Nunca estuve tan preocupado. Esta incertidumbre me mata, y si no nos decidimos pronto, seguro que se va a quedar afuera”, se amarga Martín (34) financista, quien junto a su esposa Clara (30) diseñadora gráfica, han realizado un largo peregrinar en la búsqueda del colegio perfecto para su hija. En lo que va del año ya llevan recorridos una decena de instituciones y se han entrevistado con varios ex alumnos exitosos. Poco importan la distancia o los costos a la hora de encontrar el mejor establecimiento para Lola (3). Todo esfuerzo vale ante las terribles consecuencias que significarían para su futuro optar por el jardín de infantes equivocado.
Catalina (45) es durante la semana una activa ejecutiva de una multinacional, pero en los fines de semana tiene otro “trabajo”. Convertida en chofer de tiempo completo, combina con su marido las idas y vueltas de las distintas actividades deportivas y sociales de sus tres hijos. No le molesta perder horas de descanso recorriendo la ciudad de punta a punta. “Un fin de semana movidito implica que tienen muchos amigos y una agenda llena de actividades. Me da pánico mandarlos con otros padres que no sé cómo manejan o si les ponen los cinturones”.
Desde la concepción hasta el título universitario estos padres determinan cada paso que dan sus hijos. Sobreprotectores al extremo, controladores, ultraexigentes y competitivos, estos son los rasgos que caracterizan a la generación de progenitores modernos, más conocidos como “hiperpadres”. Una nueva forma de ejercer la función parental que ha sucumbido a la presión impuesta por la sociedad y los obliga a ser los “mejores padres” de los “mejores hijos”.
Todo por ellos. Obsesionados con la salud y la felicidad de sus niños, los hiperpadres tienen absolutamente organizadas sus vidas; se entrometen en la realidad interna de los colegios; están continuamente quejándose por la más mínima deficiencia; piden explicaciones por todo; se agobian ante el más pequeño fracaso de sus hijos; psicologizan hasta la extenuación convirtiendo cualquier problema en una agónica crisis y tienen miedo de todo, hasta de sus propios criterios.
Son los llamados padres “helicóptero”, (por estar siempre rondando vigilantes sobre las cabezas de sus hijos) o “quita nieve” como se los conoce en Canadá por cómo se dedican a “barrer” el camino para sus chicos.
Globalizado y viral, como todo lo que sucede en esta época, este estilo de crianza cada vez más popular en las clases medias y acomodadas, se basa en la creencia de que los padres tienen el poder y la obligación de crear una vida perfecta para sus hijos. En franca disidencia, el periodista canadiense Carl Honoré denunció los rasgos de esta nueva tendencia en su libro “Bajo Presión”. “La infancia está siendo pervertida como nunca por las fantasías, los miedos, las ansiedades y las agendas de los adultos. Vivimos en una cultura que nos dice que la vida es demasiado preciosa para que los niños se hagan cargo de ella, de la misma forma que ellos son demasiado valiosos para dejarlos solos”, afirma Honoré.
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por Gabriela Picasso
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