Cristina había pedido un terreno con árboles protegido del viento cordillerano y el único lote que tenía álamos considerables pertenecía a la UOCRA. “¿Qué hacemos?”, le preguntó el secretario de Tierras al intendente de aquel páramo despoblado del país en aquellos días. La respuesta fue la única posible: “Se lo quitamos a los gordos y se lo damos a la señora del gobernador”, dijo Néstor Méndez, un funcionario poco publicitado en ese momento pero ya muy activo como lugarteniente del Frente Para la Victoria de Santa Cruz. Después, sólo hubo que cumplir con la formalidad del trámite: según testigos, el secretario Ricardo Barreiro llegó con un bolso lleno de billetes y pagó 54.000 pesos/dólares a la municipalidad. Así fue como los Kirchner obtuvieron el lote donde construyeron su primer inmueble en El Calafate (la misma casa donde Néstor murió). Así fue como pusieron pie en su lugar en el mundo a mediados de 1996. Lo que vino después fue más impúdico.
Cuando esta misma revista reveló en 2006 que las tierras en El Calafate se estaban rematando a precio vil a un puñado de funcionarios y amigos del poder, el mecanismo estaba aceitado y los Kirchner ya operaban como amos de la Patagonia Austral. Es una ley de la economía universal: por sí sola, la tierra no vale nada. Sin soja ni ganado, no habría Pampa rica. La tierra adquiere valor y dimensión real, cuando es usufructuada. Por eso, el que la explota no sólo detenta el poder, sino que también decide quién prospera y quién no. Las oligarquías del Sur hicieron escuela a principios del siglo XX, controlando la ganadería, monopolizando el transporte y reprimiendo críticos y trabajadores. El clan presidencial copió la receta, pero se dedicó a la construcción de hoteles. A su manera, durante el tiempo en que gobernaron la Argentina, prepararon el feudo para seguir dominándolo, y viviendo de él, en los años por venir.
En mayo de 2003, la orden había bajado desde Balcarce 50: “Que Calafate sea una Bariloche al Sur”, dijo Néstor y comenzó la modificación salvaje del confín. En el período 2005-2006, las estadísticas del INDEC todavía creíble decían que la localidad era la de mayor crecimiento económico del país. El Calafate explotaba demográficamente. El Gobierno se jactaba públicamente de ello y celebraba que allí donde hubiera un lote vacío apareciera una hostería. Pero en 2015, la película se desmoronó: hoy, el INDEC intervenido no entrega los índices de ocupación turística de la localidad porque quedaría en evidencia que la mayoría de esos hoteles pasan la mayor parte del tiempo con sus habitaciones vacías, que la burbuja de crecimiento finalmente estalló, que la pobreza crece de la misma manera que los conflictos ambientales y que la realidad es menos idílica de lo que parece. Mientras eso sucede, la causa Hotesur –por debajo de la trama oscura del muerte del fiscal Nisman– es la que realmente avanza: el juez Claudio Bonadio desteje lentamente la madeja de sociedades financieras que según una denuncia de Margarita Stolbizer se habría utilizado para lavar dinero mediante la construcción de los cinco hoteles presidenciales, primero, y la contratación de habitaciones que nunca se usaron, después. El caso es una incomodidad latente para el kirchnerismo porque involucra directamente a Cristina, sus hijos y un puñado de cercanos. Y porque es difícil de refutar: ocurre que los hoteles, pequeños y no tanto, pero sin dudas hechos con buen gusto, son evidencia pura que nadie puede disimular.
* PERIODISTA. Autor de
“Calafate , el paraíso perdido de la década ganada”.
por Gonzalo Sánchez *
Comentarios