Tuesday 30 de April, 2024

OPINIóN | 14-04-2024 04:16

Cuando luchan los elefantes

La incómoda posición de la Argentina entre su nuevo romance con Estados Unidos y las anteriores obligaciones con China. El revival de Occidente versus Oriente.

Para indignación de los kirchneristas y muchos otros, Javier Milei quiere hacer del alineamiento con Estados Unidos la piedra angular de su política internacional. Fiel a su costumbre de interpretar todo cuanto sucede en términos binarios, antes de llegar a la presidencia el libertario amenazaba con romper los lazos con China, el gran rival de la superpotencia norteamericana, lo que alarmó a quienes compartían el disgusto que siente por una “autocracia” cruel, pero preferían una estrategia más matizada. Entre los que entienden que sería un grave error subordinar la política exterior a una ideología económica rígida está la canciller Diana Mondino que, no bien se inició la gestión mileísta, procuró convencer a los asiáticos de que sólo se trataba de otro exceso retórico que pronunció antes de que pudiera prever que pronto alcanzaría la presidencia.

Milei y Mondino

La semana pasada Milei sorprendió a muchos volando a Tierra del Fuego para saludar en persona a la jefa del Comando Sur del ejército estadounidense, la generala Laura Richardson, una dama que no oculta el interés que siente por la hermética base espacial que los militares chinos han construido en Neuquén. Mientras que para algunos es sólo una instalación científica abocada a estudiar lo que está ocurriendo en la luna y en regiones a miles de años luz de nuestro planeta, otros sospechan que su función principal consiste en acumular datos sensibles que son netamente terrenales.

Los gobiernos de muchos países occidentales acusan al régimen nominalmente comunista de usar los teléfonos celulares que los chinos producen y comercian, plataformas populares como TikTok y así por el estilo para conseguir información que, andando el tiempo, podría resultarle útil. Tales gobiernos dan por descontado que la base neuquina forma parte de la red global que está tejiendo la muy ambiciosa dictadura de Pekín con el propósito de aprovechar lo que capte por medios electrónicos para interferir en los asuntos internos de los demás países. Es más que probable que estén en lo cierto.

Hay un proverbio africano que reza: “Cuando dos elefantes luchan, la que sufre es la hierba”. Hoy en día, Estados Unidos y China son dos mastodontes alfa que, a pesar de los esfuerzos de quienes quisieran que aceptaran convivir en paz, podrían enfrentarse militarmente en cualquier momento. Hasta que la Argentina se haya erigido en la gran potencia con la que sueña Milei y cuente con fuerzas armadas que sean capaces de defenderla, tendrá que moverse con mucho cuidado porque no le convendría en absoluto ser pisada por uno de los contrincantes.

Xi Jinping

Por ahora cuando menos, el gobierno de Milei no puede darse el lujo de enojar demasiado a China, que es un socio comercial sumamente importante, pero tampoco le beneficiaría desairar a Estados Unidos que desempeña un papel clave en el universo financiero mundial. Si los líderes norteamericanos llegan a la conclusión de que el anarco-capitalista es algo más que una estrella fugaz, estarían en condiciones de asegurarle todo cuanto necesitaría para llevar a cabo con éxito la revolución que se ha propuesto.

Mucho dependerá de cómo evolucionen los dos protagonistas de la nueva guerra fría que está obligando a los demás países a revisar sus prioridades estratégicas. En ambos casos, las perspectivas distan de ser promisorias. Aun cuando resulten fantasiosos los vaticinios de quienes dicen creer que, por ser tan catastróficamente distinto el país de Donald Trump de aquel de Joe Biden -es decir, el de la clase trabajadora y media por un lado y el de las elites costeras mayormente progresistas por el otro-, Estados Unidos corre el riesgo de sufrir un estallido social de dimensiones apenas concebibles, es de prever que los años que vienen resulten ser muy turbulentos.

Así y todo, a pesar de los perjuicios que le está ocasionando un orden político que es casi tan disfuncional como el argentino, la economía norteamericana no ha perdido su dinamismo. Por el contrario, últimamente ha crecido mucho más que las europeas y la china que, para frustración del presidente Xi Jinping, parece haber dejado atrás la era de expansión ultrarrápida que, de haber durado algunos años más, le hubiera permitido adquirir un tamaño muy superior a la de Estados Unidos e incluso a la del mundo occidental en su conjunto.

Fotogaleria El presidente estadounidense Joe Biden habla sobre la reducción de costos para las familias estadounidenses durante un evento en el Centro Comunitario Stupak en Las Vegas, Nevada

China ocupa un lugar de privilegio en el podio económico y por lo tanto estratégico internacional por razones que tienen más que ver con la cantidad que con la calidad, ya que su población es aproximadamente cuatro veces mayor que la de Estados Unidos. Sin embargo, la ventaja así supuesta entraña algunos problemas muy graves. Además de la pobreza extrema que se ve en las extensas zonas rurales, está el planteado por el colapso brutal de la tasa de natalidad que ya se acerca a la mitad necesaria para que la población se mantenga a su nivel actual. Según algunos especialistas, sigue cayendo, lo que, combinado con el envejecimiento de los adultos actuales, significa que, dentro de poco, China contará con centenares de millones de ancianos y una escasez relativa de personas en edad para trabajar. Por lo demás, merced a la “política de hijo único” que se abandonó en 2015, y la frecuencia de abortos practicados por quienes querían asegurar que su único descendiente fuera un varón, hay por lo menos treinta millones de hombres que no podrán casarse.

El panorama desconsolador demográfico y los peligros supuestos por la obsesión de la dictadura con Taiwán, el país isleño próspero y bien armado que el régimen se afirma resuelto a incorporar cuanto antes a sus dominios, hacen temer que Xi opte por emular a su “amigo” ruso Vladimir Putin que, frente a una situación equiparable, decidió que sería de su interés apoderarse de Ucrania. Aun cuando Rusia salga relativamente bien parada de aquella aventura, los costos habrán sido llamativamente mayores que los inicialmente imaginados; si fracasa, podría desintegrarse la confederación multiétnica de la cual Putin es el mandamás indiscutido. 

Asimismo, la eventual conquista de Taiwán, que es un protectorado norteamericano, significaría la ruptura del “Imperio del Medio” con el mundo occidental cuyos consumidores han hecho un aporte insustituible a su progreso económico. Hasta ahora, los esfuerzos de Xi por hacer del consumo interno el motor del crecimiento no han brindado los resultados esperados.

Vladimir Putin en su discurso de victoria

Puesto que ni siquiera Milei está en condiciones de prever lo que sucederá en los años próximos, sería prematuro alejarse demasiado de China que, siempre y cuando Xi y sus adláteres archiven sus planes para invadir Taiwán, seguirá siendo una gran potencia comercial, pero a esta altura no le convendría adoptar una postura menos pro-occidental que la que ya ha asumido; hasta nuevo aviso, Estados Unidos continuará siendo capaz de darle lo que precisa para consolidar el proyecto que ha puesto en marcha.

Así y todo, si bien la admiración efusiva que Milei siente por Trump podría suponerle muchos beneficios si, como es claramente posible, el republicano triunfa en las elecciones presidenciales de noviembre, hasta entonces la Casa Blanca continuará ocupada por el demócrata caprichoso Biden y sus asesores progres que, por cierto, no se caracterizan por su voluntad de tolerar a los militantes del odiado “hombre naranja” cuya mera existencia les da pesadillas. Para más señas, Trump no tiene muchos amigos en las cancillerías europeas donde se da por descontado que su regreso al poder les sería una muy mala noticia.

Acaso lo mejor que podría ocurrirle al país sería que los norteamericanos, europeos y chinos trataran de seducir al gobierno de Milei ofreciéndole concesiones de diverso tipo a sabiendas de que no las aprovecharía para prolongar la vida de un orden socioeconómico inviable. Mientras que peronistas, radicales, militares e incluso macristas festejaban la llegada de los fondos “frescos” así conseguidos, ya que les permitió demorar una vez más las temidas reformas estructurales que, en opinión de todos los economistas más o menos “ortodoxos”, serían  necesarias para que la Argentina saliera de la espiral descendente que la ha llevado a su situación actual, Milei está tan comprometido con su propia variante del ultra-liberalismo que sería muy poco probable que cometiera el mismo error. En este terreno por lo menos, es mucho más confiable que cualquier antecesor reciente.

Con todo, si bien los financistas de otras latitudes, entre ellos los del Fondo Monetario Internacional, están más que dispuestos a elogiar lo que está haciendo Milei, aún no le han concedido los 15 mil millones de dólares -monedas para algunos de los plutócratas que lo aplauden- que dice serían suficientes para permitirle levantar el cepo, lo que a su juicio serviría para poner en marcha la recuperación sumamente rápida que ha prometido. El prontuario del país en el ámbito así supuesto es tan malo que es comprensible la resistencia casi universal a facilitarle dinero, pero si persiste por mucho tiempo, privaría de oxígeno al proyecto mileísta que, por ahora, se mantiene a flote debido casi  exclusivamente a la aprobación popular del esquema impulsado por el presidente, ya que los logros técnicos que tanto impresionan a los economistas serios del resto del mundo aún no se han visto acompañados por mejoras concretas en la vida de la gente. 

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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