Thursday 8 de May, 2025

MUNDO | 23-04-2025 07:20

El “Trumpicidio” mundial

Conducido por un “egócrata”, Estados Unidos inició una deriva de impredecibles consecuencias en la economía global.

La clasificación aristotélica de los regímenes políticos podría haber incluido la “egocracia”, sistema en el que el cratos (poder) radica en el ego de un líder. Pero no en el significado de la raíz latina de ego (yo) ni en el sentido freudiano (conciencia de uno mismo) sino en el sentido que le da el uso común del término: exceso de auto-valoración.

Cuando el “cratos” está en el “ego” de un líder, o sea cuando ese líder actúa motivado por el culto a sí mismo, la nación está en manos de un “egócrata”, el líder que convierte al gobierno en escenario de un protagonismo exclusivo y estelar: el suyo.

Donald Trump ostenta los rasgos del egócrata, incluida una infravaloración del “otro” que llega hasta el desprecio. En la cabeza del egócrata el narcisismo toma el mando reemplazando a la inteligencia. Por eso actúa de manera negligente. Su objetivo principal es mostrar superioridad sobre los demás. Y eso lo lleva a cometer errores.

Quienes aplaudieron su grosera fanfarronería en el Comité Político Republicano parecen no entender lo que revela la vulgaridad con que Trump humilló a los gobernantes que pidieron negociar. Debía elogiar a quienes respondieron con sensatez y moderación a sus aranceles, pero los humilló describiéndolos como indignos suplicantes que le “besan el trasero”.

Un presidente norteamericano utilizando expresiones que resultan desagradables hasta en los poemas de Bukowski, exhibe una mezcla de vileza y medianía que vuelven sombrío este tramo de la historia.

Seguramente, el mundo está plagado de tipos mediocres y ruines liderando naciones, pero Trump ostenta su falta de calidad intelectual y humana. Alardea de ser un patán.

A eso se agrega que avanza mirando el espejo retrovisor. Por eso chocó el mundo contra el muro arancelario que levantó. Y agravó los daños por aplicar su fórmula de matonería empresarial.

Es grave el anacronismo de sus metas y la brutalidad con que se encamina hacia ellas mirando el presente y el futuro con los ojos puestos en el pasado.

Si condujera como un estadista y no como un matón engreído habría actuado al revés de cómo lo hizo. En lugar de atacar al resto de los países con aranceles y después llamar a uno por uno para negociar, debió primero negociar reciprocidad caso por caso y, a los que rechacen una balanza comercial equilibrada, aplicarle el castigo arancelario.

En este caso el orden de los factores altera el producto y Trump los ordenó del peor modo. Primero les propinó una paliza salvaje y después empezó a preguntar a uno por uno si quieren ser sus amigos.

No es seguro que finalmente logre lo que se propone, porque es anacrónico el objetivo que lo llevó a provocar este sacudón global que tumbó empresas, evaporó fortunas, enriqueció especuladores, arruinó pequeños ahorristas y probablemente hizo que algún bróker saltara desde un rascacielos.

Trump parece querer el regreso a las últimas décadas del siglo XIX, cuando los estadounidenses ricos no pagaban impuesto a la renta y se aplicaban aranceles a las importaciones, medida proteccionista que William McKinley incrementó en 1898. El magnate neoyorquino admira a ese presidente porque además del proteccionismo impulsó la expansión territorial anexando Hawaii y ocupando Puerto Rico, Filipinas y Guam tras vencer a España en la guerra que había comenzado en Cuba.

La consecuencia inicial de aquellos aranceles fue beneficiosa para Estados Unidos, pero en el mediano plazo aparecieron las contraindicaciones que McKinley no llegó a ver porque fue asesinado en 1901.

Igual que a la primera elección, Trump ganó su segundo mandato describiendo una utopía regresiva: volver al tiempo de las grandes fábricas colmadas de obreros, con rascacielos repletos de oficinistas en el Down Town. El tiempo de los imperios pujando por colonias donde extraer materias primas para la maquinaria manufacturera que, en el siglo XVIII, había puesto en marcha la Revolución Industrial.

Trump y su inspirador, Vladimir Putin, tienen ambiciones decimonónicas: conquistar territorios ricos en minería. El Dombás en el Este de Ucrania, las tierras raras de ese país eslavo al que el presidente norteamericano bolsiquea vilmente mientras se éste defiende del invasor ruso, así como también Groenlandia y el ártico canadiense con sus glaciares en retirada dejando minerales estratégicos al alcance de las manos.

Los cuatro líderes que abrazan la nueva geopolítica, el primer ministro indio Narendra Modi, el presidente chino Xi Jinping, el líder ruso y Trump son nacionalistas y expansionistas, pero los dos últimos tienen miradas anacrónicas sobre la grandeza de Rusia y de Estados Unidos.

Al revés de lo que describe Trump al hablar de 80 años siendo saqueado, abusado y estafado por el resto del mundo, en especial sus socios y aliados occidentales, su país se convirtió en híper-potencia y alcanzó la cima del desarrollo y la opulencia en las ocho décadas de libre comercio que el magnate neoyorquino intenta clausurar.

Aunque vuelvan las automotrices no volverá el país de las industrias manufactureras. Esa utopía regresiva generó una ilusión ingenua en millones de norteamericanos.

Autos, ordenadores, celulares y la mayoría de los demás productos tecnológicos tienen componentes producidos en distintos países. Eso es la globalización y redujo los precios convirtiéndolos en bienes de consumo masivo.

Así como Henry Ford hizo que un producto de lujo como eran los primeros automóviles quedara al alcance de las clases medias al crear la línea de montaje que posibilitó la producción en serie, la globalización esparció la producción tecnológica y masificó su uso al abaratar los costos.

La visión geopolítica de Trump y Putin refleja el mundo de los grandes imperios disputando posesiones coloniales para obtener materias primas, puja que desembocó en la Primera Guerra Mundial.

Woodrow Wilson intentó racionalizar la producción, el comercio y la política internacional promoviendo la democracia, con un árbitro que evitara nuevas guerras: la Sociedad de Naciones. Pero Europa no lo entendió, apostó al fracaso de esa liga de estados nacionales y se deslizó hacia la Segunda Gran Guerra, después de la cual Estados Unidos fue eje del libre comercio que potenció el desarrollo y expandió la prosperidad.

Ese es el orden que podría quedar sepultado bajo el muro de aranceles de Trump.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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