Friday 26 de July, 2024

MUNDO | 12-06-2022 00:16

La reina perenne

El 70 aniversario de su reinado mostró el aprecio a Isabel II como símbolo de lo que permanece.

Uno de los misterios de Isabel II es qué cosas lleva en esa cartera negra que parece una parte de su brazo. Hasta en los aposentos de Buckingham la reina aparece con la carterita de la que jamás se separa. Pero la pregunta que más recorre el mundo tiene que ver con su imagen pública. Tanto en Inglaterra, Escocia y Galés, como en los 54 países de la Commonwealth, es respetada y apreciada. Esa valoración quedó expuesta en el 70 aniversario de su coronación.

Superó el récord de duración en el trono que ostentaba la reina Victoria, aunque no dejará una marca tan fuerte en los rasgos sociales y culturales de su tiempo, como el que dejó su tatarabuela.

No se hablará de la “era isabeliana” del mismo modo que se habla de la “era victoriana”. Su nombre no se asociará a un momento de esplendor imperial y de salto hacia el desarrollo industrial y económico, como quedó asociado el reinado de 64 años que comenzó en 1837.

Pero alcanzar 70 años de reinado coloca a Isabel entre muy pocos monarcas de larga duración. Sólo tiene por delante a Luis XIV con sus 72 años de reinado en la Francia del siglo XVII y al tailandés del siglo pasado Bhumibol Adulyadej, al que podrá superar con sólo permanecer en el trono algunos meses más.

Una de las claves que supo manejar Isabel II mucho mejor que su hermana, hijos y nueras, fueron los reglas de austeridad y discreción que no debe violar ninguna realeza en el mundo, mucho menos en el Reino Unido.

Otra clave está en la permanencia inalterable. En tiempos de cambios vertiginosos y transformaciones profundas, la sociedad británica busca su identidad en lo que permanece.

Victoria fue el símbolo quieto en la etapa transformadora que había comenzado en el siglo XVIII. Cuando la Revolución Industrial lo cambiaba todo, la reina decimonónica representaba lo inalterable y generaba la sensación de que la moral y también las leyes permanecían inmutables.

La paradoja de la Era Victoriana fue representar al mismo tiempo el cambio y la continuidad. La modernidad y la tradición parecían asociar sus naturalezas contrapuestas.

A Elizabeth Alexandra Mery Windsor, Isabel II, también le tocó una era de transformaciones. La revolución tecnológica interactuó con una alucinante revolución cultural. La nueva tecnología iniciaba la transformación permanente de la producción y del trabajo, mientras el arte pop, la música beat y el rock producían una revolución sicodélica. También los avances de la ciencia, además de la Guerra Fría y del final de la Guerra Fría, modificaban dramáticamente todo. Pero en Buckingham y en el castillo Balmoral todo se detenía y aquietaba.

Las décadas del 60 y 70 cambiaban la vestimenta, el largo de las cabelleras y, sobre todo, la percepción del mundo y de la sociedad, alterando hasta la idea de familia.

Pero ante el vértigo de la transformación, los británicos encontraban en Isabel II la referencia de lo que permanece. Ella, como su tatarabuela, llegó a ser el símbolo quieto del espíritu británico.

Las arrugas le fueron cubriendo el rostro, pero sus facciones inglesas y su sonrisa discreta se mantuvieron tan intactas como la enigmática cartera que cuelga de su brazo. Su rol, ese único rol que tiene en la sociedad británica, es simbolizar lo que no se altera aunque en el mundo todo cambie.

El Jubileo de los 70 años mostró que el nivel de aprobación a Isabel II es alto, en un tiempo en que las monarquías son vistas como caros anacronismos.

Ser la hija de Jorge VI, el rey que tuvo que hacerse cargo del trono, sin desearlo, por la abdicación de su hermano Eduardo VIII, le aportó afecto y legitimidad a pesar de la juventud y la inexperiencia con que heredó la corona.

La abdicación de su tío fue controversial porque, entre la corona de Inglaterra y una norteamericana plebeya y divorciada, Eduardo VIII eligió a la mujer que lo deslumbraba. Al menos así lo retrata la historia oficial.

El hecho es que Jorge VI, quien había iniciado su reinado cometiendo el error de aprobar públicamente el Pacto de Münich con el que Arthur Chamberlain había caído en el engaño de Hitler, acabó siendo admirado por su desempeñó, precisamente, en el escenario de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta la tartamudez de Jorge VI terminó siendo entrañable para los británicos, porque eligió quedarse en Londres a enfrentar la ofensiva del III Reich, en lugar de aceptar la evacuación para estar a salvo de la maquinaria de guerra nazi.

La joven hija que heredó el trono, heredó también el aprecio popular al padre. Y supo retenerlo. Muchas monarquías caían en Europa, mientras la reina mantenía en pie la corona británica, sorteando momentos sísmicos, como el que produjo el fallido matrimonio de su hijo Carlos con Diana Spencer.

El mayor impacto contra la Casa Windsor llegó con la muerte de Lady Di, a esa altura una figura inmensamente popular en Gran Bretaña, que la percibía como víctima del desamor de su marido y la frialdad glaciar de su suegra, la reina.

sabel no tenía lágrimas ni gestos de dolor para mostrar ante la muerte de la madre de sus nietos. Esa frialdad confirmaba el insensible destrato que había dispensado a Diana Spencer. Nadie en esa gélida familia, salvo los hijos de la princesa, podía siquiera simular dolor.

Curiosamente, fue un gobernante joven y centroizquierdista quien la ayudó a navegar aquellas aguas turbulentas que ponían su reinado al borde del naufragio.

Rodeada de una nobleza circunspecta en la que nadie sabía cómo manejar semejante circunstancia, recibió del primer ministro laborista Tony Blair los consejos que necesitaba para afrontar una tristeza cargada de indignación.

Isabel II logró atravesar esa tempestad sin que naufrague la casa Sajonia-Coburgo y Gotha, rebautizada Casa Windsor por el rey Jorge V. Reinstaló la norma de actuar discretamente y recuperó el aprecio de la sociedad.

Pero en ese aprecio hay otro componente: la sospecha de que el príncipe heredero no sabrá conquistar el aprecio de la sociedad que tuvieron su abuelo y su madre, por ende debilitará a una institución anacrónica cuya única función es simbolizar lo que permanece inalterable en un mundo cambiante.

También el estado británico, conducido desde Westminster y Downing Street, duda de la capacidad de Carlos para reinar. Por eso es posible que llegar al record de 70 años no sea una decisión sólo de Isabel II.

La sucesión que corone al actual príncipe de Gales está cada vez más cerca y genera vértigo en las cumbres del poder.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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