Hizo asegurar su trasero en seis millones de dólares. Unas caderas de ese ancho no ameritaban ni un centavo menos. En el 2010 fue juez en “American Idol” y, pese a que los talibanes del talento y el buen gusto protestaron –justamente– por su falta de talento y buen gusto, embolsó doce millones de dólares de honorarios. ¿Quién es ella para juzgar si alguien más tiene lo que hay que tener para ser una megaestrella? Pues es ni más ni menos que Jennifer Lopez, la bomba latina que, en menos de un par de décadas de carrera, amasó una fortuna de 250 millones de dólares, dinero que logró poner a resguardo de su último divorcio y que, más allá de sus discos y sus películas, ha convertido su nombre en una marca personal.
Toque de Midas, que le dicen: todo lo que lleve el nombre de JLo (lineas de indumentaria, perfumes, canciones bailables, comedias románticas) factura, y mucho. Ostenta un nada despreciable puesto número 50 en la lista de las cien celebridades más ricas de la revista Forbes.
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por Diego Gualda
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