Friday 3 de May, 2024

MUNDO | 07-01-2023 00:19

Lula, toma tres

El tercer ciclo del presidente brasilero augura un camino plagado de asechanzas. El fantasma del bolsonarismo golpista.

Las lágrimas que interrumpían su discurso señalaban la significación de ese momento en una vida novelesca. En la historia que desembocó en la tercera presidencia de Lula da Silva, hay rasgos de las desventuras y victorias de Edmond Dantés, el personaje de Alejandro Dumas.

Como “El Conde de Montecristo”, el líder brasileño fue encarcelado por causas fermentadas a la sombra de oscuros vínculos. En su caso,  entre un juez de Curitiba y un dirigente ultraconservador.

Su regreso triunfal al Palacio del Planalto es la primera línea del posible último capítulo de una novela atrapante. Falta ver cómo termina este tramo emocionante. Atravesar las páginas que empezaron a escribirse podría ser como cruzar una jungla plagada de acechanzas. A las peores emboscadas las perpetraría el gran ausente en el primer párrafo: Jair Bolsonaro.

El traspaso de los atributos del mando del presidente saliente al entrante, es una formalidad, pero en modo alguno un acto superficial. Todo lo contrario. Es la más profunda de las ceremonias institucionales. Simboliza el mandato conferido por el soberano, el pueblo, que el mandatario saliente debe entregar personalmente al receptor del nuevo mandato.

Fotogaleria El nuevo presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, posando para una foto con el presidente de Argentina, Alberto Fernández, en el Palacio de Planalto después de su ceremonia de investidura

Los líderes democráticos entienden la obligación de pasar esos atributos al sucesor, aunque sea un adversario. Quienes hacen lo contrario evidencian el instinto mesiánico de quien no puede actuar como mandatario del pueblo soberano, porque se siente soberano predestinado a gobernar en virtud de designios superiores; Dios, para algunos; la historia, para otros. Bolsonaro fue el tercer político de este tiempo en exhibir ese instinto autoritario. Antes lo hicieron Cristina Kirchner y Donald Trump. Hay algo en común entre los tres, y no tiene que ver con lo ideológico.

Bolsonaro dejó Brasil horas antes que Lula asumiera. Podría ser apuro por evitar la intemperie que implica dejar el cargo cuando rondan procesamientos en su contra, entre otras cosas por haber dicho que la vacuna podía causar SIDA. Pero lo indudable es que no está en su naturaleza cumplir con la formalidad profunda de entregar el poder al adversario

También es seguro que no haber pasado los atributos del mando anuncia la guerra que impondrá al sucesor. Por qué esperar otra actitud de quien, mientras gobernaba, exhortó a los militares intervenir contra el Congreso y contra la corte suprema, además de propiciar que sus fanáticos materializaran la metáfora de “golpear la puerta de los cuarteles” para pedir al ejército que impida la asunción de Lula.

Bolsonaro y Trump.

El nuevo presidente lo sabe. A diferencia de sus dos mandatos anteriores, éste Brasil está partido y al bloque opositor lo encabeza un extremista de pulsiones violentas. Con la cantidad de bancas que controla su fuerza política, Bolsonaro tendrá un poder de obstrucción inmenso, salvo que el Partido Liberal se “des-bolsonarice” y vuelva a ser el partido centroderechista que integró como socio principal los dos gobiernos anteriores de Lula. Aunque parezca mentira, el partido que llevó a Bolsonaro al poder proviene del conservadurismo moderado que lideraba José Alencar, el anterior vicepresidente de Lula.

La fórmula para el tercer gobierno es similar: una coalición que abarca desde la centroizquierda hasta la centroderecha. Pero una diferencia es que en las gestiones anteriores, Lula puso a los liberales Antonio Palocci y Enrique Meirelles al frente de la economía y la política monetaria, mientras que en esta ocasión nombró ministro de Hacienda al petista Fernando Haddad.

El nivel de compromiso asumido por Lula en el discurso de asunción del mando que dio en las afueras del Palacio del Planalto, con lágrimas brotando a borbotones en los párrafos que describían situaciones sociales desesperantes, confirman la voluntad de luchar contra la pobreza extrema y de construir equidad social. La pregunta es si podrá hacerlo sin generar un déficit que inquiete a los mercados, como advierte Campos Neto, el presidente del Banco Central.

Fotogaleria El ex presidente brasileño (2003-2010) y candidato del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inacio Lula da Silva saluda a sus seguidores durante un acto de campaña en Sao Bernardo do Campo, Brasil

¿Podrá subir impuestos a las grandes fortunas, al mismo tiempo que reforma el Estado para evitar el déficit recortando burocracia inútil y corrupción? Ese es el desafío del progresismo serio: subir impuestos a las grandes fortunas, aliviando a las clases medias y creando el Estado racional que reemplace a la elefantiásica burocracia actual.

Otra pregunta es si la exacerbación ultraconservadora que generó el presidente anterior se transformará en violencia política contra el gobierno y también contra las minorías étnicas y la diversidad sexual.

Si Bolsonaro retiene el control del Partido Liberal, los escaños de esa fuerza política procurarán impedir que Lula vuelva a desplegar con éxito su política consensos en el Congreso. También es diferente el panorama en la región. Ya no está Hugo Chávez corriendo por izquierda a los gobiernos de centro y centroizquierda y embistiendo contra los gobiernos centroderechistas.

Lula apuntará a llevarse bien con todos los gobiernos, incluidos los regímenes autoritarios, pero bajando intensidad al “amiguismo” y la fraternidad ideológica que practicó en los tiempos de Chávez, Néstor Kirchner y Fidel Castro. Es probable que la ausencia de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz Canel en la asunción sea una señal de la nueva política de reconocimiento a todos, pero con menos intensidad en algunas relaciones.

Los presidentes Daniel Ortega (Nicaragua) y Nicolás Maduro (Venezuela)

Todos estaban invitados. A Maduro se le levantó la prohibición de entrar a Brasil, pero es posible que en ese caso, igual que en los de los presidentes de Cuba y Nicaragua, la invitación haya ido acompañada con el pedido soterrado de que no asistan ellos, sino que envíen representantes.

Es una práctica común en la diplomacia. Vicente Fox había invitado a Fidel a la cena inaugural de la Cumbre Extraordinaria de las Américas realizada en Monterrey en el 2002, pero le pidió que de inmediato se vaya sin participar en las reuniones cimeras. El líder cubano cumplió, pero después reveló la exigencia del presidente mexicano.

Es difícil que, carentes de escenarios internacionales donde mostrarse, Maduro, Ortega y Díaz Canel desaprovechen por propia voluntad un escenario como el de la asunción de Lula. Todos tienen una explicación, pero pueden ser coartadas. Igual que el controversial presidente salvadoreño Nayib Bukele, quien envió a su vicepresidente Félix Ulloa.

Comenzó un nuevo capítulo de la novelesca historia de Lula. En el emocionante primer párrafo ronda el fantasma de Edmond Dantés. Las próximas páginas prometen victorias, pero también oscuras asechanzas.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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