Juan Carlos Siber Guerrero todavía no es “La Pistarini”. Aún no se fue a vivir a Australia, todavía no hace posteos donde habla de Argentina como un “país basura”, no conoce a los popes de lo que luego sería La Libertad Avanza y menos aún está cerca de tener un cruce que lo convertiría en meme nacional.
Ahora tiene doce o trece años pero, sobre todo, tiene miedo. “Sifón”, como lo llaman sus compañeros por su nariz, corre con toda la fuerza que le dan las patas. Sabe en el fondo que es un sinsentido: el patio del colegio Don Bosco, en Congreso, no es tan grande. Y el recreo acaba de empezar. La patada que le llega de atrás es precisa, en el lugar justo para hacerlo perder el equilibro. Su largo pelo negro, estilo flogger, toca el piso, y ahí se queda. No tiene en claro cuántos son los que le están pegando, pero de cualquier manera no importa tanto. Es tan solo un día más en la vida de Juan Carlos.
La semana pasada la golpiza había sido porque había tenido la mala suerte de comprar la última coca cola en el kiosko del colegio. Para qué. El grandote del último año, que se ve que también andaba con sed, lo tiró al piso, lo zamarreó y se quedó con la gaseosa. La siguiente Juan Carlos terminaría dentro de un tacho de basura. Y 20 años más tarde se escondería en el asiento de un avión, rezando para que esta vez no lo fajaran.
Adiós Nino. Juan Carlos Siber Guerrero tiene 32 años, es porteño, hijo de un inmobiliario que ya falleció y de una profesora universitaria de cierto renombre. Estudió en el Don Bosco, pero no terminó ahí la secundaria: se cambió por el vacío que le hacían sus compañeros y el bullying que solía recibir. En el colegio a donde se fue, el Corazón de María en Palermo, su suerte fue idéntica.
Después estudió para ser martillero público, una profesión que nadie sabe a ciencia cierta si llegó a ejercer. En donde más se destacaba, en cambio, era en la noche. Tarjetero de un boliche no muy sofisticado de Recoleta, se hacía llamar “Nino”, por Nino Dolce, el entonces participante de Gran Hermano. Pero con los años esa tarea le empezó a cansar, y tomaría una decisión que sería trascendental para forjar su cosmovisión: irse a vivir a Australia, país que otorgaba visas para los que quisieran ir a trabajar recolectando kiwis u otras frutas. Siber Guerrero fue uno de ellos.
El Partido Liberal Pesimista, espacio que cofundó desde el otro lado del charco, se define así en su página web: “Si hay algo que caracteriza a Argentina es el nivel de subdesarrollo. Es imposible encontrar una sola parte para cambiar y empezar a arreglar esta basura de país, totalmente inviable, injusto e inhumano”. ¿Entonces? se pregunta el “PLP”, y su propuesta es clara: “Entonces nos vamos a la mierda de este país de cuarta. Es Ezeiza o subdesarrollo. Promovemos la emigración en masa”. De acá viene el nombre de su usuario, que luego se convertiría literalmente en remera: por el aeropuerto Pistarini en Ezeiza.
2022 fue un año trascendental. Siber Guerrero volvió a Argentina, con Milei ya diputado. El fenómeno libertario maridó bien con su antikirchnerismo en sangre. Él nunca había leído un libro de Murray Rothbard, pero como muchos chicos que crecieron en la primera década del 2000 detestando al entonces Gobierno, cualquier colectivo que atacara a “la izquierda” lo dejaba bien.
Desde Twitter, bajo su seudónimo, empezó a hacerse un nombre en este mundo. “Los 30000 desaparecidos son mitología”, “el kirchnerismo es una enfermedad mental”, son algunos de sus posteos. Instalado en la casa de su madre, Siber Guerrero empezó a armar “spaces”, conversaciones en vivo en Twitter, que llamó “La Gerencia”. Gracias a esa plataforma conectó con algunos popes de La Libertad Avanza. Después del cruce con Dillom, las fotos de él con Agustín Romo, Daniel Parisini, Eugenia Rolón, Juliana Santillán, Miguel Boggiano, Bertie Benegas Lynch, Diana Mondino, Mariano Pérez, por nombrar algunas caras conocidas de LLA, se viralizarían en las redes.
A varios de ellos los había “entrevistado” en La Gerencia, y luego los había conocido en eventos sociales. Según cuenta el influencer Javier Smaldone, en esos años Siber Guerrero integró también “la banda de los osos gordos”, que comandaba Parisini (“El Gordo Dan”), que se dedicaba a hostigar feministas en las redes.
100%. El 6 de noviembre, a las 10.36 de la mañana, @La_Pistarini publicó una foto a su cuenta de Twitter. El 7 de noviembre, a las 10.26, Dillom encontró a Juan Carlos y subió un video que dura exactamente 25 segundos. El resto es historia.
“Rompiste la primera regla al tuitear”, le comentó @jonicordobes, usuario con un arroba certificado, a @La_Pistarini. “No se publican imágenes al toque si estás en un lugar público, te regalas como lo hiciste”, le dice, como si hubiera una especie de manual de instrucciones del escrachador de redes. Esteban Glavinich, más conocido como @traductorteama, no buscó tender puentes. “Irremontable”, comentó, una idea que sintetiza los miles de mensajes de libertarios que también insultaron a Siber Guerrero por “cagón”, como le pusieron. “Nos hiciste quedar como seres sin testosterona”, le dijo @pythonizar.
El 8 de noviembre, pasadas las 10 de la noche, @La_Pistarini volvió a las redes. Desde su último tuit se había convertido en trending topic, nota en medios, chiste nacional, e incluso en consumo irónico de algunas cuentas oficiales, como las de AFA, Independiente o Turismo City. Siber Guerrero regresó a X con un extenso comunicado, en el que incluyó oraciones sobre la cuarentena y el ministerio de Género, y donde aseguraba que no se arrepentía “de nada”. “Mantengo al 100% mi postura”.
Vidas cruzadas. Bullying, exclusión social, una identidad política forjada en oposición a la época, militancia rabiosa en las redes, lazos que se construyen en esa plataforma y que luego saltan a la vida real, la persecución como método, la falta de empatía ante el caído (incluso ante uno propio) y la imposibilidad de admitir un error por más evidente que sea.
La historia de Siber Guerrero es la suya, pero no es sólo la suya. Es la de Javier Milei, Ramiro Marra, Juan Pablo Carreira, Santiago Oria u otras personas del espacio que de chicos sufrieron bullying en el colegio. Es la de cientos y miles de hombres jóvenes de veinte y treinta años que padecieron el feminismo o el kirchenrismo (o ambas), que construyeron una parte de su identidad en base a esa oposición y a lo marginados que fueron cuando esas ideas eran canon. Es la de los popes de la comunidad tuitera de LLA, que se conocieron gracias a las redes, en donde se hicieron famosos primeros por su virulencia y luego por el ataque sistemático a muchos blancos. Es también la lógica que imprime este Gobierno, que para el caído no tiene simpatías.
Por eso este video, de apenas 25 segundos, es mucho más que un video: es una marca de época que explica una parte de la génesis y del éxito de La Libertad Avanza.
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