.
¿Cuánto afecta la discusión por el aborto a Francisco, a la Iglesia, y a su relación con este gobierno? En el oficialismo aseguran que la Conferencia Episcopal, de la que consideran que no habla ni se mueve sin consultar antes con la Santa Sede, está en la misma sintonía que la mesa chica amarilla, que se pronuncia en contra pero que no ve mal el debate. Según el Gobierno, eso es lo que le transmitieron los líderes de la CEA en una reunión privada que tuvieron días antes de la visita de Macri al Congreso. Sin embargo, es una verdad a medias. Primero porque dentro del oficialismo hay personas como Jaime Durán Barba, cerebro del PRO, que se pronunció a favor del aborto públicamente, aunque desde la Secretaría de Culto aclaren que el ecuatoriano no se mete en la relación con el Vaticano. Y en segundo lugar porque si fuera por la Iglesia el tema ni siquiera se debatiría. Monseñor Víctor Fernández, rector de la UCA y el aliado máximo del Papa en Argentina fue mucho más categórico: “Si un ser humano no se puede matar cuando tiene más de tres meses pero sí cuando tiene unas horas menos, ¿qué racionalidad hay allí? La salida más rápida y mezquina de un legislador es proponer leyes que permitan eliminar a los niños en gestación como si nada pasara”, aseguró quien suena para ser el futuro arzobispo de La Plata cuando el adversario del Papa, Héctor Aguer, se jubile en mayo.
Hasta ahora, la Conferencia Episcopal no tiene programado participar activamente en el debate parlamentario y mantiene silenzio stampa. Su vocero, Jorge Oesterheld, viene de generar ruido en el Vaticano cuando declaró, en medio de la visita a Chile, que era “doloroso” que Francisco no hubiera vuelto al país y desde entonces, como para esta nota, no atiende el teléfono. La negativa a meterse de lleno en el Congreso generó más de una crítica en off de los sectores más duros del clero. A pesar de eso, desde la Iglesia aseguran que hay “contactos frecuentes” con legisladores de varias bancadas, y que estaban prevenidos del tratamiento de este debate desde hace por lo menos un año. La mano de Dios llega a todos lados.
El pensamiento de Francisco, como siempre, es intrincado. Este Papa, que llegó a renovar la imagen de una Iglesia que sangraba seguidores y militantes, ha mostrado estar a la altura de los clics modernos y ha sabido ser duro sin perder jamás la ternura. Por eso se comunicó más de una vez con Emma Bonino, una política italiana abortista a quien recibió en el Vaticano (ver recuadro), y otorgó en el 2015 el histórico permiso a los sacerdotes de todo el mundo para que absolvieran del pecado del aborto a las mujeres que lo hayan practicado. Además, es autor de frases como: “No se le puede decir a un ateo que su vida está condenada, porque estoy convencido de no tener derecho a juzgar la honestidad de esa persona”, le dijo al rabino Abraham Skorka cuando era arzobispo, y hablando específicamente del aborto, aseguró que “no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pida reconciliarse”.
Sin embargo, hay que diferenciar lo que dice impulsado por el espíritu de los tiempos y lo que la Iglesia cree desde tiempos inmemoriales. “Toda vida es sagrada, hagamos avanzar la cultura de la vida como respuesta a la lógica del descarte”, dijo también Francisco, y en un documento del 2016 titulado “misericordia et misera” fue aún más tajante: “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente”. Hoy, más que nunca, parece haber más distancia entre la Santa Sede y Buenos Aires que la que separaba a Egipto de la Tierra Prometida.
Non sancta. El 2017, en palabras de uno de los integrantes del Gobierno que más trato tiene con el Santo Padre, fue “un año planchado” en la relación entre los dos argentinos más importantes. Aunque María Eugenia Vidal fue hasta el Vaticano, en lo que fue su segunda visita, mientras que Horacio Rodríguez Larreta llegó a la tercera y mantiene el récord entre la primera línea del oficialismo de viajes hacia la ciudad milenaria, el Presidente no viajó ni tiene programado hacerlo en el 2018. Una perla: Esteban Bullrich fue recibido allí sólo días después de ganar las elecciones legislativas del último octubre. ¿De qué tamaño hubiera sido la polémica si una victoriosa CFK hubiera aparecido junto a Bergoglio horas después de la contienda electoral?
La única comunicación oficial que hubo del Papa hacia Macri en el 2017 fue cuando Francisco sobrevoló el cielo argentino en su difícil viaje a Chile, donde, según la óptica de un bergogliano, “le pasaron factura por su DNI argentino”. Ese escueto mensaje, redactado en inglés por Greg Burke, el vocero estadounidense de Bergoglio que pertenece a la no tan progresista institución Opus Dei, es tan protocolar como los que Francisco dispensa a todos los jefes de Estado sobre los que pasa su avión, aunque también es cierto que Bergoglio se sale del guión cuando quiere. Por el lado presidencial, en el año pasado hubo sólo dos comunicaciones, cuando el Presidente lo saludó en julio por el día del Pontífice, y luego en diciembre por el cumpleaños 81. Según los encargados del Gobierno de la relación con la Santa Sede, “hay contacto constante”, aunque la realidad parece lejana a esa afirmación.
Lo que generó suspicacias sobre el debate por el aborto, más allá de su costado religioso o científico, es el timing político de la discusión: ¿por qué se dio justo ahora, semanas después del viaje latinoamericano del Papa y a días de que cumpla cinco años en el cargo? “La decisión final de meter el tema en la agenda tiene que ver con algunos últimos gestos del Papa, como subir a Juan Grabois y a Gustavo Vera al escenario de Moyano. El Papa no tiene cuidado con los personajes que lo representan, algunos son muy extremistas”, dice en estricto off un diputado del PRO que no está dentro del radar santo. Los encargados de las relaciones del Gobierno con el clero lo niegan de plano, y sostienen que fue la misma sociedad la que impuso el momento. Sin embargo, es cierto que algunos gestos de los delegados santos molestaron al oficialismo. Aunque Vera hoy aparece corrido del mundo vaticano –esta revista adelantó el año pasado el cortocircuito que Francisco tuvo con él–, Grabois, dirigente social, alcanzó el año pasado niveles de fama insospechados y quedó consagrado como uno de los grandes aliados del Papa.
Sin embargo, ahora el político dejó su cargo en la Santa Sede, donde era asesor. Si bien le aclaró a este medio que la asesoría se pensó para que dure un período de tiempo, voces más críticas dentro de la Iglesia aseguran que la decisión tuvo que ver con el perfil polémico del político: a principios de enero Grabois aseguró que “el vicio de Macri es la violencia”, lo que causó una tormenta dentro del mundo religioso y motivó un comunicado de la CEA donde se aclaraba que el Papa se comunicaba por sus voceros formales y nadie podía “hablar por él”. “Sufro por saber que por mi culpa le quieran hacer daño a Francisco. La paso como el orto con eso. Si fuera por mí, y no tuviera relación con él, sería mucho más radical”, aclara Grabois.
Un mundo de distancia. “La relación de hoy entre Francisco y Macri es igual a la que tenían en la primera visita… pero pasaron dos años más. Es como un matrimonio que no funciona y que va acumulando más tiempo sin sexo”, dice un aliado del Papa resentido con el oficialismo. Grabois aporta: “Las diferencias son de cosmovisión. Por un lado están las ideas del Papa, que son antineoliberales, y del otro hay gente como Durán Barba que representa a la nueva derecha”. “Hay diferencias ideológicas que están, no se pueden negar, aunque eso no impide tener un buen diálogo”, conceden desde el oficialismo. ¿Cuáles son? En Macri, y su partido, impera una sensación de ateísmo, mientras que el Presidente coquetea con las ondas new age del “Arte de vivir”, y hasta mandó a hacer limpiezas espirituales dentro de la Rosada. Además, en el PRO impera la “teoría del derrame” y la idea de la reducción del Estado gracias al poder del libre mercado: todo lo contrario a Francisco. El Papa, fiel a la doctrina social de la Iglesia, dice que esa economía “mata” y asegura que “no se puede confiar en la mano invisible del mercado”. “Se promete que cuando el vaso se llene se desbordará, pero lo que sucede en cambio es que, cuando está lleno, el vaso, por arte de magia, crece y así nunca sale nada para los pobres”, dijo Bergoglio, el único Papa que, junto a Juan Pablo II, trabajó como asalariado antes de dedicarse a Dios. En un polémico hecho, durante su viaje en Perú, una charla con obispos de allí continuó siendo transmitida después de lo previsto, y Francisco deslizó una infidencia que se hizo pública: “América Latina buscaba la Patria Grande y ahora está sufriendo un capitalismo liberal deshumano”, dijo el argentino.
“Es que jamás fui de derecha”, le explicó al padre Antonio Spadaro. La adscripción política de Francisco también está envuelta en misterio. De la mano del primer esposo de Marta Cascales, la actual mujer de Guillermo Moreno, Bergoglio coqueteó en los setenta en las filas del peronismo conservador de Guardia de Hierro. Por esos años rechazaba la idea de la Teología de la Liberación, a la que ahora se lo emparenta. ¿Es peronista? “El Vaticano no es Puerta de Hierro”, sentencia uno de los macristas que mejor lo conoce. La realidad es que muchas de las ideas que sostiene son las posiciones antiliberales propias de la Iglesia. Eric Hobsbawm, el célebre historiador británico, decía que Juan Pablo II era el último socialista del siglo XX, y Francisco rescata muchos de sus pensamientos contra el mercado.
La duda es si esta distancia con el Gobierno es lo que le impide venir al Papa, que tampoco regresó cuando CFK gobernaba. “No debe sentir que su presencia le pueda hacer bien a Argentina”, dice Grabois. “No hay que apropiarse del Papa: es una figura mundial. Vendrá cuando piense que las condiciones están dadas”, apunta Olivera. “Duele que digan que no quiere volver. Lo hará cuando sienta que es el momento oportuno”, asegura el obispo de Quilmes, Carlos Tissera. Guillermo Marcó, su antiguo vocero, aporta una versión distinta. “Cuanto más demora en venir más expectativa genera y más incógnitas. Se lo dije personalmente: si venía antes cortaba mucha de las cosas que se dijeron”.
Es evidente que es más que un problema de agenda. También es obvio que le pesa no regresar: por eso Argentina es el único país al que le dedicó un video, al final del 2016, para explicar por qué no retornaba aún. Sus voceros pasan horas justificando la decisión. ¿Es por la edad? A Francisco no le gusta viajar, tiene 81 años, pies planos, le falta parte de un pulmón derecho y a veces se queda sin aire cuando da largos discursos, aunque eso no le impidió viajar a Chile. Mucho se especuló que podía ser debido a que la antigua conducción del clero local, con Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires, y José María Arancedo, que tiene el mismo cargo pero en Santa Fe, no lo representaba, pero ahora las autoridades cambiaron. Los nuevos representantes son fieles soldados. Algunos amigos aseguran que es porque le pesaría demasiado volver a su amada patria para irse a los pocos días. La grieta, sin embargo, asoma como el mayor de los problemas: con CFK y el kirchnerismo lo separaba una pelea histórica que duró años y que muchos olvidan, y con Macri hay un abismo ideológico y, con más de uno de sus máximos alfiles, personal. Todo esto no significa que en el próximo año Bergoglio no vaya a acercar su sotana blanca por estas tierras: se sabe que Dios actúa de maneras misteriosas.
El hombre. Entonces, ¿quién es Francisco? ¿Qué pasó en estos cinco años del papado del hombre que llegó desde el fin del mundo? Bergoglio fue el primero en elegir un nombre que representa pobreza. Rechazó el número que le siguen a las nominaciones de los Pontífices, y uno de sus primeros actos fue descartar los lujosos zapatos Prada color rojo que usaba Benedicto y que escandalizaban a la opinión pública. Francisco lleva un reloj común, los mismos anteojos que tenía en su época como arzobispo, y sobre sus dedos no brilla el oro. Las cruces que adornan su pecho son de un hierro mundano. Cambió el suntuoso departamento papal, de más de 350 metros cuadrados, por la suite 201 del segundo piso de Santa Marta, que mide como cualquier habitación regular. Por primera vez, hay un Pontífice que se deja besar regularmente por los fieles, y que incluso saluda con un beso en el cachete a los mandatarios, como hacía con Cristina Kirchner. Cuando llegó al cargo ordenó el caos que había en el Banco Vaticano, y, a pesar del traspié en Chile sobre el Obispo Barros, puso sobre agenda, como nunca antes, la problemática de la pedofilia dentro de la Iglesia. En el 2013 hizo ir al Vaticano a un sospechado obispo polaco, Jozef Wesolowski, y lo arrestó dentro de la Santa Sede, donde permaneció con arresto hasta su muerte. Era la primera vez en la historia que un obispo era encarcelado dentro de la ciudad milenaria. “Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres”, dijo en una audiencia a poco de asumir, lo que provocó una catarata de respuestas conservadoras en su contra.
El Papa argentino despejó el halo de santidad que rodeaba a sus predecesores y aclaró ante el mundo que es un hombre como cualquiera, que “ríe, llora, duerme tranquilo y tiene amigos, como todos, una persona normal”, y reveló que tuvo una novia a los 17 años y que por ese entonces era un hábil bailarín en las milongas. “A Juan Pablo II uno iba a verlo, a Benedicto a escucharlo, a Francisco uno va a tocarlo”, afirmó el cardenal francés Jean-Louis Tauran. ¿Se desaprovecha al Papa en su tierra? Difícil precisar quién tiene la culpa. A los creyentes sólo le queda rezar por él, al resto cruzar los dedos.
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