Sunday 3 de November, 2024

MUNDO | 29-07-2024 07:59

Joe Biden: la estrategia de retirarse para vencer

El renunciamiento podría impedirle a Donald Trump un regreso triunfal a la Casa Blanca. Ahora, el resultado es abierto.

Sabía que la bala que hirió a Trump en Pensilvania, dejó herida de muerte su candidatura. Y que al tiro de gracia se lo dio él mismo al no recordar el nombre de su secretario de Defensa. Nada menos que de Lloyd Austin se olvidó, siendo que el titular del Pentágono es el funcionario más importante del gobierno, junto al secretario de Estado.

Las voces aisladas que dentro del Partido Demócrata pedían la renuncia a la candidatura, ya eran un coro cuando se habría sumado la de su esposa Jill, después de leer a la viuda de una celebridad del periodismo describiendo cómo empezaron los síntomas de deterioro cognitivo de su marido y como fueron creciendo hasta anularlo totalmente.

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“Los gigantes también se desvanecen y necesitan protección” escribió Sally Quinn en el diario que dirigió su esposo, pero el mensaje estaba destinado a Jill Biden. Y es posible que el relato conmovedor de la declinación de una mente prodigiosa, haya convencido a la esposa del presidente de que, en adelante, sólo podía acumular confusiones, olvidos y caídas, porque las lagunas mentales en las que se sumerge van a incrementar sus irrupciones. Joe Biden se resistía a dar un paso al costado porque la historia de su partido parece mostrar que cuando un presidente renuncia a su reelección, vuelven al poder los conservadores.

Harry Truman estaba políticamente débil y no quiso asumir la candidatura que, en ambos partidos, la tradición deja en manos del presidente que concluye su primer mandato. La postulación quedó entonces para Adlai Stevenson, quien fue derrotado por Ike Eisenhower. Lo mismo pasó cuando Lindon Johnson, agotado por problemas de salud, la guerra de Vietnam y el asesinato de Luther King, renunció a buscar la reelección y dejó la candidatura a Hubert Humphrey, quien fue vencido por el Richard Nixon.

Joe Biden

Por eso y por considerar que su lucidez prevalece sobre esos lapsus y lagunas que, como sus porrazos y sus trotecitos para simular agilidad, lo hacen ver senil, Biden repetía como un disco rayado que no renunciaría a la postulación. La única persona que creía lo mismo era su esposa. Por eso la voz que le faltaba al coro de pedidos de renuncia, era crucial. Parafraseando a García Márquez, el paso al costado que terminó dando Biden fue la crónica de una renuncia anunciada. Desde su naufragio en el debate con Trump, la posibilidad de dejar la candidatura demócrata no hizo más que crecer.

Después vinieron lapsus como llamar Putin a Zelenski, a lo que siguió el atentado en Pensilvania. Paradójicamente, el disparo que hirió levemente al magnate neoyorquino liquidó la postulación de Biden. Una foto de esas que se vuelven icónicas mostró al líder republicano desafiante, con sangre en la mejilla y el puño levantado, irradiando fuerza y coraje, o dando esa impresión; o sea la contracara del rival con aspecto senil y señales de fragilidad física que deambulaba en la vereda demócrata.

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Finalmente, llegó el tiro de gracia: olvidar el nombre de su secretario de Defensa y, buscando salir del paso, empeorar la situación llamándolo “ese hombre negro”. Después de la lista creciente de diarios prestigiosos, figuras partidarias y celebridades de Hollywood pidiendo dejar la candidatura, al empujoncito que faltaba se lo dio la viuda de Ben Bradlee. Para esclarecer a la primera dama, Sally Quinn describe de manera conmovedora como su fallecido esposo, el legendario periodista que durante décadas fue el editor de The Washington Post, comenzó a evidenciar deterioro cognitivo a partir de los 85 años.

Las primeras señales eran esporádicas y breves. Pero en ocasiones públicas, como entrevistas o conferencias, Bradlee empezó a tener lapsus y desvaríos. Empezaba el declive de ese gigante del periodismo que había protagonizado grandes hitos del diario que dirigió, como la publicación de comprometedores documentos clasificados del Pentágono y el resonante caso Watergate, que puso fin a la presidencia de Nixon. Explica Sally Quinn que aquellas primeras señales parecían accidentales porque rápidamente volvía la portentosa lucidez de Bradlee.

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A ella y al entorno familiar les costaba creer que el periodista sufría un proceso irreversible. Los estados de lucidez predominaban sobre los lapsus en los que se perdía. Pero esos cortocircuitos mentales fueron haciéndose más frecuentes hasta volverse diarios. Y Bradlee pasó momentos humillantes durante actividades en las que participaba con la aprobación de su mujer. Así fue hasta que ella comprendió que se trata de una batalla perdida y que su esposo no debía exponerse más en situaciones que exhibieran las derivas y fragilidades de su adelantada decrepitud.

A renglón seguido, Jill dejó de respaldar la obstinación reeleccionista de su marido y, como consecuencia, el presidente entendió que se había convertido en el Talón de Aquiles demócrata y que su último servicio a la causa progresista es ayudar a cerrarle el paso al líder ultraconservador que marchaba hacia la Casa Blanca.

Biden

Trump dejó de tener el triunfo asegurado. Si la nueva fórmula demócrata da resultado puede unir a la mayoría norteamericana que ve en el magnate neoyorquino un autoritarismo cesarista que pone en riesgo la democracia liberal, la existencia de la OTAN, la decisión noroccidental de ayudar a Ucrania para detener el expansionismo militarista de Vladimir Putin y la continuidad de la natural alianza entre Estados Unidos y Europa. Trump dejó de tener la victoria asegurada cuando Joseph Robinette Biden terminó de asumir que su larga y prolífica vida política ingresó en la etapa crepuscular.

Para proteger al presidente era crucial sumar la decisiva voz de su esposa al coro que le reclamaba dar un paso al costado. Y al parecer, esa voz tan gravitante terminó sumándose. La primera dama entendió el mensaje de la viuda de Ben Bradlee al relatarle la declinación de una gran figura del periodismo norteamericano. Jill Biden debería agradecerle a Sally Quinn haberle enseñado que “los gigantes también se desvanecen”.

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Claudio Fantini

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