Sí, Wainraich y Peterson son muy buenos comediantes y es la simpatía y el cariño que tienen por sus personajes lo que sostiene el mayor peso de la película.
El director, Hernán Guerschuny –en su segundo film después de “El crítico”–, hace lo mejor que se puede hacer en los casos donde la historia es menos importante que los personajes: seguirlos, mirarlos, espiar cuál es el mejor momento para capturarlo en la pantalla. La historia es bastante simple: una pareja con varios años de matrimonio decide intentar una noche romántica, quizás último intento para ver cómo se sigue o si se sigue. Ahora bien: incluso si se trata de una comedia, el peso no está colocado en la búsqueda absoluta de la risa a cualquier costo, sino en tratar de entender a sus personajes. La pregunta –la gran pregunta– consiste en ver qué tiene de interesante el mundo de clase media de estas personas. Y si la película logra mantener –no siempre, pero en la mayor parte del metraje– nuestro interés es porque se construye como una auténtica película, como una ficción en un mundo que es muy parecido al nuestro pero pertenece al universo del cine.
Es cierto: hay lugares comunes y observaciones triviales, y verdaderamente muchas veces esto conspira contra el resultado final. Pero dentro del género agridulce (de eso se trata) funciona muy bien: es el retrato de una generación aún bastante huérfana de representación en nuestro cine.
por Leonardo D’Espósito
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