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MUNDO | 04-02-2016 11:29

Francia y los neo reaccionarios

Un grupo de intelectuales consolida las bases del avance de la derecha. El rol de los ataques terroristas en la opinión pública.

Si pudieran resucitar y caminar por las calles del Barrio Latino de París, los intelectuales más famosos de Francia —como Jean-Paul Sartre, Albert Camus o Simone de Beauvoir— tendrían enormes dificultades para reconocer el espíritu de Saint-Germain-des-Prés: la divine gauche, que impuso sus cánones políticos y culturales desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los 80, fue reemplazada por una generación de pensadores conservadores que, desde hace algunos años, ocupan las portadas de los semanarios de actualidad, monopolizan los principales programas de debate por televisión, pontifican desde las columnas de los diarios, dirigen las cátedras universitarias más prestigiosas, encabezan la lista de best-sellers y, como no podían ser de otra manera, obtienen los mejores niveles de popularidad en las redes sociales.

Esa élite de filósofos, ensayistas, profesores universitarios, polemistas, notables, periodistas o simplemente tuttologos -como dicen los italianos-, son los profetas de una ideología conservadora que, por comodidad de lenguaje empieza a ser conocida como los neo reacs (apócope de “neo reaccionarios”).

Así como los intelectuales de izquierda solían ser acusados en los años 50 de “idiotas útiles” del comunismo, los nuevos reaccionarios son frecuentemente sospechados de prepararle el terreno a la extrema derecha del Frente Nacional (FN). No es la única similitud: como ocurría en la segunda mitad del siglo XX en los medios culturales, los neo reacs también forman una casta de mandarines que controla los puestos clave en la edición, la prensa, la universidad y ejerce una gran influencia en la televisión.

Por su impacto y su influencia en la sociedad, los neo reacs aparecen —sin duda— como el movimiento más importante que surgió en Francia después de los “nuevos filósofos”, a fines de los años 80, que nucleaba a Bernard-Henri Lévy (BHL), André Glucksmann, Christian Jambet y Guy Lardreau, a los cuales se agregaron Jean-Marie Benoist, Maurice Clavel, Pascal Bruckner y, con ciertas reservas, Alain Badiou.

Una de las peculiaridades que caracterizó a esa tendencia es que la mayoría de sus miembros provenían de la izquierda radical, estaban decepcionados con el totalitarismo stalinista o maoísta, y optaron por una versión humanista de la izquierda que sus críticos denunciaron como una derechización. “¿Los nuevos filósofos son de izquierda o de derecha?”, fingió sorprenderse en 1977 Bernard Pivot, el famoso conductor de la emisión literaria Apostrophes, cuando organizó un debate televisado con participación de BHL y Glucksmann.

En este caso también los principales apóstoles de la nueva corriente proceden de la izquierda. Pero, una vez terminado su giro a la derecha, ninguno de ellos dejó dudas abiertas como para reformular la pregunta que planteaba Pivot. Todos abrevaron en las tesis ultra conservadoras del Tea Party norteamericano y se nutrieron en la islamofobia dominante, cuyo exponente más extremo y organizado es el movimiento alemán Pegida (Europeos Patriotas Contra la Islamización de Occidente).

Alarmado por las dimensiones que empieza a alcanzar esta corriente conservadora, el historiador de las ideas Daniel Lindenberg lanzó una nueva edición –con un epílogo actualizado– de su estudio Investigación sobe los nuevos reaccionarios, publicado inicialmente hace 14 años: “Francia, como el resto del mundo, fue alcanzada por una verdadera revolución conservadora que supera y desplaza las diferencias políticas”, asegura.

Esa derechización del debate público, que se caracteriza por el refuerzo del sentimiento de identidad frente a las amenazas culturales y religiosas, “contribuyó a la liberación del discurso reaccionario” por parte de un gran sector de la intelligentsia, precisa. “Hay que reconocerlo ­–se alama–, los neo reacs están ganando la batalla de las ideas”.

La traducción más visible de esa tendencia es la evolución de la opinión pública. Sobre todo después de los atentados de enero y noviembre de 2015 —que helaron la sangre de los franceses—, los institutos de sondeo registraron un fuerte sentimiento de rechazo del islamismo y de los sentimientos xenófobos de la población, convencida de que el famoso choque de civilizaciones que profetizó Samuel Huntington no era una simple lucubración teórica.

Los ataques del 13 de noviembre en París terminaron de favorecer la irrupción de los neo reacs en el debate público: “Analizar el terrorismo es una forma de justificarlo”, proclamaron por televisión algunos voceros de la corriente, parafraseando una declaración del primer ministro Manuel Valls.

A diferencia del intelectual específico que describió Michel Foucault, del intelectual total que reclamaba Jean-Paul Sartre o del intelectual canónico definido por Regis Debray, los neo reacs integran esa nueva clase de intelectuales mediáticos cuya producción esencial se realiza frente a los micrófonos y las cámaras de televisión más que a través de los conceptos y propuestas que requieren un trabajo de reflexión y un esfuerzo teórico.

En ese sentido, la nueva corriente conservadora se parece más a los dos tipos de intelectuales de derecha descritos por Antonio Gramsci: el intelectual orgánico, que defiende el poder, y el intelectual tradicional, nostálgico de un orden anterior.

El modelo de esa categoría es el ensayista Alain Finkelkraut (66 años). Después de haber denunciado el “progresismo”, el “engaño de mayo de 1968” y el “mito de la revolución sexual”, en La derrota del pensamiento –escrito con Pascal Bruckner– y se alarmó de la amenaza que representa la “cultura de masas” para la “alta cultura”.

Figaro Magazine, suplemento semanal del diario conservador Le Figaro, lo consagró en forma progresiva como el intelectual francés de referencia al que es preciso consultar como un oráculo ante cada debate que surge en el país. Como había hecho antes el ex nuevo filósofo André Glucksman, Alain Finkielkraut completó su giro a la derecha cuando apoyó a Nicolas Sarkozy en las elecciones de 2008 y 2012.

En una carta abierta publicada en noviembre, el filósofo Alain Badiou denunció su comportamiento general al decirle que “cayó en la trampa oscura de un anti-universalismo ciego y sin otro futuro que las posiciones archi-reaccionarias. Y creo adivinar (¿me equivoco?) que usted empieza a comprender que en el lugar donde está huele a podrido e incluso peor”.

“Si yo fue de derecha, lo diría”, responde Finkielkraut a sus críticos. “Pero esa distinción perdió toda pertinencia”.

Conversos. Igualmente ejemplar es el caso de Régis Debray (75 años), figura emblemática del intelectual comprometido del siglo XX, que pasó de la guerrilla junto al Che Guevara en Bolivia a la defensa del gaullismo y el cristianismo. Últimamente consagrado a estudiar el impacto de las tecnologías sobre las sociedades y las ideologías modernas —disciplina que bautizó medialogía—,

El profeta supremo de esa corriente es —sin duda— el filósofo Michel Onfray (57), autor de un centenar de volúmenes que incluyen polémicos estudios sobre Camus, Freud, Nietzsche, la religión y el ateísmo, Eichman y el nazismo, el dandysmo y el cosmos.

Atacado con frecuencia por su intolerancia y sus posiciones radicales, Onfray sorprendió recientemente cuando puso en duda la autenticidad de las fotos de Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció ahogado en una playa turca: “Cualquiera puede manipular una foto”, comentó con abstracción del drama humano que representaban los refugiados devorados por el mar Mediterráneo.

Después de la aparición del libro sobre Freud, la historiadora del psicoanálisis Elisabeth Roudinesco lo acusó de rehabilitar un discurso “de extrema derecha”. Esa sospecha se agravó hace un par de meses cuando Onfray respaldó los comentarios elogiosos de un economista sobre la extrema derecha francesa: “No se puede negar que el FN cambió en los últimos años. La cuestión del euro va a imponer alianzas que trascenderán la distinción entre izquierda y derecha”, dijo.

“Creo que es una buena idea federar a los soberanistas de izquierda y de derecha”, comentó Onfray.

Además de tener acceso ilimitado a la radio, la televisión y la mayoría de los diarios —incluso los de centro izquierda, como Libération y Le Monde—, los neo reacs influyen incluso en dos revistas teóricas.

El mensual Causeur —título que se podría traducir como “charlista”— proclamó recientemente la “derrota del progresismo”. El accionista mayoritario de esa revista es el ex editor del semanario Minute, que fue durante años el principal vocero de la ultra derecha. A su vez, el trimestral Elementos para la Civilización Europea, que aparece como vocero oficioso de la Nueva Derecha, convocó a los intelectuales de Francia a provocar “un gran cambio”.

Seducción. Ese llamamiento, interpretado en algunos círculos como una propuesta a rendirse en forma incondicional, fue la coyuntura que aprovechó Bertrand de La Rochère, responsable de los intelectuales en el FN, para crear un grupo denominado Cultura, Libertades y Creación, que forma parte de una estrategia de seducción en dirección a los artistas e intelectuales que se reconocían en la izquierda. Otros dos puntos de referencia importante son el semanario Valeurs Actuelles y el sitio FigaroVox.

En el equipo de los neo reacs también militan el ideólogo Patrick Buisson —ex monje negro de Nicolas Sarkozy—, Philippe de Villiers, el polemista Eric Zemmour y el escritor Richard Millet, autor de un elogio a Anders Breivik, el extremista noruego que mató a 77 personas en Oslo y en la isla de Utoya en julio de 2011.

Aunque parezca difícil de imaginar, una de las principales referencias de esa corriente, como en los tiempos de la utopía comunista, se encuentra en Moscú: Vladimir Putin es el mentor de los nostálgicos de una sociedad autoritaria y viril. La seducción que ejerce la revolución conservadora obedece en parte a la debilidad de las sociedades occidentales, fragilizadas por el terrorismo y la crisis de los ideales democráticos y los sueños europeos.

Los neo reacs no solo alimentan las pesadillas de los europeos, sino que también hablan de un mundo en acelerada transformación que está abriendo las puertas de un futuro incierto, desconcertante e impredecible.

por Christian Riavale

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