Friday 3 de May, 2024

MUNDO | 08-12-2023 09:15

La serena ignorancia frente a las urgencias climáticas

La COP28 fue importante, pero una vez más en la atención de la sociedad global quedó tapada por otras tragedias.

Qué queda de la vida si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno, o los argumentos de las ranas alrededor de un lago al atardecer? El indio prefiere el suave sonido del viento cabalgando sobre la superficie del lago…Todo lo que hiere a la tierra, herirá también a los hijos de la tierra…”

Cada frase de la extensa carta está repleta de belleza. Como si la narración poética fuese el mejor instrumento para transmitir también la peor de las advertencias. Ocurre que aquel mensaje de un indígena decimonónico advertía sobre el desquicio que la sociedad moderna  estaba provocando en la naturaleza, y las trágicas consecuencias que eso tendría.

En 1854, el presidente norteamericano Franklin Pierce ofreció una suma considerable de dinero para comprar una porción de territorio a los pieles rojas. El cacique Seattle rechazó la suculenta oferta en esa carta que, en 1972, fue declarada la Primera Carta Ecológica de la historia por un Congreso Mundial que deliberó en Estocolmo.

“Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Trata a la madre tierra y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden…Su apetito devorará la tierra, dejando atrás sólo un desierto”, comenzaba diciendo la carta que Noha Seattle, jefe de la tribu Suwamisu, entregó a Isaac Stevens, el gobernador del territorio, para que se la envíe al “gran jefe que está en Washington”.

Cumbre de cambio climático

El desierto que anunció aquel cacique piel roja a mediados del siglo 19, ya avanza voraz sobre el planeta. La biósfera se altera aceleradamente generando amenazas a la existencia humana. Esta es la realidad más acuciante. Jamás en la historia hubo un riesgo mayor que el cambio climático. Es el tema que abordó la COP28 en Dubai. Pero el mundo estaba con otras cosas graves y, una vez más, no le prestó la debida atención.

El canje de rehenes israelíes por presos palestinos y la ruptura de la tregua en Gasa, la creciente impotencia de Ucrania para enfrentar al ejército invasor y la muerte de Henry Kissinger, el hombre que dejó su marca en el siglo 20 para bien y para mal, taparon casi totalmente a la cumbre del clima que, como ironía de la historia, se llevó a cabo en una potencia petrolera: Emiratos Árabes Unidos.
Que no estuvieran Joe Biden y Xi Jinping fue la primera señal preocupante respecto a la conciencia mundial sobre la mayor amenaza contra la humanidad. Estados Unidos y China son los dos países que más gases de efecto invernadero producen. Y la presencia o ausencia de los presidentes marca el nivel de prioridad que los países otorgan a las cumbres internacionales.

Otra señal preocupante fue la aprobación de un fondo para pagar daños y pérdidas causadas por las inundaciones y las sequias que está provocando el calentamiento global. Por cierto no está mal, sino todo lo contrario, que se socorra a los millones de campesinos y productores rurales que pierden su ganado y sus cosechas por los fenómenos climáticos cada vez más intensos y reiterados. Tampoco que el fondo creado busque compensar los productos que se pierden con la producción de otros productos de alimentación y que se reparen las ciudades, las aldeas y las casas abatidas por las cada vez más potentes y destructivas tormentas. Pero todo eso, aún siendo indispensable, implica actuar sobre las consecuencias y no sobre las causas.

Cumbre de cambio climático

Más alentador sería que los delegados en la reunión cimera de la ONU para el cambio climático hubiesen acordado cumplir con los aportes para luchar contra el aumento de la temperatura en la atmósfera y los océanos. Esa es la causa de los fenómenos climáticos de efectos devastadores. Reparar los daños no es actuar sobre el problema sino sobre las secuelas del problema. Ciertamente, y como en las anteriores ocasiones, todo lo tratado fue importante. Las exposiciones enriquecieron el arsenal de elementos existentes para movilizar la conciencia de la sociedad global a la toma de decisiones drásticas de manera urgente.

Lo dejó en claro una de las intervenciones más contundentes: la del presidente de Brasil. Lula da Silva subrayó la necesidad de cumplir con los principios acordados: las responsabilidades son comunes pero diferenciadas; el compromiso de los países desarrollados a aportar cien mil millones de dólares al año para políticas y tecnologías climáticas, alcanzar la deforestación cero y la urgencia en el cumplimiento de estas metas, o sea actuar ahora.

Cumbre de cambio climático

La credibilidad del discurso de Lula está apoyada por la centralidad que su gobierno le ha dado a la agenda climática. Por eso es creíble cuando afirma, junto a su ministra de Medio Ambiente Marina Silva, que “el planeta está harto de acuerdos climáticos incumplidos, de metas de reducción de emisiones de carbono ignoradas”. Es una afirmación interesante si de verdad se refirió al hartazgo del “planeta”. En ese caso, la alusión sería una metáfora del daño que avanza sobre la biósfera, y no a la sociedad global. Porque lo evidente es que la sociedad global parece preferir la serena ignorancia de la gravedad del cambio climático.

El saldo de la COP28 puede haber sido positivo pero sus puntos débiles evidencian el mayor problema que tiene la humanidad en este tiempo: no parece dispuesta a tomar conciencia de lo que significa la alteración de la biosfera y, por ende, no le impone a sus líderes dar a la lucha contra el cambio climático la prioridad que debe tener.

Ningún gobernante de este tiempo parece estar a la altura del cacique Seattle. Ninguno tiene la visión esclarecida del hombre cuyo nombre denomina a la capital del estado de Washington, en el noroeste de los Estados Unidos. Aquel jefe de los pieles rojas que, a mediados del siglo 19, ya señalaba la encrucijada de la sociedad moderna, advirtiendo lo que implicaba alterar la tierra y el cielo. “Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra”, escribió.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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