¿Con qué cara van a mirar al príncipe saudí los otros asistentes? ¿Con qué gesto lo saludarán? ¿Querrá alguien hablar con Mohamed bin Salman luego de filtrarse la conclusión de la CIA sobre su responsabilidad en el asesinato de Jamal Khashoggi? Trump relativizó la revelación de The Washington Post, incursionando en el absurdo al decir: “Le pregunté y él me dijo que no tuvo nada que ver”. Obviamente, el sentido común se inclina por la versión del diario. Con esa sombra viene al país el hombre fuerte del reino arábigo.
Podría venir el propio rey Salman, pero el reino eligió mostrar los dientes al mundo. Quizá lo termine reemplazando como heredero del trono, o bien por su tío Ahmed bin Abdulaziz, o bien por su primo Mohamed bin Nayef. Pero lo que le importa ahora es que el mundo baje su dedo acusador y se incline ante el príncipe, aunque tenga sangre en las manos. De todos los roces que podrían darse en el G20, a los más graves debería protagonizarlos Mohamed. Sobre todo si se cruza con Erdogán, el primero en denunciar el brutal crimen.
Si al periodista disidente lo hubiesen matado en Jordania, Egipto, Kuwait o Emiratos Arabes, el mundo quizá ni se habría enterado. Pero ocurrió en Turquía, enfrentada con Riad por la guerra siria. Por eso Erdogán denunció el asesinato y le dio las pruebas a la CIA. No es el primer evento al que asiste Mohamed después del crimen. Pero a Buenos Aires llega con la CIA confirmando que sólo él pudo haberlo ordenado.
El esfuerzo de Trump para encubrirlo difícilmente logre que se sientan cómodos los asistentes que deban posar junto al príncipe para las fotos
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