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SOCIEDAD | 18-11-2019 12:58

Fenómeno musical: cuál es la ideología trap

Interpreta a la generación sub 25 desde diferentes miradas. Hay artistas naif, feministas, contestatarios o marginales, pero todos trapean en nombre de la juventud.

Cuando un nuevo género irrumpe en la industria musical y se vuelve furor entre jóvenes y adolescentes, quienes quedan afuera del fenómeno lo cuestionan y lo ningunean. Casi como un acto reflejo o como un mecanismo de defensa ante lo desconocido, ahora es el trap el blanco de las críticas: que no suenan instrumentos, que no se entienden las letras, que la vulgaridad, que la ostentación y las drogas, que la música de verdad era la de antes y que los chicos de hoy no entienden nada. Pero basta con mirar un poco más allá para comprender que, detrás del éxito de los nuevos artistas de moda, hay algo más.

Una generación imposible de analizar sin pensar en los conceptos de globalización y redes sociales construyó referentes a su medida. Los traperos, que aparecieron primero en las calles para luego viralizarse y más tarde convertirse en intérpretes mainstream, hacen su propia lectura del mundo. Pueden ser naif, feministas, contestatarios o marginales. Lo cierto es que, a pesar de sus diferencias, son ellos quienes mejor lograron decodificar las ideologías de los sub 25.

Paulo Londra, Cazzu (Julieta Cazzucheli), Wos (Valentín Oliva) y Duki (Mauro Ezequiel Lombardo) son, en este momento, los cuatro artistas más exitosos del universo trapero. Canciones de amor aptas para todo público; letras de empoderamiento y deseo femenino; rimas desafiantes que revelan una crítica social o versos cargados de todo tipo de excesos. Con estilos, estéticas y búsquedas musicales diferentes, cada uno logró instalarse en los diferentes segmentos jóvenes y trapear en nombre de ellos. 

De acuerdo a Nazareno Bravo, doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Cuyo e investigador del CONICET, es lógico que, desde el nacimiento del trap a esta parte, los discursos de los artistas se hayan diversificado. Sería imposible que alguien lograra hablarle a toda la juventud. “A nivel teórico siempre hablamos de juventudes para dar cuenta de que hay una tremenda heterogeneidad a la hora de reflexionar sobre los jóvenes. El sentido común puede tender a los extremos, a pensar en jóvenes que no estudian ni trabajan o a pensar en jóvenes como la única esperanza para el futuro. Entre esos extremos, te encontrás con chicos que ordenan su vida en función de salir a bailar el fin de semana y otros que participan en movilizaciones sociales que serán históricas el día de mañana”, asegura el especialista. Los traperos les hablan a (y son) todos ellos. 

Cada uno. Londra tiene 21 años. Acaba de terminar una gira por Europa y su proyección internacional terminó de confirmarse con los elogios de Ed Sheeeran. Lejos de las letras agresivas con las que nació el trap, este joven cordobés alcanzó el éxito en el 2017 con su tema “Relax”, que le valió el apodo de “El príncipe del trap”. “Ahora me siento mejor, tengo familia y encima mis bro. Mirando arriba diciendo gracias, por todo lo que la vida me dio”, canta Londra. Cree en Dios, es tímido, sufrió bullying en la escuela y trapea sobre el amor y la soledad. Su estilo naif lo convirtió en el artista del trap apto para todo público y, también, le valió que los fans alimentaran la versión de un supuesto enfrentamiento con Duki, que vendría a ser algo así como “el chico malo” del trap. 

Sucede que Duki está en el otro extremo. Todos coinciden en que este chico de 23 años de La Paternal, que empezó a crecer en el mundo musical con las batallas de freestyle de las plazas porteñas, fue el responsable de hacer masivo el trap. El lanzamiento del tema “Hello Cotto”, en 2017, lo posicionó como la cara visible de este fenómeno y atrás vinieron todos los demás. Y ya en esas primeras rimas, que hacen referencia al boxeador puertorriqueño Miguel Cotto para hablar de marihuana, Duki dejó en claro sobre qué quería trapear: “Tamo en la florería y tengo una María que es una flor de loto. Cuidado que pega como Cotto”, lanza y apuesta por más: “Me ahogo en la porquería porque hace tiempo tengo el corazón roto”. Las drogas, la policía, el sexo y las historias de marginalidad se mezclan con una estética más parecida a la de los reguetoneros, de principios de milenio, que al pop colorido de Londra. 

Aunque para algunos las asociaciones con otros géneros pueden sonar a una crítica, muchos de estos artistas exprimen al máximo las fusiones. Cazzu, de 25 años, es un ejemplo. Oriunda de Jujuy, estudió cine, dio sus primeros pasos musicales en la cumbia y se siente cómoda yendo del reggaetón al trap. Lejos de la imagen que suelen vender estos géneros con mujeres cosificadas al máximo, Cazzu insiste con perreos y rimas de empoderamiento. El cuerpo, el deseo femenino y la libertad sexual se apoderan de sus temas. En “Mucha data” queda bien claro: “Puta, pero no tarada. Debería ser abogada. No se me escapa ninguna jugada”. La suya no es la imagen de mujer sumisa que espera y sufre por un amor: “Las que cuentan money son las que no lloran. Todos esos bobos compran tragos caros para mí. Si no te doy nada a cambio, es porque nada pedí”, desafía. 

En la misma línea militante está Wos, que en sus letras retoma algo de feminismo pero que suele ir más a fondo en la crítica social explícita. Nació en Chacarita y con apenas 21 años ya es un referente que va más allá del trap. En la industria dicen que lo suyo es “género urbano” y, cada vez más, reconocen su talento. En sus últimas presentaciones se metió de lleno en política y cuestionó a Mauricio Macri. En “Canguro” quedó explícito para dónde iba a ir su mensaje: “Cobra dos monedas al mes, pa’ mantener cuatro personas. Y no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas. Que sin oportunidades esa mierda no funciona. Y no, no hace falta gente que labure más, hace falta que con menos se pueda vivir en paz”. “Púrpura” deja en claro que lo suyo es un testimonio generacional: “Me gusta contar lo que siento realmente, así en diez años sabré lo que pensaba a los 20. Entiendo que no sepan qué expresar. Si están viviendo mierda, ¿qué mierda van a contar”. 

Trap

En común. A pesar de las diferencias, todos estos jóvenes comparten rasgos comunes generacionales. “El trap surgió atado a internet como circuito fundamental de reconocimiento, difusión y de intercambio. Son artistas nacidos del ‘95 a esta parte para los que internet es su vocabulario habitual. Es un sonido que se impuso desde abajo hacia arriba, que empezó en las plazas y en las redes, y ahora está en todos lados”, insiste Bravo. El salto de la subterraneidad a la masividad fue abrupto y el gran distintivo de estos artistas es haber conseguido el éxito sin necesidad del apoyo de los grandes sellos discográficos. 

El productor musical Juan Florido coincide con el análisis del sociólogo y agrega algo más. Además de las interacciones online, hubo un factor que hizo posible la explosión del género: “El trap es cultura”, dice y lo relaciona con lo que pasó como reagge, a principios del 2000: “Para entender el trap y al género urbano en general tenés que pensar en las batallas de freestyle, en los dj’s, en los graffitis y hasta en los skaters. El reagge también tenía toda una filosofía y una estética y dejó a grandes referentes como Fidel Nadal, Dread Mar-I y un circuito ya consagrado. En el trap está pasando y los mismos traperos se ayudan a subir entre sí. Duki toca con un montón de artistas y estos crecen. Ese concepto de unión capaz existe en los géneros del rock y del pop pero ahí lo que se ve más es la multinacional detrás. Esta es una cultura que se supo adaptar a las lógicas de las redes sociales”. 

Para el sociólogo, crecer por fuera de la industria fue posible no sólo por la tecnología sino por un concepto propio de estos tiempos: el hazlo tú mismo. “La idea de que podés apropiarte de herramientas tecnológicas, musicales y visuales alimenta un espíritu de autonomía e independencia que permitió que muchísimos solistas o grupos crecieran”, asegura. 

Para Florido, una de las cosas inéditas de este fenómeno es que un género urbano haya logrado popularizarse. Nunca había sucedido en la Argentina y, lo poco que había, apenas traspasaba los límites de la Capital Federal. Para Bravo, esta es la gran distinción de los hijos de la globalización, que pueden haber nacido en un barrio de Mendoza y compartir relatos y ficciones con jóvenes de otros lugares del mundo. “En el trap hay toda una cuestión vinculada a determinadas series de televisión, marcas o ropas que son globales, que no tienen que ver con lo nacional sino con referencias que están explicadas básicamente por internet”, dice.

De ahí que, por ejemplo, Duki pueda cantar “soy un yonki loco por su coca, aprovecha mis horas que son pocas” y que nadie pregunte de qué habla.  Llegaron para quedarse. Los que pensaban que era una moda pasajera empezaron a prestar atención. La industria los quiere para sí y hasta en la academia empezaron a preguntarse por qué son ellos, y no otros, los que mejor decodificaron las ideologías del siglo XXI. 

Conicet. Junto a un grupo de académicos, el doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET, Nazareno Bravo, observó que algo nuevo sucedía en las plazas de Mendoza en el 2016. Grupos de adolescentes que se juntaban a rapear pero que tenían un sonido diferente al tradicional hip-hop. Eran los inicios del trap en Argentina y, el de ellos, fue uno de los primeros estudios  que intentó entender qué sucedía ahí. 

"En ese momento, no existía todavía Duki y hasta el sonido era diferente", cuenta Bravo. El equipo concluyó, en aquel entonces, que el trap era, sobre todo, under. "Nos llamó la atención el contenido de las letras que tenían una marca fuerte de sexismo, de discursos vinculados a la violencia y al narcotráfico. Siempre aclaro que veíamos que eran letras de canciones, en donde juegan los imaginarios, lo poético y la ficción porque sino enseguida se tiende a asociar un género musical con la delincuencia", 

Una de las conclusiones más interesantes fue la relación de estas juventudes relegadas con el sistema. Lejos de la imagen rebeldía, se encontraron con chicos "que asumían todas las características que el sistema vende como éxito: el dinero, la fama, el sexo. Eran jóvenes de sectores populares que, estando fuera del sistema, planteaban ingresar como sea, por ejemplo, tatuándose un símbolo de Nike en la cara. No había una búsqueda antisistema sino un desafío. 'Ustedes me ven por la calle y piensan que soy un ladrón. ¿Sabén qué? Soy el más ladrón de todos'. Ahí hay una actitud bien adolescente de desafío", cuenta Bravo. A tres años de esas observaciones, el trap parece haber profundizado  su planteo.

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Giselle Leclercq

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