La pelea por la legalización del aborto fue uno de los hitos que tuvo el feminismo en Argentina durante el 2018. La media sanción en Diputados y las movilizaciones a favor y en contra colmaron las calles. Pero luego de un año de euforia y disputas entre “verdes” y “celestes”, el 2019 comenzó con retrocesos. En enero, una niña de 11 años violada en Jujuy fue obligada a tener una cesárea y su beba -que tenía 23 semanas de gestación- murió días después de la operación.
En febrero se repitió la situación con otra nena de la misma edad que, después de haber sido abusada por la pareja de su abuela, pedía que “le saquen eso que le puso el viejo”. Quienes debían ayudarla se declararon objetores de conciencia y ella quedó librada a la voluntad de un solo médico y su esposa, que hicieron lo posible por socorrerla.
En ambos casos, se postergó la atención y la espera hizo que los embarazos llegaran a términos avanzados, impidiendo el derecho a la Interrupción Legal del Embarazo en los casos actualmente previstos por la ley. El ambiente estuvo caldeado por una editorial de La Nación que rezaba por las “Niñas madres con mayúscula” y la respuesta de un amplio sector de la sociedad respondió proclamando “Niñas no madres”.
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En Argentina 3.000 chicas menores de 15 se convierten en madres por año, lo que ubica al país como uno de los lugares de la región con mayor nivel de embarazo adolescente, según la ONU. Un informe de la Dirección Nacional de Maternidad, Infancia y Adolescencia asegura que “las situaciones de menores de 13 se vinculan casi exclusivamente a abuso sexual intrafamiliar perpetrado por varones adultos”. En ese contexto, cabe rescatar los riesgos que implica gestar para una niña.
Según el informe, las niñas de 15 años o menos tenían una probabilidad cuatro veces mayor de mortalidad materna al comparar con el grupo etario de 20 a 24 años. Sus hijos tenían una probabilidad 60% mayor de tener bajo peso al nacer o de ser prematuros; y 50% mayor de muerte neonatal temprana.
Además, las menores que son madres tienen 60% más probabilidad de eclampsia (convulsiones que en general son producidas por hipertensión arterial, edemas o proteína en la orina) y de hemorragia posparto y 40% más probabilidad de anemia. “Esto sucede porque muchas veces, como las niñas todavía se están desarrollando, no alcanza el alimento para ellas y para el bebé”, explica Carolina Milito, obstetra y ginecóloga de la Universidad de Buenos Aires.
Los riesgos se amplían también a nivel psíquico y social, en donde las adolescentes tienen mayor probabilidad de depresión y dificultad para retomar la escuela. En ese sentido, aumenta la posibilidad de sentir rechazo por el bebé.
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